José L. Caravias sj. RELIGIOSIDAD CAMPESINA Y LIBERACIÓN Libro Publicado en: A las comunidades campesinas de: SUMARIO PRESENTACION I - EL MODO DE SER DEL CAMPESINO LATINOAMERICANO II - RELIGIOSIDAD CAMPESINA III. - CONTRADICCIONES INTERNAS DE LA RELIGIOSIDAD IV. - RAÍCES HISTÓRICAS V. - DIVERSAS ACTITUDES PASTORALES FRENTE AL CAMPESINADO VI. - ACTITUD DE JESUS FRENTE A LA RELIGIOSIDAD POPULAR VII. - FERTILIDAD DE LA RELIGIOSIDAD CAMPESINA .... VIII. - LAS CRISIS DE LA RELIGIOSIDAD IX. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIOSIDAD CAMPESINA X. - HACIA UNA RELIGIOSIDAD CRISTOCÉNTRICA XI.- JESUCRISTO COMO LIBERADOR XII.- LA VIRGEN MARIA, ESPERANZA DEL CAMPESINO XIII.- SACRAMENTOS Y RELIGIOSIDAD CAMPESINA XIV.- COMUNIDADES DE BASE COMO FERMENTO EPÍLOGO PRESENTACION He leído con mucho empeño y dedicación el libro escrito por el Rvdo. Padre José Luis Caravias, s.j. sobre “Religiosidad Popular”. El tema, además de sugerente es de mucha actualidad y está tratado con un criterio sereno, eminentemente sacerdotal y pastoral. La importancia de esta obra, para mi criterio, estriba en que además del aspecto teórico y científico en que a menudo en América Latina ha venido siendo tratado este tema, brota de una experiencia vital, largamente compartida con comunidades campesinas y con un esfuerzo permanente de una interpretación justa y objetiva de toda la realidad socio-religiosa. Consigno mi sincera congratulación al autor por esta iniciativa y es de augurarse que muchos otros pastores, inquietos por este tema de la religiosidad popular, puedan ir completando estos estudios valiosos e indispensables, y sin los cuales la evangelización a nuestras comunidades campesinas de América Latina corre el peligro de caer en la superficialidad y en el vacío. Que los frutos de la lectura de esta obra sean abundantes y merezcan para su autor especiales gradas, a fin de que pueda continuar con su empeño de una dedicación total al servicio de los pobres y marginados. Con fraterno afecto, Cuenca, abril 20 de 1978 INTRODUCCION Ha dicho Pablo VI: “Bien orientada, la religiosidad popular puede ser cada vez más para nuestro pueblo un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”. Esta intuición tan certera del Papa encierra la esencia del presente libro. La fe en esta verdad es el punto de arranque para intentar poner en marcha un proceso de evangelización a partir de la religiosidad popular. Me limito a tratar de la religiosidad del campesino. Tiene notas peculiares, algo distintas al común de la religiosidad popular. Y dentro del campesinado, me limito al latinoamericano, que es el único que conozco. La religiosidad campesina latinoamericana es peculiar y única. Y guarda en su seno una esperanza, que creo que también es única. Forman un conjunto de millones de personas de una cultura común, en le que la fe es algo esencial. Y toda esta masa campesina, en unión con todo el pueblo latinoamericano, comienzan a despertar y a ponerse en marcha en un proceso de liberación. En este despertar colectivo, su religiosidad está llamada a ocupar un papel importante. Habrá mucho que purificar y reorientar. Pero en ella está encerrado un gran potencial liberador. Si sabemos acompañar al pueblo, paso a paso, en su proceso de transformación, su religiosidad será camino para encontrarse con Cristo hoy, en la madurez de la fe. La religiosidad campesina y el proceso de liberación son das realidades íntimamente unidas en Latinoamérica. Por eso intentamos ver cómo alimentar la fe del campesino de manera que se aliente y se explicite su auténtico e integral dinamismo liberador. No se trata de instrumentalizar la religiosidad para ponerla al servicio de la liberación del pueblo. Es que creemos que la fe es salvífica y liberadora históricamente. Y de una manera especial en el campesinado Latinoamericano, que ha sabido hacer una síntesis vital entre su fe y su cultura. I Ante la realidad humana de nuestro campesinado suelen darse dos actitudes externas. La mayoría, de un modo más o menos velado, desprecia al campesino como alguien de condición inferior. Pero no faltan los “comprometidos” y los “revolucionarios”, que idealizan al campesino. Para poder llevar a la práctica una sana pedagogía en la pastoral campesina necesitamos ser muy realistas. Es necesario ver al hombre campesino tal cual es, con sus cualidades y sus defectos, pues no hay más punto de partida que el de la misma realidad. Durante mis años de convivencia campesina en diversos países latinoamericanos he procurado observar y escucharles en el mayor grado posible. Como fruto de esta experiencia, intentaré hacer una descripción de los defectos y las virtudes del campesino de nuestro continente. Por supuesto que se trata de una opinión personal. La realidad en sí es más compleja que este intento de aproximación a la misma realidad. Nunca se dan las virtudes y los defectos como entidades aparte. Todo ello está integrado en la persona formando una unidad. Esta división es algo artificial, necesaria únicamente para poder entendernos. Pero en la vida real no es así. He considerado útil comenzar por esta descripción del modo de ser humano del campesino, porque pienso que esta realidad constituye el cimiento sobre el que se levanta la religiosidad. Entendiendo la sicología del campesino, entenderemos mejor su religiosidad y podremos ayudarle más eficazmente. 1. SICOLOGÍA DE OPRIMIDOS Hace siglos que el campesino de nuestro continente vive oprimido, especialmente a partir de la venida de los europeos. Desde el comienzo éstos se esforzaron en hacer sentir su “superioridad”. El aborigen fue considerado de raza inferior. Aquellos “señores” en seguida comenzaron a acaparar tierras y a usar de los nativos como instrumentos de trabajo. En su afán desmedido de enriquecerse, no contentos con la mano de obra barata nativa, llegaron al extremo de cazar en tierras africanas nuevos refuerzos para la agricultura. Aunque no siempre de derecho, pero de hecho, el continente americano se convirtió en un gran recinto de esclavos, indígenas y de color, al servicio de una minoría blanca, que se había adueñado de las tierras más productivas. El campesino sufre en la actualidad las consecuencias de su pasado. En algunos sitios existen ahora menos latifundios. Cada vez hay más campesinos dueños de la tierra que cultivan. Pero la huella humana que ha quedado en ellos es profunda y nada fácil de cambiar. La opresión ancestral ha llegado hasta lo más profundo de su sicología y sus modos de comportamiento, y, por consiguiente, ha influido decisivamente en su religiosidad. Intentemos analizar un poco siquiera las heridas y cicatrices que la historia ha dejado en el alma campesina. Con un profundo respeto, sintiéndonos parte culpable de tanta atrocidad. Pero con el mayor realismo posible. De un buen diagnóstico puede depender la curación de una enfermedad. Es necesario descender hasta lo más profundo de su miseria humana para que pueda ponerse en marcha un verdadero proceso de liberación. No podrá darse una evangelización de su religiosidad sin tener en cuenta su historia y su modo de ser. Complejo de inferioridad La clase dominante, que ha vivido por siglos a expensas del campesinado, procuró siempre que el campesino viva convencido de su Inferioridad humana respecto a sus “amos”. Estos los han despreciado de continuo. Y con frecuencia subrayaron su desprecio con amenazas, malos tratos y aun la muerte. De tanto oír que son inútiles, incapaces, que no saben nada, ni pueden saber, han llegado a convencerse de su “incapacidad” para hacer algo por sí mismos. Si no son dirigidos por “los que saben”, creen que no son capaces de progresar en la vida. A veces hasta se comparan con los animales, incapaces de discurrir por sí mismos. No se atreven a dar su opinión ante un “superior”. Su actitud normal es la de presentar disculpas aun cuando no hace falta. Su mismo lenguaje es de una continua humillación ante los “amitos” o los “padrecitos”. Dan la impresión de seres disminuidos, aplastados por una larga historia de desprecios y humillaciones. En algunos aspectos son personas infantilizadas. El campesino latinoamericano, al que todavía no ha llegado la liberación concientizadora, está trabado por una fuerte desvalorización. No confía en sí mismo. Por eso, como primera medida, será necesario destrozar este velo negro que le ciega los ojos, a través de una serie de pequeñas experiencias escalonadas, que les devuelvan la confianza en sí mismos. Mientras se consideren inferiores, no será posible poner en marcha ningún tipo de liberación y, por consiguiente, ningún tipo de pastoral auténtica, que responda al mensaje de Cristo. Despersonalización Como consecuencia de este sentirse continuamente tratado como objeto, el campesino pierde en gran parte su personalidad. No sabe pensar por sí mismo. No sabe expresar con claridad lo que siente en su corazón. No es dueño de su trabajo, porque se le paga una miseria por la venta de su fuerza física o por el producto de sus campos. No se siente persona para intervenir activamente en la vida política de su comunidad o su país. Se calla ante las injusticias y los atropellos, como si él no fuera sujeto de justicia. Si fue a la escuela, en la mayoría de los casos apenas es capaz de entender lo que lee y menos aún de juzgarlo; y casi nunca está capacitado para escribir lo que piensa. No conoce sus derechos. En muchas de sus actividades carece de finalidades. Sus finalidades son las que le señalan los “señores”. Debido a su despersonalización todo intento de ayudarles desde arriba a liberarse, a base de charlas y de darles las cosas hechas, no conduce sino a despersonalizarles más. Enseñarles a pensar por la cabeza de sus liberadores no es menos nefasto que la época anterior, en la que pensaban por la cabeza de sus opresores. Mientras no sean ellos mismos, no se da proceso de evangelización. El agente exterior que les ayude a abrir los ojos, debe tener sumo cuidado en no esclavizarle a sus propios pensamientos, sino que sean ellos los que vayan aprendiendo a “pensar por su cabeza”. En caso contrario se estará corroborando a que se mantengan en su despersonalización Considero que se ha de tener muy en cuenta este aspecto cuando se trata de poner en serio en marcha un proceso de evangelización a partir de la religiosidad campesina. Conformismo Como fruto de su complejo de inferioridad y su despersonalización, el conformismo le carcome ante todo lo adverso. Una dura lección de la historia, transmitida de padres a hijos, le enseña que no vale la pena rebelarse contra las injusticias y adversidades. Los opresores han tenido siempre especial cuidado en escarmentar cruelmente todo conato de rebeldía Y ello ha hecho crecer como un callo en el corazón. Paciencia y resignación son dos “virtudes” campesinas, de amargas y viejas raíces. El campesino no concientizado es radicalmente pesimista respecto a las posibilidades nuevas de futuro. Se cree nacido para servir y para sufrir. Por eso es pasivo, resignado, apático; sin iniciativa, masivo, gregario; irresponsable en todo lo que sea creativo de un tinte nuevo. Lo peor del caso es que una predicación falsa e interesada del mensaje cristiano ha llegado a sacralizar este conformismo, haciéndolo desembocar en fatalismo. Muchos campesinos creen que su estado de postración es fruto de la voluntad divina: Dios quiere que vivan así. y, por consiguiente, no es lícito Intentar salir de esa situación, ni rebelarse contra ella, pues en ese caso les castigaría taita Dios. Es triste el papel que la Iglesia en su inmensa mayoría ha desempeñado a través de los siglos en este respecto. Y en nuestros días es muy doloroso sentir cómo a veces ciertos miembros de la jerarquía persiguen con un celo digno de mejor causa a los que espolean a los campesinos para que salgan de su conformismo y pasividad. Este conformismo es una de las peores lacras que ha dejado en el alma campesina la época de la Colonia y los comienzos de la Independencia. Si no destruyen este muro pesado, jamás se abrirá ante los ojos campesinos el panorama de la liberación traída por Cristo. Servilismo Es consecuencia de todo lo anterior. Actúa en ellos un hábito de sometimiento al comisario, al sacerdote, al cacique, a toda persona a quien consideren superior. El “sí señor” le aflora en seguida a los labios, aunque en su interior no estén de acuerdo con lo que escuchan o con lo que se les manda. Es como una careta que se ponen ante cualquier amo en potencia. La careta la eligen del color del que manda, como una táctica. Han sufrido tanto de la gente importante, que buscan todos los recursos para salir del paso. Son serviles por desconfiados. Por eso, este servilismo en muchos casos es sólo aparente. En la soledad de sus conversaciones familiares o entre amigos suelen reírse de los engaños con que trataron a los “superiores”. Desarrollan esta actitud de una manera especial ante el sacerdote. Estarán dispuestos a decirle que sí en todo, con tal de conseguir los servicios religiosos que buscan. Por ello es fácil que los sacerdotes no conozcamos su verdadero modo de ser, porque ellos con frecuencia no se muestran ante nosotros como son, sino como entienden que queremos que sean. Miedo Es normal que unas personas autodisminuidas, con un fuerte sentido fatalista, vivan con frecuencia bajo el fantasma del miedo. El mucho sufrir ha ido curtiendo en su piel, gota a gota, los surcos del miedo. El campesino suele tener miedo al patrón, al gamonal, al cura, a las autoridades, a algunos vecinos, a los muertos, a los maleficios y aun al mismo Dios. Es desconfiado de todo lo que sea nuevo y le saque de la seguridad de lo que ya tiene experimentado. Con frecuencia vive sicológicamente oprimido por las supersticiones. El miedo le paraliza la tendencia natural de caminar hacia la liberación. En el miedo encontramos la raíz de muchas prácticas de su religiosidad. Su actitud normal ante el miedo es la huida. O la actitud fanática de cerrar los ojos para no ver la realidad. Suelen buscar sentimentalismos religiosos que, como bálsamo, le suavicen el dolor del miedo. Un camino fácil de huida quizá sea encerrarse en actitudes individualistas, despreocupándose de todo problema que pueda ser comprometido. Otro camino de evasión ante sus miedos y sufrimientos suele ser el “trago”. Aunque a veces “toman” precisamente para ser capaces de afrontar una situación difícil. Aunque la religiosidad es a la vez bálsamo y fomento del miedo, una evangelización bien desarrollada debe enfocar el amor de Dios como antídoto que echa fuera el temor. La opresión como ideal El campesino ha bajado a veces a tal grado de despersonalización, se ha despreciado tanto a sí mismo, que desde el pozo de su miseria mira hacia arriba a sus patrones como a la luz a la que hay que aspirar. Sienten una gran atracción hacia el modelo de vida de sus opresores. Quieren a toda costa parecerse a sus “señores”, imitarlos y seguirlos. Se podría decir que llevan al patrón dentro de ellos. Su modo de vivir y de actuar es el ideal al que aspiran, continuamente frustrado. El opresor se ha alojado en el corazón de muchos campesinos, de modo que llegan a tener una conciencia mágica de la invulnerabilidad del amo, y un fuerte espíritu de servilismo frente a él, capaz de llevarles a realizar con gusto las más bajas humillaciones. Mientras mantengan al opresor alojado dentro de sí, permanecerán indefectiblemente en actitud de dependencia; y en caso en que tengan personal subalterno bajo sus órdenes, procurarán oprimirlo, si es posible con mayor dureza con que son ellos mismos oprimidos. Un fenómeno corriente entre el campesinado, aunque no exclusivo de él, es el del machismo. Estos hombres, tan fuertemente oprimidos, cuando tienen como prototipo de hombre al opresor, buscan una forma de desquite haciendo padecer a otras personas más débiles lo que ellos mismos padecen. Les gusta realizar frente a la mujer alardes escandalosos de hombría, a base de un autoritarismo indiscutible y métodos brutales de coacción. Algo parecido hacen a veces con sus hijos, Así, al menos en su casa, ellos “mandan”. No admiten el diálogo en familia, conversaciones amistosas, ni bromas que minen su autoridad. Ellos son los que dan las órdenes, y la mujer y los hijos los que deben obedecer ciegamente. El sueño de llegar a ser como sus opresores se concreta a veces de una forma externa en el desprecio por la propia Indumentaria tradicional, por lo que se visten al modo de “los que viven bien”. Todos estos defectos son humanos, pero con un tinte especial, impregnado a través de los siglos. No son peores que los de las demás clases sociales. Sólo que los manifiestan de manera más espontánea. Como es natural, los defectos campesinos brotan también de una manera especial en las manifestaciones de religiosidad, Si no se arrancan estas raíces, inútilmente nos esforzaremos en corregir ciertas manifestaciones negativas de religiosidad. 2. TESOROS PISOTEADOS Son grandes los defectos del campesinado. Seria ineficaz el proyecto pastoral que no los tuviese en cuenta. Pues sólo se puede partir de la realidad. Pero no habría esperanzas de evangelización, si la realidad humana del campesino se limitara a lo expuesto hasta ahora. Si no hubiera valores que liberar y fomentar, pensar en liberación seda tarea inútil. El campesino latinoamericano conserva también valores profundamente humanos, más o menos escondidos y pisoteados, capaces de ser desarrollados, con una gran perspectiva de futuro. A veces estos valores, de los que vamos a hablar, son contradictorios con los defectos de los que tratábamos en el apartado anterior. Pero no por eso dejan de ser reales. La vida humana está llena de contradicciones y de luchas internas antagónicas. Servicialidad El campesino habitualmente es servicial. La mayoría de ellos suelen tener una actitud abierta de disponibilidad para "echar una mano” a todo el que encuentren con alguna necesidad concreta. El viajero o el visitante que se acerque a una casa campesina hallará generalmente una buena acogida: no dudarán en abandonar su trabajo para poder recibirle dignamente, y le ofrecerán lo mejor de su conversación, de su mesa y, si no hay dónde, serán capaces de ofrecerle aun su propio lecho. Ante un accidente, una necesidad inesperada o sencillamente una persona desorientada que pregunta por el camino para llegar a un lugar determinado, el campesino dejará normalmente su trabajo o su descanso y le ayudará con gusto en todo lo que esté a su alcance. Este espíritu de servicialidad se concretará muchas veces en diversas formas de solidaridad y trabajos comunales, como veremos a continuación. Solidaridad La hospitalidad y servicialidad de nuestro pueblo, suele dar un paso más, y convertirse en solidaridad, ante ciertos casos de sufrimiento o desgracias de compañeros. El campesino se siente solidario ante la muerte de un vecino. Considera lo más normal pasarse una noche completa en el velorio, “sintiendo” junto con los parientes del finado. Sabe compartir sus penas y sus consuelos. En el campo jamás quedará abandonado un niño huérfano. Las familias campesinas saben adoptar entre sus hijos a uno más, como la cosa más natural del mundo. He podido apreciar en diversas ocasiones cómo reciben en su casa a una persona enferma desconocida, que iba de paso por el lugar, y han sabido cuidarla como si fuera de la propia familia. El sentido de solidaridad se desarrolla fuertemente cuando sobrevienen ciertas desgracias o desastres colectivos, como inundaciones o terremotos. En esas ocasiones saben aportar todo lo que pueden en su pobreza para socorrer a las víctimas. En su religiosidad brota con facilidad el espíritu de servicialidad y solidaridad. Es muy importante estar alerta para detectarlo y fomentarlo, pues en caso contrario corremos el peligro de ahogar este hermoso brote lleno de porvenir. Espíritu comunitario Es un valor característico del campesinado latinoamericano, que surge de lo más intimo de su identidad. De la oscuridad profunda del pasado precolombino viene esta tendencia al trabajo y a la vida comunitaria. La ayuda mutua por tribus, la caza en común, la defensa mutua y el trabajo comunitario de la tierra son instituciones que van en la sangre de los pueblos amerindios. Es curioso constatar que en los dos grandes grupos lingüísticos sudamericanos, quichua y guaraní, se usa la misma palabra para designar cierto tipo de trabajos comunitarios: la minga. Se trata de una institución cuasi sagrada, por la que de una manera desinteresada, a ritmo de fiesta, trabajan juntos para realizar obras en servicio de la comunidad, como pueden ser caminos, escuelas, servicios de agua o luz eléctrica, casa comunal, capillas, etc. En círculos más familiares, se ayudan a construir sus viviendas o a cultivar sus campos. Reciedumbre humana El campesino es hombre que sabe trabajar duro, hombre curtido por la reciedumbre de la tierra y el dolor de su existencia. Saben aguantar las tormentas de la vida con una constancia inquebrantable. Reciedumbre física para el trabajo, el frío, el calor, la mala alimentación, las enfermedades. Reciedumbre sicológica para soportar la marginación, el desprecio, la incomprensión. Reciedumbre espiritual para mantenerse firmes en su fe, a pesar de todas las adversidades. Esta reciedumbre humana, necesaria para poder sobrevivir, pero que encierra un cierto aspecto de pasividad, se convierte en garantía de perseverancia, cuando el campesino se concientiza y se pone en marcha por un camino de compromiso. En este caso, su capacidad pasiva de aguante, se transforma en fuerza arrolladora, firme como la roca. No es fácil que un campesino fanático abra los ojos y se dé cuenta de su realidad, las causas que la producen y el camino a seguir para liberarse; pero una vez que descubre por sí mismo todo esto, las garantías de compromiso son casi totales, sobre todo si es consciente de que Dios así lo quiere. Merece una mención especial la reciedumbre de la mujer campesina, en muchos casos superior a la del hombre. Su capacidad de aguante del sufrimiento parece sin límites. Por eso su concientización es más difícil. Pero si llega a abrir los ojos, su compromiso suele llegar a ser más consecuente que el del varón. El temple del alma campesina se convierte en una firme esperanza de futuro, cuando ellos, conscientes de lo que hacen, sintiéndose apoyados por Dios, se ponen en marcha de una manera organizada. Sentido de la vida El campesino sabe aguantar la dureza de su vida. Es fuerte para sufrir. Pero sin embargo conoce el secreto de sacarle jugo a la vida. Con frecuencia son tristes, pero rara vez amargados. Pues miran su vida con tal sencillez y sentido común, que saben sacar provecho aun de los peores momentos. Su filosofía de la vida es sumamente realista. Parte de los hechos y busca sortear los temporales de la manera más sensata posible. Su profundo sentido humano, libre de formalismos, les permito entablar lazos de amistad, francos y abiertos, que compensan la dureza de sus vidas. Intuitivamente sienten la sinceridad del que se les acerca a estrecharles la mano, Y entablan fácilmente una amistad, quizá no muy profunda, pero ciertamente alegre y estimulante. Su sentido humanitario les hace también ser tolerantes con los defectos y fallos propios y del prójimo. Normalmente son sumamente comprensivos; capaces de entablar una conversación franca y positiva con su prójimo en busca de ayudarle a reflexionar y darle un estímulo. Como compensación a la dureza de su vida, saben buscar la alegría de las reuniones de amigos, llenas de bromas chispeantes. Y la alegría de las fiestas generalmente religiosas, donde no tienen empacho en derrochar, con tal de disfrutar a lo grande, siquiera de vez en cuando. Este su sentido de la vida, debidamente purificado y desarrollado, garantiza el humanismo del mundo nuevo, por el que luchan algunos sectores de ellos. Sensibilidad ante las injusticias En lo más hondo de la pasividad y la resignación del campesino, se esconde siempre un fondo de rebeldía, más o menos consciente, pero que con frecuencia está más desarrollado de lo que aparece por fuera. Generalmente son conscientes de la injusta desigualdad de nuestro mundo. No se atreverán quizás a hablar sobre ello con gente extraña. Pero no es raro que dialoguen entre ellos sobre este tema, con tal que encuentren ambiente de confianza mutua y sinceridad. Siempre los pobres han tenido un cierto grado de conciencia de la injusticia de su situación. E intuyen certeramente cómo todas las cosas debieran estar al servicio de todos los hombres. Ellos tienen una visión ideal de cómo debiera ser el mundo. Piensan que debiera existir una sociedad sin clases, sin ricos Esta utopía del pueblo, confusamente sentida, se convierte en alienante, si es que se queda solamente en nostalgias oscuras, sin llegar nunca a expresarse, ni a considerar sensatamente los pasos a desarrollar para alcanzar la mata. Pero se transforma en fuente de búsqueda, de creatividad y de compromiso, si aprenden a relacionar la utopía con las condiciones de su realización. Más aún si ven a Dios mismo en lo más intimo de estas aspiraciones. Esta rebeldía oculta contra las injusticias y la añoranza confusa de un Ideal se esconde también en lo más íntimo de su religiosidad. Habrá que saber descubrirla y desarrollarla. 3. AYUDAR A CRECER COMO PERSONAS Con frecuencia diversos agentes de pastoral o promotores sociales se preocupan de ayudar a los campesinos para que puedan salir de su miseria. Por todas partes pululan planes de desarrollo, de asistencia social, de atención técnica, Y ciertamente no está mal ayudarles a que den unos cuantos pasos adelante hacia el progreso. Pero si al mismo tiempo en que les ayudamos a progresar en algo material, les estamos reforzando sus defectos sicológicos, el mal que les infligimos es de mucho mayor peso que los pasitos de progreso parcial que les enseñamos. Todo progreso a base de paternalismo equivale a drogar a nuestros “protegidos”. Es acostumbrarles a ese ilusionismo de encontrar pequeñas soluciones llovidas de arriba. Con ello no hacemos sino reforzar su despersonalización su complejo de inferioridad y su espíritu pasivo. ¡No le podríamos infligir daño más grave! Peor sucede aún con ciertos personajes “caritativos”, que disfrutan con ayudar a “sus pobres”, de una manera aislada, al precio del servilismo de sus protegidos. Así matan en ellos la posibilidad de pensar por sí mismos, de ser ellos, convirtiéndolos en perros falderos, babosas de espíritu, desclasados de su gente y sus problemas. A veces los pobres que se acercan a pedir limosnas en conventos y casas burguesas son gente degradada humanamente. Si tuvieran dignidad, no se acercarían. Lo mismo pasa con cierta clase de peones de hacienda o es- En ciertos casos se da un verdadero progreso material, pero si ese relativo avance va acompañado de un aumento en el conformismo y la despersonalización, en realidad lo único que ha habido es retroceso. En países “desarrollados” ese desarrollo se limita con frecuencia a la capacidad de meterse de lleno en la sociedad de consumo. Desarrollo para ellos es “tener más”. ¿Pero valen más en su interior? ¿Son más personas? ¿Aumenta su grado de conciencia? ¿Quedan más unidos? ¿Saben a dónde van? Me parece de suma importancia conocer los defectos y cualidades del campesinado de una forma muy realista, de modo que siempre estemos vigilantes para no caer en el error fatal de aumentar sus defectos y matar sus cualidades. Hay organizaciones que buscan directamente este fin malvado, aunque, claro está, bajo la máscara de ayuda para el progreso. Pero más triste aún es el caso de los que se acercan al campesino de buena voluntad, pero, por desconocimiento, se quedan en lo superficial. En el fondo están colaborando ingenuamente en el proceso de degeneración del campesinado. Una buena pedagogía en la pastoral campesina no se puede contentar, como es natural, con no fomentar sus defectos. La preocupación principal se centra en todo lo que ayude al desarrollo integral de esos tesoros que el campesino guarda en su corazón. Más adelante desarrollaré más ampliamente esta metodología. Ahora sólo pretendía insinuar el tema, de modo que resaltara la importancia de conocer, en el grado que sea posible, al campesino por dentro. En caso contrario se corre el peligro de causarle graves daños, aunque con muy buena voluntad se pretendiera todo lo contrario. La descripción realizada queda muy incompleta. Pero a modo de ensayo espero que sirva de estimulo para que otros muchos servidores del campesinado ahonden en el tema. Por mi parte ahondaré un poco más en ello en el capítulo tercero, mirando al campesino bajo el prisma de su religiosidad. 2 Sigamos adentrándonos un poco más en el mundo interior del campesino. No es fácil conocer el alma campesina: lo Que piensa, lo que busca, sus criterios de valor, sus motivaciones interiores de acción. Pero podemos afirmar que la mayoría de ellos tienen fe en Dios y una profunda religiosidad, fundada en hermosas aspiraciones humanas y con valores verdaderamente evangéli¬cos. También podemos afirmar que en esta religiosidad hay bastantes lagunas y desviaciones. Comencemos fijando la atención en la fe del campesino, para pasar en seguida a analizar más detenidamente el hecho de su religiosidad. En el capítulo siguiente intentaremos reali¬zar un juicio de valor sobre las virtudes y defectos de la re¬ligiosidad. 1. LA FE DEL CAMPESINO La mayoría de los campesinos latinoamericanos ciertamente tiene fe. Creen en Dios de una manera auténtica y profunda. Es la fe de los sencillos de corazón, Que ponen su confianza en Dios y todo lo esperan de Él. Creen en el Dios de la naturale¬za, que fecunda sus campos, sus animales y a ellos mismos. En el Dios que es bueno, y les ayuda en todos sus quehaceres. En el Dios que es también misterio y, por consiguiente, incompren¬sible en muchos de sus designios. Ellos saben recibir el con¬suelo y el ‘castigo’ de Dios con toda naturalidad. Sienten en sus vidas la mano de Dios. La fe es para ellos un valor firme, hondo y decisivo. Engen¬dra en ellos conciencia de dignidad y un profundo aprecio por las virtudes fraternas. La fe les da un sentido de esperanza y de trascendencia en la vida y hasta un sano humor ante todos sus problemas. La fe les da fuerzas para seguir siempre bregando hacia adelante. Les da razón de existir; para ellos la vida del hombre tiene un sentido, que no radica en sí mismo, sino que es trascendente. El campesino siente un repudio instintivo ante toda forma de hipocresía, abuso, desprecio o explotación del prójimo. Sienten hambre de respeto, de comprensión, de ser tratados en igual¬dad de condiciones; hambre de encontrarse consigo mismos, con los demás y con la naturaleza “como Dios manda”. Para ellos es más el “ser” que el “tener”. Aunque viven económicamente en la pobreza, su corazón es rico en humanismo. Su alegría es fruto de un corazón sano, que sabe trascender en Dios las an¬gustias diarias de la vida. En el fondo de sus valores hay un profundo sentido de sen¬tirse salvados por Dios. Lo cual quiere decir que su fe es autén¬tica; imperfecta, pero verdadera. Aunque conozcan poco de Je¬sucristo, su fe en Él es genuina, ya que Cristo está implícito en el concepto de un Dios que salva. En Martín Fierro, por ejemplo, prototipo del campesino del sur, apenas se habla directamente de Dios, pero toda su vida está marcada por la realidad de Dios, que subyace en forma constante en su propia vida y en toda la naturaleza. En la fe campesina hay un subsuelo de Evangelio intuido y vivido, aunque no saben expresarlo en categorías intelectuales. Se dan juntos la intuición profunda y el conocimiento confuso. De aquí la importancia de estar muy cerca de ellos, para saber reconocer, encauzar y cultivar la fuerza de su fe. Los pobres son destinatarios privilegiados del Evangelio, por su capacidad de apertura a Dios, de sensibilidad a las diversas formas de opresión del pecado, por su mayor conciencia de de¬bilidad y de necesidad de la Salvación de Dios. Su fe no es madura. Es un brote sin desarrollar, pero con una gran fuerza de crecimiento, si es que no los pisoteamos, y le ayudamos, en cambio, a desarrollarse. Jesús, que se hizo pobre por amor a los pobres, generalmente es poco conocido por los campesinos. No lo miran como la Gran Esperanza, la Vida, el Señor, que les es necesario y suficiente. Ellos creen y esperan en Dios, pero apenas les ha llegado en profundidad la noticia de que ese Dios se hizo hombre como nosotros, y sigue viviendo y sufriendo en nosotros. Jesús es normalmente para ellos como un santo más, quizá más im¬portante que los otros, pero por ello más lejano, al que es más difícil acercarse. Veremos este punto más adelante. En nuestro pueblo campesino hay, pues, una fe válida, so¬brenatural, aunque inicial e imperfecta. Jesús, aunque confu¬samente conocido por ellos, vive en sus corazones. Quizá mu¬chos de ellos viven todavía la fe del Antiguo Testamento. 2. FE Y RELIGIOSIDAD La fe es un acto de entrega incondicional al Dios vivo y ver¬dadero, a Dios tal cual es, independientemente de la idea más o menos acertada que tengamos de Él. Por eso la fe trasciende nuestras ideas y nuestros sentimientos religiosos. Es un don de Dios, quien se nos comunica de forma que po¬damos aceptar su existencia de una manera integral. Por la fe Dios pasa a ser la orientación vital de nuestra existencia. Decíamos en el apartado anterior que los campesinos nor¬malmente tienen fe auténtica en Dios. La aceptación de la exis¬tencia de Dios configura toda su vida. Cosa muy diversa son las interpretaciones que ellos hacen sobre Dios. Por eso es impor¬tante saber distinguir entre fe y creencias. Las creencias son las interpretaciones que hacemos sobre el modo de ser de Dios y sobre su voluntad. Estas ideas nuestras dependen en gran parte de la filosofía y la cultura de cada persona, de cada ambiente y de cada época. Por consiguiente, las creencias tienen algo de verdad a veces y quizá con fre¬cuencia mucho de inexacto, pues no son sino pobres inter¬pretaciones humanas sobre Dios. Por ello pueden y deben ir cambiando, según cambia la cultura de cada persona y cada ambiente Así es posible ir superando poco a poco las imper¬fecciones de nuestro pobre pensar sobre Dios. Sólo en el cielo podremos conocer a Dios tal cual es. A las creencias acompañan siempre un conjunto de vivencias, que son las decisiones de la voluntad y los sentimientos que nos suscita nuestra fe en Dios. Estas vivencias también van cambiando según van evolucio¬nando los sentimientos personales y los diversos ambientes. La fe, como acto de entrega a Dios, debe estar por encima de los cambios ideológicos y emocionales. Muchas personas en¬tran en crisis por no saber distinguir entre fe y creencias. Pon el simple hecho de descubrir lo falso de una creencia anterior, llegan al absurdo de negar la fe en Dios. Me ha parecido conveniente esta pequeña exposición acla¬rando ideas, porque así, de una manera adaptada, suelo hacerlo con los campesinos, cuando se encuentran con las crisis de su religiosidad. Entendida a tiempo esta diferencia entre fe y creencias, se evitan muchos problemas posteriores. Pues bien, el conjunto de creencias, vivencias y experiencias comunes y frecuentes entre el campesinado latinoamericano, a un nivel general, es, a mi entender, lo que llamo religiosidad campesina. Aunque toda religiosidad popular tiene datos comunes, cada sector se diversifica en varios aspectos y matices. Acá trataré solamente de la religiosidad del campesino medio latinoameri¬cano, principalmente el minifundista. Pues dentro del campesi¬nado también se dan diferencias, según la clase de trabajo que realizan y según las zonas geográficas donde viven. Lo más fácil es describirla. Esto es lo que haremos a través de gran parte del libro, centrándonos siempre en lo específico del campesino medio latinoamericano. 2. SUPERVIVENCIA DE LA RELIGIOSIDAD Al entrar a hablar directamente del tema, quisiera comenzar destacando este factor de la supervivencia de la religiosidad en nuestros días. Últimamente se habla mucho de religiosidad popular, pero no la han puesto de moda los teólogos ni los estudiosos. Sino el propio pueblo, que a pesar del desprecio y el abandono en que la hemos tenido, ha sabido defender y conservar su religiosidad, de manera que ahora pasa a ser un hecho de actualidad. La religiosidad popular ha sobrevivido, en contra de lo que se había previsto, al fenómeno de la emigración y a las corrientes modernas que van llegando paulatinamente al campo. Ante el asombro de muchos, la religiosidad popular no ha muerto. No es algo meramente histórico: es una realidad palpitante, que el campesino vive en profunda intensidad. A veces, ante los avances técnicos, si no se le cultiva adecuadamente, toma nuevas formas, más o menos distorsionadas. Pero no suele des¬aparecer. La religiosidad se configura con el campesino; expresa su sentir y su manera de entender la vida. Es parte de su cultura: un modo de expresar su pensar, sus vivencias más profundas, su comunitariedad, sus tradiciones, su fe y su confianza en Dios. Así ellos acuden a Dios y le manifiestan sus sentimientos y de¬seos, ya sea personalmente o en comunidad, pero casi siempre de un modo integral. Quizá son oraciones, creencias o prácticas aparentemente pobres o rutinarias, casi siempre al margen de lo oficial, pero al campesino le ayudan a expresarse, sintiéndose ellos mismos. Le ayudan a “ser”. Son los signos y los medios palpables sobre los que ellos se apoyan. ¿Qué importa que estas expresiones de fe sean imperfectas a los ojos de los “cultos”, si a ellos les sirven mejor para expresar lo que sienten? A veces es el único medio que tienen para expresar su interioridad. El pueblo, pues, es el que hace sobrevivir su religiosidad. Junto a su lucha de supervivencia nace también en el continente un interés creciente por todo lo autóctono, por la cultura propia, por encontrar nuestra propia identidad. Y así, a escala eclesial, nace un movimiento de pastoral latinoamericana que quiere ser fiel a su propia realidad. Dentro de él se ubica el interés actual por la religiosidad popular, no solo a escala de estudio antro¬pológico o folclórico, sino principalmente como camino de evan¬gelización. 4. CREENCIAS CAMPESINAS Las creencias son el substrato de la religiosidad. Hasta debajo de una superstición hay una creencia. Algunas son falsas; la mayoría encierran algo de verdad. La creencia se expresa cuando se pregunta a alguien: “¿por qué hace usted esto?”. Entonces la gente responde con una creencia. A veces, hasta se pierden las creencias y queda el mero gesto del rito. En estos casos puede ser bueno hurgar en la memoria de los ancianos en busca de los “por qué” de ciertas costumbres religiosas. A veces se encuentran “porqué” interesantes, que dan de nuevo sentido a algunas costumbres o ritos antiguos. Es difícil hablar sobre creencias campesinas, Y materia lar¬ga. Pero intentemos, siquiera un poco, sacar a luz algunas de sus creencias, sabiendo que siempre habrá un margen de in¬exactitud, pues se trata de algo intimo de personas a quienes les cuesta expresarse y son además reservadas y desconfiadas. Su idea de Dios Da miedo entrar a hablar de este tema. Es como manipular la intimidad más sagrada del campesinado. Además, en este punto como en ninguno es imposible ser fiel, pues cada uno tiene su idea personal sobre Dios. No obstante, creo oportuno desarrollar una serie de opiniones, más o menos comunes, que he podido detectar en este punto. Casi todos ellos tienen un profundo sentido de Dios, nacido de su fe en Él. “Para ellos Dios es el Señor de la vida y de la muerte, que acude en los momentos criticas, de quien se reciben todos los beneficios, a quien se puede poner por testigo de la verdad, quien ha dado una ley a la que hay que ajustarse y a quien hay que pedir todo lo que necesitamos”. Dios es también señor de la vida y de las enfermedades, que las da y las quita cuando quiere. Miran a Dios como cercano y lejano a la vez, indulgente y severo. Esperan todo de Él y al mismo tiempo le tienen miedo. Dios está más allá de las nubes, es poderoso, lo ve todo, pero también lo ven acompañándoles en su camino. Lo miran más como a juez, que como a padre. El concepto de paternidad lo centran más en la creación. Es Padre, Señor de todo lo creado, que da las leyes a la naturaleza, la conserva y la hace producir para bien de todos. Quizás esta manera de mi¬rar a Dios se parezca en algo a la del Antiguo Testamento. Es castigador del pecado, al estilo veterotestamentario tam¬bién. En otros grupos la idea de Dios está más degradada. Según ellos, el poder de Dios es responsable de todo lo que acontece en la tierra. Creen en un dios arbitrario, al que no se le puede comprender. Da premios y castigos, no se sabe por qué. La gente no puede “negociar" con Él, sino aceptar su vo¬luntad con resignación, o acudir a cualquier santo. La respuesta a un dios arbitrario es el fatalismo. El hombre, impotente, sólo puede refugiarse en una actitud paciente. El “destino” se confunde con la voluntad caprichosa de Dios. Detrás de esta concepción de Dios está la imagen del patrón de hacienda. En la sociedad represiva en que nació el campe¬sinado latinoamericano, su lenguaje religioso en algunos aspec¬tos cuaje como un lenguaje de esclavos. En mi parroquia actual estoy cansado de escuchar llamar a Dios “taita amito”. Es que siempre la imagen de Dios depende en mucho de las circuns¬tancias del ambiente. Para bastantes campesinos, Dios y el patrón son dos perso¬najes poderosos, ante los que ellos, gente sin poder, tienen que someterse en todo sin protestar. Son los que mandan, los que sa¬ben, los vencedores, casi siempre incomprensibles. En algunos sectores indígenas, sus divinidades autóctonas están más cerca de la concepción del verdadero Dios, que la que le enseñaron los españoles. Así la religión popular tiene un papel conservador en la so¬ciedad. Es una defensa del orden establecido. Creen ellos que Dios se muestra satisfecho, como el patrón, cuando se mues¬tran sumisos en todo. Taita Diosito los quiere pobres y “humil¬des” para siempre. Los santos En la mentalidad campesina normalmente Jesús es un santo más, a veces más importante y a veces menos. Hablaremos de Jesucristo largamente en los capítulos X y XI. Ahora nos cen¬traremos en la concepción de los santos en general. A la Santísima Virgen se le dedica el capítulo XII. Con los santos hay una relación devocional. Es una relación de alianza entre el fiel y el santo. Este desempeña el papel de un “padrino” o “abogado” celestial. Los dos tienen sus obliga¬ciones mutuas. El devoto debe prestar culto a su santo de un modo regular. El santo, a su vez, debe proteger al devoto en esta vida, ayudándole en sus necesidades concretas. El santo exige ante todo confianza y devoción. Rara vez tiene exigencias de carácter moral. Cada santo suele estar especializado en la obtención de gra¬cias específicas. Cuando esta gracia parece ser imposible a los hombres, adquiere el carácter de milagro. A veces ayudan al esfuerzo humano en sus tareas. Y a veces sustituyen el esfuerzo de los hombres. Conseguida la gracia, el devoto tiene la obligación de mostrar su agradecimiento por medio de un acto de culto, En caso con¬trario será castigado, y no podrá llegar al cielo, como alma en pena, hasta que no pague lo que debe. El pago se hace promo¬viendo un rezo en casa, con una misa,. colocando flores delante de la imagen, reventando cohetes, etc. Una vez cumplido el con¬trato, normalmente el fiel no tiene más obligaciones con el santo. Se puede tener un contacto directo y personal con el santo. Este está al alcance inmediato del fiel en la imagen, los santuarios y las fiestas. Se puede ir directamente a él, conversar con él, exponerle los problemas y agradecerle sus gracias. El santo no es una entidad abstracta. Está encarnado en la imagen que le representa. Por eso es necesario buscar al santo en su lugar: de ahí la frecuencia de las romerías. Federico Aguiló llega a contraponer el monoteísmo de la creencia en la Pachamama con el “politeísmo sincrético de la imagen material cristiana”. Verdaderamente con relativa fre¬cuencia el culto a las imágenes ha degenerado en idolatría. Se venera la imagen material en concreto, sin ninguna relación con el santo histórico que representa. Están también los casos de santos especializados en hacer da¬ño al prójimo o en conseguir algo malo. Pero no es el momento de detenernos en detalles. Noción de pecado Normalmente el campesino de poca instrucción religiosa, so¬bre todo si es de ascendencia indígena, tiene una concepción de pecado distinta a la nuestra. Pecado para ellos es no respetar las normas preestablecidas en su ambiente rural, transmitidas por sus mayores. Así, por ejemplo, no será pecado mentir al “padrecito” sobre la salud del recién nacido, con tal de cumplir la costumbre de bautizarlo en seguida. O pasarán por un cursillo de preparación no porque les interese instruirse, sino para que el sacerdote no deje de realizar la ceremonia. Quizá la falta de amor no es pecado, o darle una paliza a la mujer, pero lo es comer carne en un día prohibido. En cam¬bio ser malcriado con los padres es uno de los mayores pecados. Por eso en muchas facetas no tienen noción de conversión. Donde no existe conciencia de pecado no es necesario convertirse. No cumplir las promesas a los santos es un gran pecado. Pero nadie cambia por eso de vida. Paga la promesa, y listo. La ausencia de sentido de conversión explica también el ri¬tualismo, que a veces tiene el carácter de magia: es suficiente hacer un rito determinado o simplemente estar presente du¬rante la celebración. Lo que se hace antes, durante o después de la ceremonia no tiene importancia. En ambientes cerrados, el valor clave es la fidelidad al grupo a que se pertenece. Son comunidades homogéneas, con una “cen¬sura” social rígida y una presión social estricta. Los miembros de estos grupos encuentran su equilibrio interior en la adapta¬ción espontánea a las costumbres impuestas por el estilo de vida ambiental. Por eso encuentran grandes dificultades para acep¬tar reformas en su escala de valores. Y por ello también defen¬demos que un proceso de evangelización debe partir de sus propios valores más autóctonos. 3 La religiosidad es algo integral. Estoy plenamente de acuerdo con la opinión de Segundo Galilea: “Discernir pastoralmente la religiosidad popular no admite la posibilidad de una separación simplista de “valores” y “contra¬valores”, en dos líneas paralelas. Las cosas son mucho más com¬plejas (como es igualmente compleja cualquier evaluación de una experiencia humana). Aquí no hay valores puros, ni contravalores puros. La constante es el gris, atenuado u oscurecido. Los valores y deficiencias están mezclados en las mismas prác¬ticas o actitudes. Por eso el proceso de purificación de la fe popular es largo y complejo. Se debe descartar en general las tomas de posición “de principio”, de aprobación y desaproba¬ción total, y asumir una línea pedagógica, que toma la realidad tal cual es, con su compleja ambigüedad”. Una vez aceptado este principio, que se ha de tener en cuenta a lo largo de todo este capitulo, justamente para poder enten¬dernos con más claridad, he considerado conveniente separar artificialmente las riquezas y las deficiencias de la religiosidad. Así hicimos también en el capítulo primero. No olvidemos, pues, que esa “compleja ambigüedad” se da en unas mismas personas. 1. SUS VALORES Si sabemos meternos en el corazón del campesino latinoamericano, descubrimos en su religiosidad valores admirables, de mucho más peso que los defectos que saltan a la vista en primera instancia. Me ha parecido oportuno destacar primero la parte positiva, precisamente por ser más difícil de detectar a ojos extraños, Y además porque, sopesada en su justa medida, será más razona¬ble la atenuación y corrección de lo negativo. Lo que expongo a continuación es fruto de largos años de convivencia con campesinos en diversos puntos de Sudamérica. A algunos quizá les parezca mi opinión demasiado optimista. Pero yo así lo veo. Y el que no lo crea, que venga a convivir, sin prejuicios, con todo cariño, con este campesinado. Manifestación popular de fe La religiosidad popular es ante todo una manifestación de 1 e. La fe es la fuente de donde nace toda esta riqueza. Y al mismo tiempo, la religiosidad es el ambiente que mantiene y fomenta la misma fe. En sus prácticas religiosas el campesino suele gozar de una experiencia simple de Dios. Orienta su vida hacia Dios de una manera profunda y sencilla. Saben gustar de la confianza en Dios. Gustan de Dios como apoyo y razón de ser de sus vidas. Como su defensa. Como la roca firme que les aleja de los peli¬gros. Sienten su presencia amorosa, vigilante y permanente. Con toda verdad se puede decir que Dios es su consuelo y su espe¬ranza. Aun el folclore de sus fiestas religiosas tiene como fondo la conciencia de la presencia alegre de Dios. Sienten en todo una fuerte dependencia de la voluntad divina. Se muestran abiertos a lo que Dios quiera. El problema está en qué es lo que se les ha hecho creer que Dios quiere de ellos. Por eso, esta actitud en sí no es alienante. El sentirse hijos de un Dios providente les personaliza. Ellos se esfuerzan en realizar lo que piensan que es la voluntad de Dios. Si con frecuencia esta actitud positiva se desvaloriza con tintes de pasividad y fatalis¬mo, es porque no se les ha enseñado otra cosa. Oreo que el campesino es menos fatalista de lo que aparece de por fuera. Acepta con facilidad las desgracias materiales, pe¬ro en lo profundo de su corazón suele florecer un sentido pascual de la vida: como telón de fondo está Dios. La fe le ayuda al cam¬pesino a sufrir su dura condición. Saben que Dios les tiene en cuenta, les apoya y les premia. La fe les impulsa a no apoyarse en nada de una manera egoís¬ta. Les lleva a compartir lo que tienen. Les hace generosos. Su fe les lleva a veces a extremos de heroísmo. Cuando se trata de hacer promesas al Señor, la Virgen o los santos. O cuando van a agradecer. Por su fe son capaces de cualquier cosa. Por eso, si llegan a entender que la fe en Dios les pide un compromiso serio en favor de los hermanos, son consecuentes con ello y no paran mientes en los sacrificios que les pueda costar la ayuda al prójimo. Hasta ahora la religiosidad está centrada en la devoción a las imágenes. A través de ellas encuentran a Dios. Pero si a través de una catequesis bíblica adaptada a su realidad acep¬tan al prójimo como el camino más directo para encontrar a Dios, las manifestaciones de su fe pueden llegar a decisiones insospechadas. Espíritu de oración Como acabamos de ver, la fe lleva a querer comunicarse con Dios. Por eso, el mejor exponente de la religiosidad campesina es su espíritu de oración. Ellos se comunican con Dios por me¬dios distintos a los cultos oficiales: a su modo, que no tiene por qué ser menos profundo que el de los leídos e instruidos. Su comunicación con Dios es espontánea y sincera, ajena a moldes programados e impuestos. Saben comunicarse con Dios y descargar en Él sus problemas á través del fervor contagioso de una romería, unas velas encendidas, una danza o unos can¬tos, velando un santo o un difunto, llorando o hablando con toda espontaneidad; a través de incontables ritos tradicionales o simplemente rezando un rosario o mirando en silencio a una imagen. Quizá la oración del pueblo esté más cerca del Evangelio que la de muchos sacerdotes y religiosos. Quizá llegan a Dios más simplemente y con más autenticidad. Ellos gozan a veces de la presencia de Dios en todos los actos de su vida. ¿Y no es ésta una de las mejores formas de orar? Hay campesinos que se sienten constantemente bajo la mirada providente de Dios. Consideran los sacramentos como algo imprescindible, pero ajeno a su ambiente en cuanto al rito. Por eso asisten a ellos de una manera pasiva. Y con frecuencia, después, lejos de la mirada del cura, los celebran a su modo. Si estas fiestas extra y post litúrgicas adquieren un tinte inadecuado a lo que se celebra, en el fondo no es culpa suya. Es porque lo que le damos en el templo no les deja satisfechos y lo que celebran a su modo tienen que realizarlo medio a escondidas, y por consiguiente sin ningún tipo de asesoramiento. Riqueza de sentimientos El toldare bullanguero de la religiosidad campesina no quiere decir, como hemos visto, que se trate de un fenómeno mera¬mente exteriorista. Si no hemos entendido su dimensión inte¬rior, no hemos llegado a lo más profundo y sincero de la fe campesina. La religiosidad popular supone una gran riqueza de senti¬mientos. En sus fiestas patronales se desarrollan sentimientos de gra¬titud, de esperanza, de orgullo local. De unión con los ante¬pasados en sus costumbres y de supervivencia para el futuro. Sienten y disfrutan la fuerza de sentirse unidos, de ser ellos mismos, de celebrar algo a su manera, según su modo de ser. La religiosidad campesina es una efloración de sus sufri¬mientos y sus esperanzas. Puede ser que sea el único medio a su alcance para expresar los sentimientos más íntimos. El pueblo se identifica con estas manifestaciones y por medio de ellas desarrolla en cierto modo su personalidad: lo que es suyo, lo que ellos han creado, heredado y conservado. También en las manifestaciones de religiosidad puede haber un sentimiento larvado de rechazo a las formas oficiales de liturgia y la cultura ajena que encierra en sí. Es una rebeldía contra lo que no es suyo y una afirmación de su identidad. Religiosidad integral Como decíamos al comienzo, la religiosidad popular es algo integral, que abarca a la persona en todas sus facetas. No se puede pretender separar la esfera religiosa y la civil. Los campesinos lo celebran todo junto, porque todo ello es hu¬mano. Y pretender separar lo religioso y lo “profano” es ofen¬derles. No es justo afirmar que lo religioso es sólo un pretexto para divertirse. Juzgar así es no entender su modo de ser. Es pensar con unos cánones muy distintos a los suyos. En su pensamiento y su corazón la fiesta es sólo una. ¿Es malo que el campesino mezcle todos los aspectos huma¬nos de su vida en una sola celebración? Ellos quieren dar un sentido religioso a toda su vida, especialmente al sufrimiento y a las alegrías. Su piedad es sencilla, piedad de pobre, y con sencillez cubre todos los rincones de su ser. Al mismo tiempo sabe llorar y can¬tar, pedir y prometer, esperar y alegrarse. Todo ello con la mayor naturalidad. Sin complicaciones. Sin distinciones ideoló¬gicas. Sin avergonzarse de manifestar sus sentimientos delante de los demás. Con espontaneidad, expresada a través de medios sencillos: velas, imágenes, procesiones, rezos salidos sin traba del fondo del corazón. Piedad natural, lejos de lo artificial y prefabricado. No hay compartimentos, estanco en el cora¬zón campesino: todo está vivencialmente unido. Es una religiosidad que entra por los cinco sentidos, sin frialdades cerebrales. Todo el hombre es asumido en su totalidad. Conciencia colectiva La religiosidad popular encierra una expresión de conciencia colectiva. He aquí otro gran valor. Es el recuerdo vivencial, celebrado con alegría, de las cos¬tumbres comunitarias de sus antepasados: memoria colectiva, conciencia de grupo, esperanza común. Sus fiestas religiosas son una mezcla de nostalgia y de esperanza. Es la celebración de su fraternidad. Todos se sienten unidos, con los mismos pro¬blemas y las mismas alegrías. Esos días todos se sienten com¬padres. Hay perdón y comprensión mutua. Se multiplican y se mezclan los brindis, los cantos, los rezos, las bromas. La pro¬cesión es un encuentro en marcha con Dios y con los hermanos. Es alegría comunitaria, acción de gracias, petición. La celebración de los bautizos, casamientos y entierros suelen ¡ser una ocasión de encuentros humanos fraternales. Se fomenta con frecuencia la unión entre parientes y amigos. Se relacionan los que estaban alejados o enemistados. Se ayudan unos a otros de forma desinteresada. Las fiestas religiosas del campesino ayudan al reencuentro de las familias y a la convivencia. Son un fomento de amistad, de solidaridad y hospitalidad. La religiosidad popular es una bandera que une al pueblo; les hace sentirse hermanos, hilos todos de un mismo Dios. Actividad creadora La tradición no es para el campesino algo estático, como se cree mirándole desde fuera. Son ellos los que construyeron estas costumbres. Y saben ir cambiándolas y adaptándose a las nuevas necesidades. Es cierto que a veces los campesinos parecen tercos en cam¬biar sus costumbres religiosas. Pero esta terquedad no nace es¬pontáneamente de ellos, sino de los agentes exteriores, que, con sus invasiones culturales, les quieren forzar a salir de su propio modo de ser, y se ven obligados a defender sus valores cerrán¬dose en ellos mismos de una manera ciega e inmóvil. La comunidad en cada lugar tiene una actividad creadora ante la tradición. Lentamente, a paso campesino, la van cam¬biando, la modifican y adaptan a sus condiciones y exigencias. La religiosidad popular tiene dentro de sí una poderosa fuerza interior que la hace renovarse en cada época, y así sobrevivir. Esta creatividad avanza a veces con algunas deformaciones. ¿Pero cómo se les puede pedir más, si casi siempre han tenido que crear lo suyo al margen de la. actividad oficial de la Iglesia? He podido constatar continuamente la actividad creadora del campesinado ante su propia religiosidad siempre que nadie se ha metido a estorbarles. Y si sabemos ayudarles debidamente sus posibilidades son grandes. Pueden dar un buen aporte al pro¬blema de una renovación evangélica de la vida cristiana, con expresiones muy concretas de una auténtica liturgia. “La religión del pueblo, de los pobres, de las masas, tantas veces despreciada, está mostrando sus escondidos tesoros. La religiosidad de las élites, eruditas y oficiales, racional e insti¬tucional muestran sus cojeras y vados. Hay en lo popular más de lo que se podía prever a primera vista, más de lo que se quena conceder. Empieza a consolidarse la sospecha, e incluso la certeza, de que en las vivencias populares se halla la posibilidad de un encuentro, ya sea con formas más equilibradas, más completas y humanas, que las que se encuentran en las sociedades construidas racionalmente; ya sea con una forma di¬ferente, que sirve para equilibrar y servir de resguardo al indi¬viduo acosado por los cambios sociales. El pueblo, en su reli¬giosidad, vive realidades que no vive la sociedad técnica. Hay en estas tradiciones sociales “naturales” más riquezas y posibi¬lidades que en las sociedades construidas artificialmente”. Fuerza liberadora ¿Encierra una fuerza liberadora la religiosidad popular? Ciertamente es una fuerza del pueblo, un medio de supervi¬vencia, una manifestación del poder de sus costumbres y su cultura, como un muro infranqueable, contra el que se estre¬llan muchos ataques de invasiones culturales, ajenas a su am¬biente. Y eso ya es una fuerza de liberación. Hay que reconocer también que en la religiosidad popular se encierra mucho de refugio, de consuelo y calmante de los do¬lores que sufre el campesino. Y creo que tienen derecho a ello. No veo por qué se ha de atacar tanto este aspecto. Todos tene¬mos derecho a buscar consuelo de nuestros sufrimientos. Cada uno busca cómo liberarse de sus dolores. Y el campesino en¬cuentra aquí un poderoso bálsamo liberador de sufrimientos. La religiosidad popular puede llevar además a una liberación del espíritu, raíz y fuente de la autenticidad de todas las libe¬raciones. El campesino tiene encerrada en sí esta riqueza espi¬ritual, gran tesoro, hoy más necesario que nunca, en este mun¬do en el que el materialismo consumista está anquilosándolo todo. La sociedad de consumo, asumida como ideal, rebaja seria¬mente los valores más humanos. El bienestar a toda ultranza, el disfrute egoísta de los placeres de la vida, la comodidad a ex¬pensas de los demás, carcomen, como polilla, la madurez hu¬mana. La religiosidad popular, debidamente purificada y desa¬rrollada, libera de estos venenos esclavizantes. Debe ser fuerza contraria a toda esa red de manipulación que ofrece el imperio del dinero. Fuerza crítica, bajo la luz del Plan de Dios sobre la humanidad. Fuerza correctiva y liberadora. Sal y luz, contraria a la corrupción de la opresión y a la oscuridad de la mentira. ¡ La religiosidad popular está llamada a compensar y neutra¬lizar las corrientes actuales que intentan marginar el valor del espíritu. Puede ser el corazón de un mundo sin corazón. El co¬munitarismo en una sociedad individualista. Por eso los campe¬sinos que por necesidad se alejaron a trabajar en los centros industriales, sienten necesidad imperiosa de volver a sus lugares de origen para respirar de nuevo el ambiente de sus costumbres y sus fiestas. Pero la fuerza liberadora de la fe campesina no se puede limi¬tar a neutralizar el avance del materialismo consumista. Puede llegar mucho más lejos. Cuando la sinceridad del fervor campesino cambia la direc¬ción de su mirada, al darse cuenta de que la voluntad de ese Dios, del que tanto esperan, es que se preocupen ante todo de ayudar a sus hermanos, la fe se convierte en fuerza arrolladora. Y cuando, profundizando aún más, se dan cuenta de que exis¬ten unas estructuras opresoras que impiden sistemáticamente vivir como Dios quiere, esa fe se hace revolución. Más adelante desarrollaremos este tema. Sentido de protesta América Latina se constituyó como una cristiandad colonial en un sistema totalizante que abarcaba a la vez lo religioso, lo político, lo económico y lo social. Como consecuencia de ello barrió con las culturas y religiones autóctonas. En este ambiente, la religiosidad popular asume en nuestro continente un carác¬ter latente de protesta contra lo oficial. “Es la protesta de la conciencia indígena y mestiza, sometida a una cultura, una religión y una moral extranjeras, que re¬construye bajo los nombres y las formas de éstas los elemen¬tos de su propia identidad religiosa y cultural. Es protesta y desconfianza hacia la religión y la autoridad constituidas, y la búsqueda de anticipar, mediante el milagro, la instauración de un reino de salud y de justicia. Pero la protesta es absorbida por la religiosidad y reducida a una satisfacción sustitutiva que la despoja de su potenciali¬dad transformadora”. Estas han sido algunas de las cualidades que encuentro en la religiosidad del campesino. Falta mucho que completar y matizar. Sobre esta base es sobre la que hay que edificar. Ahí está. Es difícil describirla. Pero espera que, tal cual es, le ayu¬demos a purificarse y levantarse hacia Cristo. 2. SUS DEFICIENCIAS La gran paradoja de la religiosidad es que junto con las maravillosas cualidades que acabamos de apuntar, nacen tam¬bién cantidad de defectos, y algunos muy graves. Como decía¬mos al principio todo esto se da entremezclado. Por eso estas contradicciones internas hacen muy difícil el trabajo pastoral. Puede ser que sin saberlo estemos cercenando lo bueno o fomentando lo negativo, O que al arrancar la cizaña malogremos también el trigo. Para entrar a hablar de este tema es necesario ponerse antes la mano en el pecho y sentirnos corresponsables del pecado histórico y colectivo de los invasores blancos, soldados y clero, en buena parte responsables de muchas de las deficiencias de la religiosidad latinoamericana. En este terreno hay que entrar con pie humilde. De nuevo repito que hablo de lo que he vivido. Son mis opi¬niones personales. Creo que estos defectos oscurecen la religio¬sidad del campesino, pero generalmente no la desvirtúan del todo. Sé que en la raíz de la fe guardan fuerza suficiente como para transformar estas desviaciones, si es que sabemos ayudar¬les debidamente. Por supuesto que esta parte está íntimamente unida a los defectos en el modo de ser campesino, de los que hablábamos en el capítulo primero. Ritualismo El rito es un acto personal o colectivo, que permanece fiel a ciertas reglas. Se distingue en la mentalidad popular de las otras costumbres por la característica particular de su pretendida eficacia automática por el solo hecho de realizarlo. Suelen dar además un papel importante a la repetición del rito. Nuestro campesinado es colorista, concreto, que parte siempre de la realidad y tiene que tocar para creer. Por eso necesita los ritos, el folclore, las ceremonias. Pero el gran peligro de esta su forma de ser es que se quede sólo en lo exterior, olvidando lo que los gestos debieran significar. Como decíamos al hablar de las creencias, no suele haber re¬lación entre las prácticas religiosas y un compromiso de cam¬bio en sus vidas. En algunos casos este divorcio es total. Bauti¬zar, casarse, ofrecer misas, asistir a romerías, son costumbres que hay que realizar, a veces por miedo del castigo si no se realizan según la tradición, pero sin ningún llamado a la con¬ciencia. La causa del ritualismo y el sacramentalismo tenemos que buscarla una vez más en la falta de formación religiosa adap¬tada a su realidad. Cuando se da una nueva realidad social, los ritos puede ser que no correspondan más a la vida concreta. La nueva gene¬ración no sabe qué hacer con muchos de los ritos de la vieja. Las mismas personas cuando mudan su contexto social —del interior a la ciudad— suelen perder bastantes de sus ritos. Considero importante este dato para aprovechar a la juventud y a los emigrantes como terreno propicio para combatir el ritualismo, cambiándolo por ritos adaptados llenos de sentido, que no valgan por sí mismos, sino por la actitud con que se participa.
Indo-American Press Service
Bogotá 1978
San Ramón (Misiones) – Paraguay
Yacarey (Piribebuy) – Paraguay
Avia Terái (Chaco) – Argentina
San Juan de Gualaceo (Azuay) – Ecuador
Ellas me enseñaron a respetarles.
En ellas admiré las cualidades campesinas.
A ellas dediqué lo mejor de mi vida.
Gracias.
INTRODUCCION
1. Psicología de oprimidos
2. Tesoros pisoteados
3. Ayudar a crecer como personas
1. La fe del campesino
2. Fe y religiosidad
3. Supervivencia de la religiosidad
4. Creencias campesinas
1. Sus valores
2. Sus deficiencias
1. Las huellas de los buscadores de oro
2. Conquistadores de hombres
3. Cristiandad colonial
4. Origen de la religiosidad campesina
1. Jesús se hizo pueblo y vibró con lo popular
2. Condenó duramente el ritualismo y la hipocresía religiosa
3. La actitud de Jesús le llevó a un serio conflicto religioso.
1. Es un punto de partida
2. Es posible mejorar y cambiar .. .
3. Hay que enfrentar serios dilemas .
4. La vos de la Iglesia: purificar y vitalizar .
5. Valores que potenciar
6. Actitud Inicial: dejarnos evangelizar por ellos.
1. Una sociedad en cambio
2. Crisis de la religiosidad sacral-cósmica
3. Crisis de la religiosidad sociológica
4. Crisis de fe
5. Secularización
1. Partir de los valores campesinos
2. Contar con el campesino
3. Buscar al campesino en su cultura
4. Redescubrir y recrear sus símbolos, sus mitos y sus ritos
5. Respetar el grado de desarrollo de cada persona y cada comunidad
6. Pedagogía adecuada para rechazar el mercantilismo, lo supersticioso y todo lo negativo
7. Constancia en el proceso
8. Necesidad de animadores intermedios
9. Tener clara la meta: Cristo hoy
1. Presencia de Cristo en el campesinado
2. El Antiguo Testamento del campesinado
3. Entre el Cristo deshumanizado y el Cristo "Hombre-Dios"
4. La devoción al Niño-Dios
5. La devoción a la cruz
6. Culto y seguimiento de Jesús
7. Las reflexiones bíblicas, camino hacia Cristo
1. Un título de nuestra época
2. Jesús cambia el modo de pensar y actuar
3. Jesús lucha por una nueva sociedad
4. El compromiso de la cruz de Cristo
5. Conocer a Dios es permanecer con Cristo en la pasión
6. La resurrección de Cristo en las liberaciones de hoy.
1. El marianismo del pueblo latinoamericano
2. En María los campesinos se sienten comprendidos y representados
3. La Virgen María y la Palabra de Dios
4. Camino hacia Jesús
5. María, mujer libre y liberadora
1. Ritos vacíos
2. Hacia una liturgia campesina latinoamericana
3. El bautismo como compromiso
4. La penitencia, como construcción de la hermandad
5. La eucaristía, como motor y celebración de la hermandad
6. El matrimonio
7. Asumir las devociones populares
1. Formación de animadores campesinos
2. Asambleas cristianas
3. Relación entre comunidades de base y religiosidad
4. Fermento liberador
5. Peligros de las comunidades campesinas
6. Organizaciones campesinas
+ ERNESTO ALVAREZ ALVAREZ
Arzobispo de Cuenca.
EL MODO DE SER
DEL CAMPESINO LATINOAMERICANO
ni pobres, sin explotadores ni explotados. Una sociedad donde cada familia pudiera poseer lo suficiente para cubrir todas sus necesidades vitales. Sienten en el fondo de su corazón que son iguales en dignidad a todos los demás hombres y ansían poder vivir según lo pide su dignidad. Piensan que el Estado debiera estar al servicio de todos, especialmente de los más necesitados. Tienen una visión intuitiva de lo que debiera ser la libertad y de los lazos de amistad verdadera que debieran unir a todos los hombres.
tanda, que viven limosneando con adulaciones y delaciones un poco de lo que les pertenece en justicia por su trabajo.
RELIGIOSIDAD CAMPESINA
A una escala general resulta difícil definir exactamente qué es religiosidad popular, por lo complejo del tema. Suele llamarse así a la forma socio-cultural con que la religión se interpreta, traduce y manifiesta a nivel popular. Se expresa en un conjunto de creencias, de vivencias, de ritos y de formas peculiares, que son difíciles de sintetizar.
CONTRADICCIONES INTERNAS
DE LA RELIGIOSIDAD
Fatalismo
Ya lo insinuábamos al hablar de su concepción de Dios como patrón. Quizá sea el tinte más negro de la religiosidad campesina. Nace de una falsa idea de Dios, a quien hacen responsable di¬recto de todas las desgracias.
Esta idea mata todo germen de progreso en sus cultivos. He visto cómo algunos campesinos han mirado como a demonios a agrónomos que intentaban ayudarles a mejorar la calidad de sus cultivos: cambiar el curso natural del campo, aunque sea negativo, es como ofender a Dios.
El mismo fatalismo anida con frecuencia en la concepción que se forjan sobre las enfermedades. Por eso con frecuencia en el ambiente en que vivo veo cómo dejan morir tranquila¬mente a sus enfermos: “Taita Dios se lo quiere llevar...”
Fatalismo también en la aceptación de las condiciones socio¬económicas en que viven, como fruto de una voluntad expresa de Dios.
Esta concepción de la Providencia es freno y es alienación. Pero cometeríamos un craso error si fijáramos obsesivamente nuestra mirada sólo en este aspecto. Es algo muy grave. Pero no esencial, ni incorregible.
Todo parte de la idea de que esa es la voluntad de Dios. Si a través de una catequesis adecuada conseguimos hacerles entender de que Dios dio al mundo unas leyes naturales autó¬nomas, y encargó al hombre el cultivo y perfeccionamiento de la naturaleza según esas leyes, entonces su actitud cambia radicalmente. Pues lo importante para ellos es cumplir la voluntad de Dios.
Supersticiones
Creo que no todas las supersticiones son malas. Depende de cómo y para qué se las use. Si se trata de ciertas expresiones culturales, que no llevan a algo pernicioso, no veo por qué hay que despreciarlas. Tampoco fomentarlas. Pero sí respetarlas. Y cuando es posible, ayudarle al campesino a dar el paso a Cristo a través de esa su creencia.
Hay supersticiones que son expresión de valores humanos. Como la devoción a ciertos personajes muertos en defensa de los demás. La Iglesia mantuvo durante siglos el culto a santos inventados por el pueblo cristiano...
Habría que bucear en la historia del nacimiento de ciertas supersticiones, para descubrir quizás en ellas los restos de una evangelización anterior, y danés su primitivo valor, si es que lo tuvieron.
Otras supersticiones, en cambio, frenan el desarrollo de sus vidas, apoyadas normalmente en la ignorancia. Que un cam¬pesino crea que va a extirpar la plaga de orugas en su cosecha, haciendo rezos especiales en tres esquinas de su chacra, no le favorecerá mucho en su desarrollo económicos, pues le impide aplicar métodos eficaces. No pueden ser buenas las supersti¬ciones que sustituyen mágicamente la iniciativa y la acción humana. Pero habrá que enseñarles con tacto y respeto las soluciones normales, según el estado de la ciencia actual capa¬ces ellos de aplicar. Se les hace ver que Dios así lo ha querido, de manera que el progreso no tenga por qué debilitar su fe.
Un caso especial de superstición puede ser el curanderismo, que a veces hace mucho daño por impedir que el paciente recurra a un dispensario médico. Pero quiero defender en parte a cierta clase de curanderos sensatos, que a base de medicina natural y algo de superstición hacen mucho bien entre el campesinado. Con frecuencia cubren un vacío de falta de médicos —doctores dicen ellos—. El campesino entiende mejor al curandero y tiene más fe en sus remedios. El ideal sería un entendimiento realista entre doctores y “prácticos”.
Sincretismos
“Se llama sincretismo a la mezcla de cristianismo y paga¬nismo, cristianismo y superstición o aun cristianismo y magia. Los sincretismos se encuentran presentes en mayor o menor grado en muchas subculturas indoamericanas; tienen incluso la función de autoformación de grupos subculturales, que al mismo tiempo de estar integrados, son diferentes de la cultura dominante.
Los sincretismos se insertan en lo cristiano como en su telón de fondo, y dentro del cristianismo representan una forma altamente depravada de religión de masas, que por ofrecer ex¬plicaciones simples y protectoras, tienen éxito”.
Más que una mezcla confusa, se trata de una yuxtaposición de las creencias y culto cristiano y pagano. En el espíritu cam¬pesino, indígena o mestizo, se superponen las dos religiones. Rara vez se logra una síntesis total.
Durante la Colonia no se dio una evangelización de las reli¬giones autóctonas. Estas se marginaron en la predicación como radicalmente malas. No se asumieron sus valores. Como resulta¬do quedaron intactos, superviviendo en el alma indígena, pero como escondiéndose a los ojos del misionero, que los atacaba siempre. Por eso se puede afirmar que en muchos sectores la semilla del Evangelio todavía no ha echado raíces encarnacio¬nistas. Está al lado, pero no se ha hecho la síntesis.
Quizás en relativamente bastantes casos la savia sigue per¬teneciendo a la religiosidad agraria ancestral, y sólo la corteza está compuesta por formas de cristianismo.
Como ya hemos insinuado, muchos campesinos viven en la época del Antiguo Testamento. Su fe en Dios es auténtica, peno sus creencias están llenas de influencias paganas. Todavía no han llegado a la fe en Cristo Salvador. Pero su fe en Dios es camino para encontrarse con Jesucristo. ¡Lástima que faltan apóstoles que sepan predicar a Cristo al campesinado!
4
RAICES HISTORICAS
¿Por qué el modo actual de ser del campesino latinoamerica¬no? ¿De dónde nació esta su religiosidad? ¿Son ellos los úni¬cos responsables de sus defectos?
Hay gente en las ciudades que piensa que el campesinado es una clase social aislada, aparte de los demás sectores sociales, que históricamente se han dejado influenciar poco por ambien¬tes que no fueron los suyos. Pero la realidad histórica es muy distinta. Desgraciadamente hubo y hay métodos de opresión, más o menos indirecta, que inciden fuertemente en el modo de ser del hombre del campo.
Intentemos ver un poco las causas que han aplastado macha¬conamente muchas de las cualidades positivas de este campe¬sinado, y al mismo tiempo han fomentado el crecimiento de factores negativos.
La forma de ser actual del campesinado latinoamericano, peo¬nes y minifundistas, tiene mucho que ver con su historia. Es frecuente escuchar a “gente bien” cómo desprecia al campe¬sino por los defectos que encuentra en él. Pero no es frecuente que esta gente se cuestione sobre la responsabilidad que su clase social tiene en el pasado sobre la forma de ser actual del cam¬pesino.
Sólo teniendo algunas ideas claras sobre las causas históricas del modo de ser actual del campesino, podremos poner en mar¬cha un proceso de evangelización a partir de su religiosidad.
1. LAS HUELLAS DE LOS BUSCADORES DE TESOROS
La llegada de españoles y portugueses al continente inicia el comienzo de unas estructuras económicas que marcarán hon¬damente a los hombres del campo.
Los nuevos “señores” rebosan de complejo de superioridad. Se consideran salvadores, misioneros, civilizadores; y entran arrasando todo lo autóctono. No son capaces de ver los valores humanos y culturales de los habitantes de estas tierras. Hasta llegan a discutir en sus universidades europeas sobre sí los “indios” son personas humanas.
Pero hay algo que sí saben apreciar en grande, las posibili¬dades económicas del Nuevo Mundo: sus minas, sus tierras y la mano de obra casi gratuita de sus habitantes. En la península ibérica se dictaron algunas leyes con las que se intentaba de¬fender a los aborígenes. Pero sin embargo, en la práctica, pre¬valeció la ambición de los conquistadores. En primer lugar les impulsó el ansia de búsqueda de riquezas fabulosas. Cuando éstas no se encontraron en el grado que se deseaba, los “se¬ñores” se apoderaron sistemáticamente de las tierras más pro¬ductivas y fueron relegando a los nativos hacia los lugares altos y hacia las selvas. Por siglos, hasta los comienzos del actual, hubo campañas de exterminio de los “indios alzados”, o sea, de aquellos que defendían su dignidad, su cultura y sus tierras. Aunque el ideal no era el exterminio de los indígenas, sino su “domesticación”, de forma que se pudieran usar como mano de obra muy económica.
“Civilizar” a los indígenas era hacerles olvidar de sus cos¬tumbres y sus valores, convirtiéndoles en seres dóciles y sumi¬sos, capaces de servir sin protestar. Se les despersonaliza. Y junto a los aborígenes, de una manera parecida, se fue ha¬ciendo lo mismo con los negros y aun con los mestizos. Más tarde, blancos empobrecidos, se asimilarían también a la des¬gracia de aquellos.
Se instauró un régimen económico tipo feudal, en el que el patrón tenía toda clase de derechos sobre sus súbditos. Lo im¬portante era que éstos llegaran a trabajar sumisamente, gas¬tando lo menos posible. Y para conseguirlo, se fue amasando, como a puñetes, un nuevo modo de ser de la sicología de aquellos hombres y mujeres.
No considero necesario extenderme demasiado en las diver¬sas formas de explotación que se dieron en aquellos tiempos. Hay estudios serios sobre ello.
Merece, no obstante, destacar, que el paso más grave, a mi juicio, fue el despojo de la propiedad. Los nativos fueron ex¬pulsados de sus mejores tierras, y así nació un nuevo tipo de relación entre el hombre y su trabajo: ya no trabajaban para ellos mismos, sino para un patrón. Ya no podían cultivar la tierra según sus costumbres comunitarias, sino según las ór¬denes del amo. Ya no era suyo el fruto de su trabajo. Este hecho acarrearía consigo un verdadero terremoto en la sicología de los indoamericanos. Era un golpe mortal a su propia identidad.
Este proceso de despojo ha continuado mordiendo las pro¬piedades indígenas hasta nuestros propios días. Los desalojos son también hoy una triste realidad. La “civilización” sigue avanzando en la selva al precio del robo a sus habitantes.
La independencia política de España y Portugal no trajo ninguna corrección seria al sistema de explotación de los cam¬pesinos: siguió el acaparamiento de tierras y el “uso” de la mano de obra aborigen, mestiza, negra y blancos venidos a menos.
En este despojo secular de la propiedad se agazapa una ca¬racterística especialmente nefasta: se destroza el sentido co¬munitario del trabajo de la tierra. Los aborígenes en muchas zonas disfrutaban de un espíritu comunitario en su trabajo y aun en la propiedad de la tierra. Los europeos, en cambio, que se creían “superiores”, no supieron captar la superioridad de esta forma de trabajo, y la destruyeron casi en su totalidad. Así resulta que los “civilizadores” se convirtieron en “bárbaros”, destructores de una cultura laboral superior. Los conquista¬dores imponen un nuevo sistema de propiedad privada acapa¬radora. laos nativos dejan de ser hombres libres, que trabaja¬ban solidariamente y gozaban en común de los frutos de la tierra. A partir de entonces conocen la “civilización” del indi¬vidualismo europeo. A ellos les toca ser los pies de barro del imperio: ser esclavos.
Los conquistadores buscan la mejor forma de explotar a los indígenas; y para ello destruyen su forma de trabajo comunitario, con lo que destrozan su personalidad. Así será fácil usar¬los. Españoles y portugueses porfían por extraer de estas tierras toda la riqueza posible, utilizando la fuerza de trabajo de los indígenas, a los que consideraban como animales. Les obliga¬ban a trabajar duramente en las faenas agrícolas, en las minas, los telares, los caminos. La única forma de pago normalmente era la alimentación necesaria para poder seguir trabajando, y la enseñanza de la religión cristiana.
También merecen una mención las mitas. Desgraciado el lu¬gar en el que los europeos descubrían minas de oro o plata. Se les forzaba a trabajar en ellas a los indios más fuertes, por turnos. En algunos lugares, este trabajo llegó a ser tan duro, que sólo uno de cada diez mitayos regresaba con vida a su pue¬blo. Así es como algunas regiones han quedado casi vacías de indígenas, como esta provincia del Azuay, donde vivo. A veces ir a la mita era como una sentencia de muerte. Hay tesoros en Europa, especialmente en catedrales, que están sacados de acá a base de sangre y de muerte.
Encomiendas, mitas obrajes, impuestos, concertajes..., toda una cadena de dolor, que marcó surcos indelebles en el rostro de nuestro campesinado pobre. Así fueron modelando a presión su forma de ser.
Habría mucho que hablar de todo esto. Pero no es el momento de desarrollarlo. Valga como resumen la opinión de un testigo cualificado, fray Bartolomé de Las Casas:
“La causa porque han muerto y destruydo tantas y tales e tan infinito numero de animas los christianos: ha sido solamente por tener por su fin ultimo el oro y henchirse de riquezas en muy breves días, e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene a saber) por la ynsaciable cudicia e ambición que han tenido: que ha sido mayor que en el mundo ser pudo” (Bartolomé de las Casas).
2. CONQUISTADORES DE HOMBRES
El proceso de conquista por parte de los iberos no se limitó, como es de suponer, a apoderarse de la riqueza económica de las tierras y las minas. La conquista más importante era la conquista de los hombres, que se realizó a través de múltiples formas, desde las más brutales a las más sutiles, desde la violencia hasta el paternalismo. Con ello el pueblo indoamericano pasa a ser objeto poseído por el conquistador, y usado a su antojo para su propio provecho.
El conquistador roba al conquistado su forma de ser, su cultura, sus reacciones naturales, su palabra, su creatividad. Se puede afirmar que así lo estaba matando de continuo. Se convierten en seres despersonalizados, resignados ante la pérdida de sus valores.
Desde entonces el campesino es mero espectador de su destino. Aprendió a decir “sí señor” a todo mandato de sus amos. Se le enseñó a mirar su condición como manifestación de la voluntad de Dios. Su misión será la de aceptar resignadamente cualquier carga que le venga encima, por pesada que sea. Dios y los amos, identificados a veces entre sí, les quieren “humildes”, o sea, re¬signados, pacientes, dóciles, siempre callados. Levantarse contra el nuevo “orden” sería levantarse contra la nueva religión. Estos “depósitos” doctrinales se mantienen todavía en el corazón de bastantes campesinos.
Han sido muchas las influencias culturales que han invadido las esferas social y mental de los campesinos. La relación con el encomendero en los dos primeros siglos y con el patrón de hacienda y los intermediarios desde la independencia política, ha marcado profundamente al campesino. El río de sangre, sudor y lágrimas del indoamericano bajo el látigo del patrón llega hasta nuestros días. Es difícil medir esta tragedia secular.
El sentimiento de dependencia económica, social y cultural produce una alienación, alimentada por justificaciones de tipo religioso, profundamente interiorizadas. Sólo una terapéutica sana y lenta, podrá canalizar un serio reencuentro consigo mis¬mos, que les capacite para una autonomía de acción.
En esta acción de dominación los encomenderos encontraron como fieles colaboradores a toda una serle de sacerdotes que infundían paciencia y resignación al indígena, y tranquilizaban, de paso, con ello, la conciencia de sus amos.
A veces el despotismo de algunos curas reforzaba el servilismo humillante de la gente. Hincarse de rodillas, pedir la bendición, besar la mano, fueron prácticas corrientes lo mismo ante el cura que ante el patrón. Y las justificaron como si fueran dirigidas al mismo Dios. El sacerdote, a cambio de este trato de privilegio, conseguido a base de exigencias y autoritarismos, retribuye al campesino con las concesiones rituales: novenas, procesiones, misas y responsos, con los que succionan despiadadamente la magra economía del campesino. Tanto es así, que se conserva la creencia de que el rito sin pagar al cura no tiene validez. En aquel tiempo todo estaba permitido con tal de sacar al indio de su idolatría,..
El trato dado desde la Colonia por los “amitos”, ha modelado el modo de ser del campesino. Ellos son los forjadores del servi¬lismo y el complejo de inferioridad. Ellos destruyeron al indí¬gena, al negro y al mestizo. Fueron verdaderos conquistadores de hombres.
Desgraciadamente todavía se pueden comprobar sus influen¬cias, de tal forma que a veces siento una vergüenza enorme de ser blanco, español y cura. La huella degradante de estos tres elementos la estoy palpando a cada instante.
3. CRISTIANDAD COLONIAL
Enrique Dussel califica a Latinoamérica como la única cris¬tiandad colonial. “Cristiandad significa una cultura donde el cristianismo es “parte”.. . Pero parte cultural de un todo; de tal manera, que junto a lo militar, a lo cultural, a lo económico, está la Iglesia como una parte del todo...
El cristianismo es una Iglesia que trasciende toda cultura. La cristiandad es una cultura que incluye al cristianismo y, por lo tanto, lo ata; y al atarlo, desde el momento mismo en que ya no favorezca a los fines de la cultura, como totalidad, entonces lo ataca”.
El pueblo latinoamericano, que nace de la fusión del ibérico y el autóctono, surge, con un régimen de cristiandad, en todo dependiente de la cultura de la metrópoli. Nace atado y perse¬guido.
En la mayoría de los sacerdotes enviados por el rey hubo una buena intención misionera. Pero muchos de ellos no pudieron zafarse de las redes en que les envolvía la mentalidad de cris¬tiandad y las estructuras del Patronato Real. No quedan explo¬tar a los indios, pero de hecho muchos ayudaron a su hundi¬miento cultural y humano.
Algunos misioneros se dieron cuenta del problema, y lo afron¬taron, aun en ciertos casos con valentía heroica.
“En aquel tiempo, muchos misioneros saben que no es la for¬ma colonial de cristiandad la que podrá salvar al indio, sino más bien el alejamiento de esas formas sociales de colonia que ya llevan en sí la destrucción de la hermandad cristiana. La colonia de por sí lleva al racismo a la esclavitud, a las discri¬minaciones sociales, al desprecio cultural, a la marginación política; es la fuerza de las cosas coloniales. La misión, pues, sólo podía ser cristiana, en la medida en que se alejara del meca¬nismo colonial; sólo fue cristiana en la medida en que realmente se alejó. No es por arranque de mal humor que muchos misio¬neros denunciaron enérgicamente a la colonia y a sus hombres —“nombrar español entre ellos no es sino nombrar un pirata, ladrón, fornicario y adúltero, mentiroso”—, denuncia que des¬pués se ha querido minimizar bajo el rótulo de “leyenda negra”; en realidad, la colonia no soporta dentro de sí ningún plan de evangelización. Hay que reconocer que los intentos de los mi¬sioneros por zafarse, dentro de la colonia, no resultaron; es ésta la gran pesadilla y la angustia de quien quiere predicar a Cristo, el Cristo de Dios vivo y de los hermanos, a partir de (y ligado con) un proyecto colonial” (Bartomeu Melià).
El cristianismo vino, pues, a América Latina enmarcado to¬talmente en una cosmovisión, en la que estaban estrechamente vinculados lo económico, lo cultural y lo religioso, el rey y la Iglesia, todo al servicio de los intereses del Estado, Y así es im¬posible predicar la libertad de Cristo. Vino marcado también por la teología postridentina, que era rígida, ritual, repetitiva, sacramentalista; de una línea pastoral rigorista y desconfiada de los valores indígenas.
Era un cristianismo lleno de ambigüedades, donde se mezcla¬ban la cruz y la espada, una espiritualidad profunda y una bru¬talidad despiadada. Se tensionan continuamente polos dialéc¬ticos, como evangelización y conquista violenta, fraternidad y dominación.
Hablaban además de cristianismo hombres sin preparación y de muy mal ejemplo: “Y assl repartidos a cada christiano da¬vanselos con esta color: que los enseñasse en las cosas de la fee catholica: siendo comunmente todos ellos ydiotas y hombres crueles avarissimos e viciosos, haziendolos curas de animas” (Bartolomé de las Casas).
Estos primeros pasos en la evangelización nos han marcado hasta el día de hoy, como marcan al niño sus primeras expe¬riencias.
No es de extrañar, pues, que la religiosidad popular del con¬tinente sea un claroscuro de ambigüedades y contradicciones. Ese fue su sello de nacimiento. Y, como consecuencia, falta Je¬sucristo como Salvador integral de las personas y la sociedad.
4. ORIGEN DE LA RELIGIOSIDAD CAMPESINA
La religiosidad del campesino es el resultado del cruce de las grandes religiones indígenas precolombinas y el catolicismo po¬pular español de la contrarreforma. Sus raíces, pues, tienen ya casi cinco siglos de antigüedad, y aun más, porque se internan en la historia anterior de los dos pueblos, el hispano y el indoamericano.
Pero este mestizaje no se realizó de una manera espontánea. La evangelización iba unida a la conquista. Y españoles y portu¬gueses no podían concebir una conquista sin obligar a los ven¬cidos a hacerse cristianos. Aun esa era la excusa para la con¬quista. Llevaban siglos comportándose así en su lucha contra los moros. Y ese era también el motivo por el que el Papa otorgó a los reyes ibéricos estas tierras.
Pero precisamente por ello, más que una conversión, a raíz de un cuestionamiento radical de las propias creencias, el indígena soportó una verdadera imposición. Y los mejores de ellos se resis¬tieron a abrazar el cristianismo.
“Es en nombre de su alma “naturalmente cristiana” que mu¬chos indios huirían de tener que ser cristianos para no ser es¬clavos, y sólo podrían permanecer en sus “valores cristianos” permaneciendo en el paganismo” (Bartolomé de las Casas).
Pero la imposición acaba por dominar. La gran mayoría se bautiza. Los misioneros intentan asfixiar la religiosidad rural autóctona e implantar una religiosidad popular hispana. La fu¬ria iconoclasta de los conquistadores logró detener en parte las manifestaciones externas de la religiosidad indígena, pero a la larga éstas eclosionaron de nuevo, mezcladas ya con la religio¬sidad ibérica. Era el nacimiento de la religiosidad popular lati¬noamericana, de cuño especial y único, con sus miserias y gran¬dezas propias.
El catolicismo hispano era en esa época sumamente simbólico y devocional. El indígena era también muy religioso, aun más simbólico y devocional. De la unión de los dos nació una rein¬terpretación de las prácticas católicas según muchas de sus creencias aborígenes. Caso típico es la devoción a la Virgen Ma¬ría como eco de su devoción a la Pacha Mama. Hubo influencias de un lado al otro, pero en muchos ambientes, en el fondo de su alma, predominó lo indígena.
“Tal vez la influencia más decisiva se sitúa en la valoración y selección de los temas religiosos del cristianismo. No todos los valores cristianos penetraron con la misma fuerza ni fueron igualmente aceptados en el mundo indoamericano. Se asimilaron los temas más afines con su cultura religiosa. El sentido reli¬gioso de la muerte y la devoción a los muertos; ciertos sacra¬mentos que eran parecidos a los ritos que ellos mismos tenían para pedir la protección de las divinidades en ciertos momentos de la vida (nacimiento, pubertad...); la cruz, la Virgen María y otros símbolos que correspondían a su ethos” espiritual. En cambio, otros sacramentos y valores cristianos, cuyo acceso su¬pone una mayor asimilación de la revelación de Cristo o de las orientaciones de la Iglesia, difícilmente han penetrado en esta religiosidad” (Segundo Galilea).
A pesar de sus deficiencias, aquella evangelización del primer siglo de la Colonia tuvo sus aciertos. La supervivencia del cato¬licismo popular de la Colonia es señal de que fue algo vivo. La fe del campesino decíamos que es inicial e imperfecta, pero auténtica. En gran parte es la fe sembrada por aquellos mi¬sioneros. Es fe también heredada de los antepasados precolom¬binos. Es fe que ha llegada a ser un constitutivo esencial de la idiosincrasia del campesino latinoamericano.
Dentro de los aciertos de aquellos misioneros podemos desta¬car el esfuerzo de bastantes de ellos por conocer a los aboríge¬nes y dominar su idioma. Su lucha porque se reconociera la ra¬cionalidad y los derechos de los indígenas. Consideraron el bau¬tismo como la aceptación de la igualdad de todos, como hijos comunes de un mismo Padre.
La evangelización la recibió el pueblo latinoamericano na¬ciente como pueblo, y no como individuos aislados. Evangeliza¬ron la cultura popular. Se da en ellos una profunda síntesis entre fe y cultura. A pesar de las dificultades de aquel régimen de cristiandad, había algo positivo en aquella síntesis entre pueblo civil y pueblo creyente. Vivían de una forma unificada su relación con Dios y su relación con la vida y aun con la his¬toria. Esta unificación sigue aún viva entre el campesinado.
Algunos misioneros lucharon también seriamente por la liber¬tad de los indios. Atacaron con claridad los abusos. Y en algunos casos llegaron a experiencias comunitarias de una gran autonomía.
“El siglo XVII y XVIII ha sido al vez la época de oro del ca¬tolicismo popular latinoamericano. Las instituciones pastorales que lo canalizaban tenían una buena calidad catequética (rela¬tiva a la época). Cofradías, procesiones, fiestas religiosas, devo¬ciones multitudinarias, teatro religioso, tenían un valor evan¬gelizador en un pueblo religioso, mayoritariamente analfabeto, que a través de una abundante simbología plástica y cultural, nutria sus vivencias cristianas. La vida social y cultural, impreg¬nada de elementos católicos, mantenía también una ambienta¬ción cristiana.
En la segunda mitad del siglo XVIII se inició la crisis que ha llegado hasta nuestros días, y que ha ido significando una de¬cadencia creciente de las instituciones y de la calidad de la re¬ligiosidad popular... Era la época... de la exaltación de los valores intelectuales y de la burguesía europea. Desprecio de las otras culturas y de los valores del pueblo..
La configuración cultural de las nuevas repúblicas quedó atravesada por una fuerte dicotomía. Una cultura dominante, elitista, liberal-ilustrada. Una cultura popular, dominada y mar¬ginal (siendo numéricamente mayoritaria), muy religiosa, pero con una religiosidad en proceso de desintegración: Las élites católicas —incluyendo muchos sectores del clero— no se intere¬saban por la religiosidad del pueblo...
La última parte del siglo XIX conoció un cierto renacimiento de la religiosidad popular, aunque de significado evangelizador ambiguo. Llegan de Europa congregaciones nuevas al Continen¬te, que traen consigo nuevas devociones. Algunas de ellas se re¬velan auténticas y válidas con respecto al catolicismo latino¬americano; otras no, y refuerzan la decadencia pastoral” (Id.).
Quizá con este breve contexto histórico se pueda entender un poco más fácilmente los claroscuros de nuestra religiosidad ac¬tual y poder así purificarla y desarrollarla hacia Cristo con más acierto.
5
DIVERSAS ACTITUDES PASTORALES
FRENTE AL CAMPESINADO
Una vez analizado el hecho de la religiosidad y su proceso histérico, creo necesario dedicar un capítulo a reflexionar sobre las diversas actitudes que solemos tomar los agentes de pastoral frente a la realidad del campesino y la manifestación de su religiosidad.
Actitud de desconfianza
No es difícil de encontrar esta plaga. A veces está enmascarada. Pero surge a flote con facilidad. Como cimiento de sustentación se apoya sobre duros bloques de complejos mezclados: racismo, altanería, hipocresía religiosa. De esta enfermedad se puede diagnosticar un contagio casi general entre los agentes de pastoral, pero a veces muy hábil¬mente disimulada.
¿Desconfianza en qué? En que el pueblo, el campesino, no es capaz de pensar correctamente por sí mismo. Desconfianza de que no podrán nunca trabajar solos, ni organizarse, ni ser res¬ponsables. Que siempre hay que tratarlos como a niños. Que cuando no se les ayuda, fracasan irremisiblemente. O sea, des¬confianza en que sean personas como nosotros, capaces de saber y de hacer lo que nosotros sabemos y hacemos.
En el terreno religioso esta desconfianza se extiende a todos los campos: ellos no saben rezar como se debe, no son capaces de entender a fondo la Biblia o la Liturgia, no pueden aprender a dirigir debidamente una asamblea. Su religiosidad es pura su¬perstición y magia, con la que no hay nada que hacer... Torpes, brutos, incapaces...
Los desconfiados creen, en su orgullosa deformación, que de¬ben ser ellos los realizadores, los directores, la regla de todo por¬venir razonable. Los campesinos sólo tienen derecho a ser ovejas fieles.
Hay gente que está dispuesta a ayudar generosamente a los pobres, pero no creen en ellos. Y resulta que creer en el pueblo es condición previa indispensable para ser capaces de transmi¬tirles el mensaje de Cristo. Creer en los pobres, en sus capacidades, es una característica esencial del apóstol de Cristo, que se hizo pobre por amor a los pobres. Creer con los hechos, con las actitudes concretas: no sólo de palabra. Dando responsabi¬lidades y ayudando en el crecimiento de sus valores. Creyendo que la gracia de Dios se desarrolla en ellos mejor que en nosotros.
Desprecio de su religiosidad
Hay grupos de clérigos y cristianos “avanzados”, que sólo ven lo negativo de la religiosidad popular. Y toman, por consiguiente, posturas de desprecio y aun de ataque.
Cierto que la religiosidad del campesino adolece de graves de¬fectos. Pero también encierra hermosas esperanzas, cosa que ellos se niegan a ver.
Puede ser que no entre en ciertas cabezas actualizadas y pro¬fundas que para el pueblo sean valederas sus manifestaciones religiosas, a las que miran como algo superficial y aun perju¬dicial. Para algunos teólogos europeos, evangelizar a estilo pueblo, a partir del pueblo concreto y actual, les parece demasiado po¬bre y aun peligroso de graves desviaciones. Quizá todavía a al¬gunos les queda algo de espíritu de inquisidores. O afán de con¬quista e imposición.
En todos estos temores se agazapa una fría lejanía del pue¬blo, complejo de superioridad, y el consiguiente desprecio, que les lleva a dar zarpazos para destruir estas “suciedades” de los pobres.
No faltan quienes en pedagogía y en política propugnan el diálogo, la libertad y la participación activa del pueblo, pero en éstas cuestiones religiosas les cierran toda posibilidad de parti¬cipación y diálogo. En política son populistas, y en religión elitistas.
Está también la especie de los reformadores, que pretenden quitar al campesino lo típicamente suyo, lo popular, para dejar¬les con la pureza del Mensaje. Y de hecho sólo consiguen des¬truirlo todo. Pretenden volver a las fuentes, pero a las fuentes de los archivos, sin fijar su mirada en la tradición viva del cam¬pesinado. Quieren “dirigir” lo popular, desde arriba y eso no es posible.
Otras veces se pretende cambiar cosas razonables, pero sin explicar a la gente los motivos de los cambios, ni pretender si¬quiera hacerles entender. No se les prepara debidamente. Se le suprimen costumbres, sin sustituirlas por nada nuevo. Se les ignora “por bien de ellos”...
A los líderes campesinos se les forma a veces de manera que llegan a despreciar ellos también y a alejarse de la religiosidad de sus hermanos. Este contagio acarrea dos males graves: se aíslan de su gente, con lo que se imposibilitan de ayudarles; y además, cuando les llega la hora de las crisis, se encuentran solos, con el camino abierto para salir de la Iglesia.
Todas estas actitudes tienen el desprecio a los pobres como raíz.
Invasión cultural
Es una consecuencia lógica de la desconfianza y el desprecio. Puesto que creemos que somos seres superiores, les queremos imbuir todo lo nuestro: nuestra propia cultura.
Somos intelectualistas. Sabemos muchas ideas sobre Dios y su doctrina. Por eso les queremos enseñar muchas ideas a los campesinos. No hay más que ver los catecismos populares, re¬bosando de intelectualismos. Pero rara vez sabemos transmitir la vivencia de Dios. Para eso quizá tendríamos que aprenderla primero de ellos mismos.
Invasión cultural en la liturgia: se les quiere obligar a en¬contrar a Dios a través de ritos traídos de otras latitudes y de otras épocas, en los que ellos, además, deben asistir sin parti¬cipación activa. Y se desprecian y aún se persiguen y se prohi¬ben los ritos nacidos de ellos mismos.
Invasión cultural de los reformadores, que sin guardar el de¬bido respeto a un proceso adaptado de formación, comienzan a “cortar por lo sano”, derribando santos, costumbres y creencias. Obligar a unas personas a cambiar algo vital para ellos, sin ex¬plicarles razonablemente el por qué, es faltarles gravemente al respeto. ¡Cuántos párrocos de buena voluntad se han ganado el desprecio de su gente por no haber sabido recorrer con ellos el camino pedagógico que les llevase, paso a paso, a las metas excelentes que se propusieron!
Hay personas que saben bastante de teoría y de metas a al¬canzar, pero no tienen ni idea de pedagogía campesina; ni la paciencia necesaria para llevar adelante un proceso pedagógico. Y como consecuencia, quieren meter sus ideas a presión y a saltos. Resultado: el rechazo del campesino; o a lo más, el des¬clasamiento de unos cuantos.
Esta plaga de la invasión cultural hunde en frustración al campesino. O les estereotipa en actitudes rígidas de desconfianza ante el mensaje que se les quiere dar.
Necesitamos una gran dosis de comprensión, de respeto y de pedagogía campesina para ser capaces de poderles ayudar en algo.
Espiritualismo
Creo que el campesino, de por sí, no es espiritualista. Ellos tienden a entrelazar armoniosamente su fe y su vida.
Somos los “hombres de Iglesia” los que hemos disfrutado en separar lo temporal y lo eterno, lo natural y lo sobrenatural, alma y cuerpo, lo religioso y lo civil. Como resultado de una predicación consecuente con esta mentalidad, sobre todo a par¬tir del siglo XIX, ha nacido en el corazón campesino la mala semilla del espiritualismo: también él ha aprendido a separar su fe de su vida.
Ejemplo palpable de esta actitud son los devocionarios popu¬lares escritos unos decenios atrás. Su lenguaje empalagoso y re¬buscado está muy lejos de la realidad campesina. Nunca hacen referencia a los problemas concretos, ni llevan a la gente a me¬jorar su vida. Se quedan por las nubes. Están plagados de excla¬maciones propias de monjitas medievales.
El espiritualismo separa las prácticas religiosas de las otras actividades de la vida normal. Es distinto el comportamiento en el templo o en los rezos y el comportamiento en las ocupaciones ordinarias. La oración no tiene nada que ver con el mundo que le rodea. Se busca la salvación de una manera individual, aisla¬da de sus propias circunstancias.
Esta actitud, corriente hoy en la religiosidad, es fruto de la predicación de curas espiritualistas.
La mentalidad espiritualista está muy lejos del mensaje bí¬blico. En la Sagrada Escritura se propone una salvación inte¬gral y colectiva, dependiente del compromiso para con los ne¬cesitados.
El espiritualismo es alienación, es opio. Se cubren con manto rosado los problemas de explotación. Se habla de una caridad vaporosa, que lime todo conato de rebeldía. Tapa los ojos y mata la personalidad. Y, sobre todo, deja el camino abierto para que los privilegiados sigan disfrutando sin problemas de sus privi¬legios, a base del trabajo y el sufrimiento resignado del pueblo.
Este espiritualismo está hoy en día representado de una ma¬nera especial por diversas sectas protestantes que se meten como cuña disociadora en cualquier punto de Latinoamérica donde se pone en marcha un proceso de evangelización liberadora.
El predicador espiritualista es traidor al mensaje de Cristo. Y servidor de la causa explotadora, si es que no es él mismo un explotador. Es muy distinto ser espiritualista, que ser espiritual.
Explotación de la religiosidad
Curiosamente esta actitud ante el campesino se desarrolla normalmente entre sacerdotes de mentalidad espiritualista. Teóri¬camente separan lo espiritual de lo temporal, pero usan lo es¬piritual para conseguir ventajas materiales.
Por desgracia no es raro en nuestro continente encontrar sacerdotes y coadláteres que comercializan con los sacramentos y con las prácticas de piedad populares. El algunos casos llegan a ser grandes comerciantes de lo sagrado.
Esto no quiere decir que el sacerdote no pueda vivir de su mi¬nisterio. Pero ello es una cosa muy distinta a la extorsión a la que a veces someten a los campesinos, poniéndole precios altos a actos religiosos que ellos consideran vitales para su existen¬cia, y no pueden dejar de celebrar al precio que sea. Y esta co¬mercialización va acompañada a veces de desprecios y malos tratos.
El sacerdote-caudillo, y los que alrededor de él imitan su pro¬ceder, representan una de las peores lacras que ha soportado y soporta pacientemente nuestro campesinado. Ellos viven del abuso de los humildes. Exigen toda clase de atenciones y privi¬legios. “Dignifican” su ministerio cobrando bien alto. Sólo se puede llegar a ellos a través de padrinos. Se vuelven ampulosos y engreídos. Viven mejor que nadie en el pueblo. Dan consejos a todos y nadie se los puede dar a ellos. Dejan tranquilamente sin sus servicios a quien no tiene con qué pagar. Y, por encima de todo ello, algunos hasta se permiten el lujo de considerarse “mártires del deber”.
Estos, fariseos, de los que gracias a Dios, cada vez hay menos, guardan fielmente ciertas normas exteriores, como la sotana por ejemplo, pero se tragan sin pestañear el fruto de largos días de trabajo de sus feligreses.
Son duros con todo el que no comulgue con su espiritualismo materialista. Y se gozan con el fracaso de los que consideran sus enemigos doctrinales. Puede ser que acepten ciertos cambios modernos en su mentalidad, pero les cuesta mucho cambiar su statu quo de vivir de la explotación económica de la religiosidad popular. Ellos son los grandes enemigos de la evangelización de la religiosidad.
Paternalismo
Es una actitud frecuente entre personas de buena voluntad, pero que en el fondo se creen superiores a sus “hijitos”.
Se presenta con muy diversas caras, desde el paternalismo abierto al solapado.
Paternalista es el que dirige y realiza personalmente las activi¬dades que debieran dirigir y realizar otras personas, quizá me¬nos preparadas que él, de las que se considera responsable.
El paternalismo está sustentado por un buen deseo de ayudar, aun a costa de gran esfuerzo y dedicación, pero esta buena vo¬luntad queda desvirtuada por una ausencia total de pedagogía. Por eso los buenos deseos no dan los resultados deseados, al me¬nos a largo plazo.
Puede ser que por este camino se lleguen a realizar actividades interesantes. Quizás así salgan más lucidas las cosas. A veces con un buen paternalista al frente, un grupo campesino trabaja más y mejor. Pero lo importante es ver si esos campesinos aca¬ban desarrollando su personalidad y aprendiendo a valerse por sí mismos. Porque si lo que se consigue es aumentar su actitud de dependencia y sus complejos, les hemos infligido el mayor mal que podíamos, aunque externamente hayan progresado en alguna cosa material.
Cuando se trata de intentar poner en marcha comunidades campesinas hundidas en la pasividad y el pesimismo, será ne¬cesario quizá comenzar a actuar con ellos de una manera pa¬ternalista, pero sabiendo muy conscientemente que se trata só¬lo de dar el empujón inicial. Habrá que tener mucho cuidado para que esta actitud no perdure por largo tiempo. Poco a poco, con la debida reflexión, se han de ir pasando a ellos mismos la responsabilidad y la marcha de los trabajos emprendidos. El pa¬ternalismo inicial debe ser como un zarandeo fuerte que les despierte de su sueño secular, pero una vez que han salido de su letargo, es imprescindible que se les deje todo en sus manos.
El paternalismo está a nuestra puerta llamando, como una tentación constante, no sólo al comienzo de las obras, sino en todo su proceso. Es una tentación sutil y persistente en todo proceso de evangelización.
Con frecuencia queremos pensar que si nosotros “metemos la mano” el trabajo irá mejor, o que si no actuamos ellos solos irán al fracaso. Y es posible que sea así. Pero si un grupo cam¬pesino triunfa sólo porque le hemos ayudado, ese triunfo le sirve de poco, pues cuando faltemos, ellos no sabrán qué hacer, con lo que aumentará su complejo de inútiles, se quemarán, y será muy difícil que intenten de nuevo salir de su pasividad.
A veces es preferible que fracasen, con tal que sepan reflexio¬nar sobre los motivos de su fracaso, de manera que a la vez siguiente sean más realistas. Nuestro aporte especifico será ayudarles en su reflexión.
Creo que como norma general se puede afirmar que las solu¬ciones venidas desde fuera del campesinado les sirven de muy poco a los campesinos, y a veces les producen serios daños. Los agentes de pastoral debemos reflexionar constantemente sobre nuestro comportamiento, midiendo hasta dónde y con qué con¬secuencias caemos en la tentación del paternalismo.
Todo esto se habrá de tener muy en cuenta al intentar puri¬ficar y vitalizar la religiosidad campesina.
Liderazgo
La actitud de líder puede tener mucho de paternalismo y pue¬de ser que no tenga nada que ver con él.
El liderazgo es una actitud de algunas personas que, por sus cualidades o sus circunstancias, consiguen un determinado pres¬tigio ante un grupo, de modo que éste acepta con facilidad sus ideas y secunda sus acciones.
El líder puede utilizar este prestigio en bien o en daño de sus influenciados.
El líder opresor procura alojarse e instalarse en el interior de las personas que le admiran, de forma que piensen como él y actúen por consiguiente en su servicio. Les gusta mandar, sin que los demás rechisten, ni darle ocasión siquiera para que pien¬sen. El prescribe, y los demás tienen que guiarse ciegamente por sus opiniones.
No es raro encontrar esta actitud negativa de líder en nues¬tras parroquias y demás centros de apostolado. El ideal de al¬gunos párrocos es encontrar un pueblo fiel ejecutor de sus ór¬denes, lo menos crítico posible. Algunos sacerdotes han sido líderes de nuestros pueblos campesinos, pero para manipularlos a su gusto, sirviéndose de eslóganes religiosos. A veces los métodos del líder religioso han sido muy semejantes a los del líder po¬litiquero: los dos hieden a manipulación, con vistas a una ex¬plotación económica lo más domesticada posible.
Manipulando la religiosidad del campesino, fomentan la ver¬tiente del fatalismo, favorecen todo lo exteriorista, y ahogan lo profundo e interior. Aun se hace propaganda turística del fol¬clore religioso y se aprovechan de él para hacer negocio y aun para abrir nuevas necesidades consumistas.
Pero afortunadamente no todo liderazgo es negativo. Líder es .todo el que capta la simpatía y el seguimiento del pueblo. Para ello ha sido necesario vibrar al unísono con alguna yeta popular. Si no vibró con lo negativo, sino con los valores positi¬vos del campesinado, su aporte a éste puede ser sumamente beneficioso.
No todo sacerdote o agente de pastoral tiene el carisma de líder religioso. El que es de verdad líder al estilo de Jesucristo sabe vibrar con los valores del pueblo, y se siente correspondido con la simpatía y el seguimiento de grupos de ellos. No impone nada a la fuerza. Sabe respetar. Y, por eso, sabe dialogar sin temor. Consulta siempre y rinde cuentas de sus actuaciones.
El líder auténtico no teme al pueblo, porque se fía de él. No le niega su pensamiento crítico, sino que se lo fomenta. No sabe pensar sin el pueblo: su actitud siempre es de diálogo.
No es posible el liderazgo religioso con los campesinos, si no se convive y se comparten las ideas con ellos. Este liderazgo sólo puede fecundarse a través de la comunión con ellos. El caso contrario equivale a desaparecer como líder religioso cristiano.
El líder campesino parte siempre de la realidad campesina y de ella se alimenta. De esta actitud surge un flujo de compren¬sión mutua, de suma utilidad para ambos. El líder se siente identificado con su pueblo y el pueblo con su líder.
El liderazgo del sacerdote o del agente de pastoral debe ser, por supuesto, en esta segunda acepción. No líder Que impone, ni líder para usar o explotar al pueblo. Sino líder servidor, que comprende a su pueblo, sintoniza con él y sabe ayudarle a des¬arrollarse, Siempre dialogante, en actitud de servicio.
A veces se afirma que el sacerdote cuando predica el Dogma o la Moral no debe hacerlo en actitud de diálogo, porque en estas materias se debe enseñar con autoridad, sin dar lugar a discu¬siones. En la predicación debe ser líder autoritario.
Es cierto que el sacerdote es responsable de la fiel interpreta¬ción de las verdades transmitidas por la Palabra de Dios y la tradición de la Iglesia. Pero ello no quiere decir que no deba te¬ner actitud de diálogo con su pueblo cuando predica. Justamente debe sintonizar con lo que el pueblo sabe y vive de estas verda¬des, y a partir de esta experiencia debe corregir, completar y perfeccionar la fe actual de su gente. Y esto no puede realizarse sin diálogo. En caso contrario su predicación quedaba por las nubes y no llegaría realmente a la gente.
Actitud crítica de servicio
Esta actitud procede de un gran amor. Amor al campesino como es en sí; sobre todo, viendo que no tiene demasiada culpa por sus degradaciones religiosas. Amor, que hace mirar con ca¬riño. Amor, que hace ver con realismo. Amor, que descubre los valores soterrados y ayuda a desarrollarlos con paciencia.
La cultura religiosa de un pueblo merece respeto y un trata¬miento responsable. Hay que interpretar su realidad religiosa a partir de ellos mismos, y no de nosotros.
Es una postura crítica, pero de servicio. Ver todas sus defi¬ciencias, pero también sus valores. Con humildad. Pesa un pe¬cado colectivo histórico sobre todos nosotros. Paso a paso, te¬niendo siempre en cuenta el grado de conciencia de la gente. Con eficiencia pedagógica: buscando lo más útil, lo mejor, lo más
adaptado. No escurriendo el hombro al trabajo, por más pesado que sea.
Basta insinuar este tema. En el capítulo VIII desarrollaremos más ampliamente algunos principios pedagógicos de pastoral campesina. Nos remitimos, pues, allá.
No obstante quiero insistir en una idea de Segundo Galilea, que me parece muy importante:
“La experiencia indica que para que la reivindicación de la religiosidad popular no recaiga en una nueva forma de “pasto¬ral de cristiandad” (en sentido peyorativo), y para que se inscri¬ba realmente en una postura renovada y liberadora, es necesario que haya pasado por la critica a que hemos hecho referencia. Así se la ‘recupera’ en el nuevo contexto de un nuevo modelo de Iglesia. En aquellas regiones donde no se entró resueltamente en los nuevos modelos de pastoral, con discernimiento crítico, la recuperación suele ser regresiva”.
Hay sectores de Iglesia que hablan mucho ahora de religiosi¬dad popular, pero con la callada intención, más o menos consciente, de dar marcha atrás en las conquistas realizadas en Teología y en Pastoral desde el Vaticano II y Medellín. Precisa¬mente a partir de ellas consideramos que debe realizarse la revitalización de la religiosidad.
“La religiosidad popular es un punto de encuentro muy com¬plejo, entre la creatividad cultural de un pueblo y los valores de la fe cristiana”. Por eso la revitalización debe realizarse se¬gún los valores actuales del pueblo latinoamericano y los valores actuales también de la fe cristiana. No nos sirven valores tras¬nochados o importados. Detectar estos valores y ayudarles a realizar la síntesis creadora, creo que es el mayor servicio que le podemos prestar al campesinado.
“El actual desafío de la evangelización consiste en liberar la riqueza del primer momento, recuperando para la religiosidad su capacidad creadora, en las nuevas formas (culturas obreras) de cultura popular que surgen. Asimismo, su capacidad de hu¬manización de las condiciones sociales y culturales, y por lo tanto su capacidad de liberación.
En esta forma, la religiosidad popular converge con las líneas pastorales provenientes de la teología de la liberación y de la enseñanza de la Iglesia sobre la justicia. Pues la evangelización del catolicismo popular es una vertiente de la liberación cultural y religiosa”.
6
ACTITUD DE JESUS FRENTE
A LA RELIGIOSIDAD POPULAR
Sería muy importante realizar estudios serios y profundos so¬bre la actitud de Jesús frente a la religiosidad popular de su época. De su actitud podríamos sacar luz para ver cuál debe ser nuestra actitud frente a problemas semejantes. Pero para ello se necesitan conocimientos de las costumbres de la época, y sa¬ber interpretar rectamente las palabras y los hechos de Jesús referentes al tema. Para ambas cosas soy incompetente.
Por más que he buscado, no he encontrado un estudio serio sobre este problema. Pero me parece el tema tan importante, que me voy a aventurar a insinuar algunas intuiciones. Al me¬nos pueden servir para despertar interés sobre el tema.
1. ¿JESÚS SE HIZO PUEBLO Y VIBRÓ CON LO POPULAR
En la plenitud de los tiempos, cuando a través de dos milenios, con una pedagogía admirable, Dios había preparado debidamente a su pueblo, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Vino a hacerse “uno de nosotros”. Uno del pueblo.
Nació de una sencilla mujer de pueblo, maravillosa en su fe y en su corazón, pero sin ningún status social especial. Nació como nacen los pobres. Conoció, desde pequeño, a la gente sim¬ple: a los niños, los pastores, a pescadores rudos, a campesinos analfabetos, a gente sin trabajo, a zelotes guerrilleros, a publi¬canos escrupulosos, a prostitutas... Convivió con su pueblo. Ca¬minaba por sus trochas, entraba en sus casas, comía lo que le daban, tomaba el agua de sus pozos, bogaba en sus barcas, montaba sus jumentos, huía de la policía de Herodes... Vivió mezclado con el pueblo; vivió la vida del pueblo; amó en todo a los pobres.
Jesús fue consciente de los valores y los defectos del pueblo; de sus virtudes humanas y religiosas. Sentía pena al verlos abandonados, como ovejas sin pastor. A ellos consagró todas sus energías.
No excluía a nadie de su Reino, pero decía que para entrar en él hay que hacerse pequeño, simple, humilde. En los pobres está el lugar privilegiado de las manifestaciones de Dios. Sólo a los pequeños revela el Padre sus grandes secretos.
Jesús disfrutaba con los niños, con el pueblo sencillo, con sus fiestas y sus cantos, con sus romerías y su religiosidad espon¬tánea, fruto de su fe en el Padre. Admiraba la fe vigorosa de la gente simple, de la mujer cananea, del centurión, del paralítico que descendieron del techo, de aquella viejita de la limosna del templo.
No hay duda de que Jesús se sentía a gusto entre el pueblo sencillo. Aquel gesto de entrar en Jerusalén montado en un bu¬rrito, muestra que Él mismo conservó siempre la sencillez del pueblo.
Aquellos campesinos del tiempo de Jesús tenían, más o menos, una religiosidad semejante a la religiosidad de nuestros campe¬sinos. Una forma parecida de creer y esperar en Dios. Una misma forma de rezar. Un mismo gusto por lo visible y palpable, por el movimiento y el colorido. La misma necesidad de exteriorizar sus sentimientos y celebrarlos junto con sus hermanos. La mis¬ma simplicidad en los cantos, el mismo espíritu lleno de folclore en las fiestas, la misma ingenuidad en la fe.
Jesús vibró con todo lo positivo de la religiosidad de su pueblo. No podemos imaginarlo “aguando la fiesta”, queriendo separar lo profano de lo religioso o imponiendo costumbres traídas de Roma. Sabemos que a la fiesta de los novios de Caná le puso más vino. Él rezaba en el templo junto al pueblo, dialogó con ellos, peregrinó con ellos y les ayudó a crecer en su fe en Dios.
Jesús enseñó sobre las prácticas y las actitudes religiosas ver¬daderas. Habló sobre la oración, sobre la penitencia. (“Cuando oren o hagan penitencia no sea como los hipócritas..., sino más bien...). Jesús habló sobre la importancia relativa de los luga¬res y exterioridades del culto. (A la mujer samaritana: “Ni en Jerusalén, ni en este cerro... El culto que Dios quiere es en espíritu y en verdad ). Jesús habló de la relación con Dios, confiada, de hijo a Padre. Jesús criticó el formalismo religioso. El sectarismo. Insistió en la fe y en la conversión como las con¬diciones para acercarse a Él..., etc., etc.
Pero nunca fue fanático. El amor al pueblo no le cegaba para ver sus defecto. Ni para quedarse tampoco pasivo ante ellos. Por eso a veces atacó duramente ciertos aspectos de la religiosidad, sobre todo a los dirigentes religiosos.
2. CONDENÓ DURAMENTE EL RITUALISMO Y LA HIPOCRESIA RELIGIOSA
Acabo de intentar imaginarme a Jesús simpatizando y aun participando en actos de piedad popular. Pero decía que Él nunca fue fanático. Fue crítico. Y por ello a veces tuvo que atacar duramente ciertas manifestaciones de religiosidad.
No es el momento, ni soy yo la persona indicada, para reali¬zar un estudio sobre el comportamiento de Jesús en este punto. Pero, como indiqué al comienzo de este capítulo, insinuaré al¬gunas intuiciones básicas.
Un fenómeno muy desarrollado en nuestra religiosidad es el ritualismo. Jesús, siguiendo la línea de los profetas, tan clara¬mente marcada, lo combatió también con dureza.
Dice que no basta con rezar, ni predicar, ni aun realizar mi¬lagros: es necesario cumplir la voluntad del Padre (Mt. 7,21-23). Hay que anteponer a las tradiciones religiosas el mandato de Dios (Mc. 7,8).
En la predicación de este mandato de Dios es la caridad fra¬terna. Por eso no es concebible un culto a Dios prescindiendo de esta dimensión, Tanto es así, que Jesús llega a decir que el que se acerca al altar a dar culto a Dios, y se acuerda que su hermano tiene algo contra él, debe volver a hacer las paces con su hermano, y volver después a entregar su ofrenda (Mt. 5,23-25).
Un falso seguimiento de Jesús es: “Qué bueno es estar aquí” (Mt. 17,1); el refugio en una cierta vida de oración que huye de las responsabilidades temporales. Jesús exige bajar a la vul¬garidad de la vida (Mc. 9,9) para que el compromiso de la cruz dé sentido a la oración y el servicio fraterno dé sentido a las funciones jerárquicas.
El seguimiento puede falsificarse “como dispensadores de las gracias” (Mc. 9,14-29). El discípulo se convierte así en un ministro de sacramentalidad ritual, poseedor de un poder mágico, y puede sentirse dispensado de una oración comprometedora y de la ascesis personal en el seguimiento del Señor...
Jesús exige abrir los ojos a las necesidades de los hermanos (Mc. 10,21) que siguen al Señor: pobres, hambrientos, persegui¬dos, prostitutas, publicanos.
San Pablo afirma que “no es la Cena del Señor lo que comen”, cuando se entera de que en la comunidad cristiana de Corintio unos pasan hambre y otros comen demasiado (1Cor. 11,20-22).
San Juan, el discípulo predilecto de Jesús, realza que el cono¬cimiento de Dios se realiza en el amor al prójimo (1 Jn. 4,7-8; cfr. Jer. 22,16). A Dios se le encuentra a través del hermano (1 Jn. 4,12.16.20).
El culto en sí no es considerado como medio directo para en¬contrar a Dios. Por eso los ataques de los profetas a los que quieren dar un culto a Dios sin practicar de antemano la justicia. Es un culto sin sentido, porque de hecho no están adorando a Dios, sino a su propio egoísmo.
La cuestión es buscar a Dios donde Él mismo dice que está: en los necesitados (Mt. 25,34-40). El que no se interesa por los demás no es capaz de dar culto al Dios verdadero. Es un culto hipócrita. Por eso creo que es por lo que Jesús ataca tan duramente la hipocresía religiosa.
No le gusta la oración del fariseo, que se alaba a sí mismo, despreciando a los demás (Lc. 18,9-14). No aguantaba la actitud piadosa de esos hombres, que cumplían fielmente ciertas pres¬cripciones externas de la ley, pero se olvidaban de “la justicia, la misericordia y la fe” (Mt. 23,23).
Parece que algunas veces Jesús hasta buscó directamente pro¬vocar el choque del escándalo al no cumplir públicamente ciertas costumbres religiosas del ambiente, como ciertas abluciones o la prohibición estricta de trabajar en sábado. No admitía esos ri¬tualismos como actos valederos en sí mismos, ni mucho menos una actitud de esclavizarse a ellos. Su frase célebre de que “el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2,27) resume su mensaje de que todo rito está destinado a servir al hombre, y no para esclavizarse a él. Jesús fue muy duro también contra la explotación económica basada en motivos religiosos. La expulsión a latigazos de los mercade¬res del templo es símbolo claro de ello: “No hagan de la Casa de mi Padre un lugar de negocios” (Jn, 3,14-17).
Habría que fundamentar seriamente estas pinceladas trazadas tan a la ligera. Pero creo que es clara la actitud activa de Jesús contra el ritualismo, la hipocresía religiosa y la explotación ba¬sada en la religiosidad. Con frecuencia se le ve explicar al pueblo el por qué de esta actitud suya. Pero su actuación, como profeta que es, suele pasar primero por los hechos y después por la ex¬plicación sencilla y consecuente.
Lo difícil para nosotros es ver cuándo hay que alabar y fo¬mentar, cuándo prescindir y cuándo combatir. Y todavía más difícil es acertar en el cómo se hace todo esto. De ahí mi insis¬tencia en estudiar cada vez más el ambiente del tiempo de Jesús y su actitud respecto a la religiosidad de su pueblo.
3. LA ACTITUD DE JESÚS LE LLEVÓ
A UN SERIO CONFLICTO RELIGIOSO
“Entre las cosas más seguras de la vida de Jesús está su trato con pecadores y culturalmente impuros (Mt. 2,16 y passim), el quebrantamiento del mandato judío sobre el sábado (Mc. 2,23s y passim) y de las prescripciones sobre pureza (Mc. 7,1s. pas¬sim). Parece que de pronto corrió una expresión satírica sobre Él: “Comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Mt. 11,19).
Esta conducta de Jesús suscitó desde el principio sorpresa, fascinación y entusiasmo, así como sospechas, rechazo, escán¬dalo y odio. Jamás, se había visto ni oído una cosa así. Para un judío piadoso tal conducta y tal mensaje significaban un escán¬dalo y hasta una blasfemia (Mc. 2,7 y passim). El anuncio de un Dios cuyo amor vale también para el pecador, cuestionaba la concepción judía de la santidad y justicia de Dios. Esto atrajo sobre Jesús muy pronto la enemistad y el odio de los dirigentes del judaísmo de entonces. Jesús tenía que parecerles un falso profeta a causa de su anuncio revolucionariamente nuevo sobre Dios. Esto se castigaba con la pena de muerte según la ley judía (Dt. 18,20). El final violento de Jesús se sitúa, pues, en la conse¬cuencia íntima de su conducta” (Walter Kasper).
Considero de suma importancia este choque religioso que Je¬sús estuvo dispuesto a afrontar con tal de dar al mundo un enfoque verdadero sobre Dios y la forma de encontrarlo. Su pe¬dagogía ante este punto básico fue ante todo la de su propio ejemplo. Supo también desarrollar una amplia campaña de pas¬toral de la Palabra, perfectamente adaptada a la mentalidad de su pueblo. Pero como hemos dicho, a veces se enfrentó de hecho con el ritualismo y la hipocresía religiosa, sin miedo a escanda¬lizar. Quizás estos golpes proféticos son sacudidas necesarias para que las personas de buena voluntad salgan de sus posturas falsas y se pongan en camino de encontrar a Dios como Él quiere ser encontrado.
Creo importante ahondar un poco más en la diferencia radical entre el concepto de Jesús sobre Dios y el que tenían los repre¬sentantes de la religión judía. Para ello transcribo una opinión esclarecedora, escrita en El Salvador, país donde actualmente este choque está al rojo vivo.
Jesús lucha contra la opresión del hombre por el hombre, aunque se haga en nombre de la religión; contra la utilización de un Dios que en realidad está sometido a las tradiciones humanas; contra la hipocresía religiosa que se refugia en un cierto Dios para desoír las exigencias de la justicia. Los sacerdotes y teólogos de su época entendieron bien que el Dios de Jesús era opuesto al suyo.
Cristo desenmascara, además, los medios que nos llevan a Dios; predica y actúa de forma que “Dios viene en Gracia” y no por medio de determinadas obras de la ley; exige que el hombre debe dar a Dios su misma identidad (lo más intimo y personal) y no una serie de cosas o dones externos al hombre mismo; el lugar para encontrar a Dios, según Jesús, es la calle (buen sa¬maritano (Lc. 10,25-63-7) y todo necesitado (juicio final, Mt. 25, 35-45), más que el culto, el templo, la ciencia o el sábado...
Jesús rechaza también el poder religioso manifestado en el culto y la religiosidad. Los guardianes de la fe del pueblo legali¬zaban los diezmos y la renta debida al templo, así como una forma de comercio sagrado en los recintos del templo, que de¬jaba pingües ganancias. Cristo expulsa violentamente a los pro¬fanadores y vendedores, que le han aclamado el día anterior, como rechazo de un poder religioso que juega con el hambre y la miseria del pueblo.
¿No somos a veces nosotros cobardes para afrontar en serio la presentación del Dios bíblico, tal como lo hacia Jesús? ¿No tenemos demasiado miedo a las consecuencias que todo ello nos pueda acarrear? Fácilmente nos vamos a un extremo o a otro, a aceptar toda la religiosidad sin sentido crítico o a combatirla toda viendo sólo lo negativo. Pero difícilmente nos quedamos en ese punto intermedio crítico de Jesús. Necesitamos una gran dosis de análisis, de estudio, de reflexión comunitaria, de pe¬dagogía pastoral; de espíritu de Jesús, sobre todo.
Hoy en día algunos quieren volver a la religiosidad popular con intención inconfesa de negar los avances realizados a partir de Medellín. Otros no encuentran ningún valor liberador en la religiosidad. Quizás unos y otros, todos, necesitemos estudiar mucho más la actitud de Cristo ante este problema. Él sería, como siempre, la luz que alumbre el camino a seguir. Y la meta que buscamos alcanzar; en este punto de la religiosidad también.
7
FERTILIDAD DE LA
RELIGIOSIDAD CAMPESINA
Hemos reflexionado más arriba sobre las cualidades y los de¬fectos de la religiosidad campesina. Y pensamos que lo positivo es de más peso que lo negativo. Justamente su mayor peso se lo dan las posibilidades de desarrollo que encierran en sí. Volvamos a insistir en los valores que potenciar, cómo es posible desarrollarlos, los dilemas que encierran, las crisis que hay que afron¬tar, de forma que teniendo presente todo este telón de fondo, podamos hablar dos capítulos más tarde sobre algunos princi¬pios generales de pedagogía pastoral frente al hecho de la reli¬giosidad del campesino.
1. ES UN PUNTO DE PARTIDA
La religiosidad tiene una gran fuerza de convocatoria para el campesino. Al comienzo difícilmente se les reúne por motivacio¬nes religiosas de otra índole más actualizadas. Pero cuando con¬curren a sus fiestas y a los sacramentos tradicionales, si la falta de pedagogía de los sacerdotes no les ha forzado a encerrarse en una actitud desconfiada de defensa, generalmente se encuen¬tran en disposición de cera blanda, donde es posible grabar algo positivo. Vienen dispuestos a escuchar y a asimilar las enseñan¬zas del sacerdote que les recibe con cariño y con respeto. Su disposición de ánimo y sus vivencias humanas en estos momentos constituyen una oportunidad única.
La religiosidad es como el rescoldo que encuentra la mujer campesina en su cocina al amanecer, que basta con avivarlo pa¬ra prender el fuego del nuevo día. ¿Para qué prender nuevos fue¬gos, si ellos guardan un hermoso rescoldo dentro de su corazón?
A pesar de sus limitaciones, en cierran, pues, dentro de sí una serie de posibilidades de evangelización que no pueden ser des¬preciadas: interesa y llega a muchos campesinos, tiene poder de convocatoria, cuenta con elementos cristianos que son puntos claves para la evangelización, despierta actitudes evangélicas... Dios está presente... Es semilla del Verbo...
Para mi no hay duda de que en la base religiosa del campe¬sino se encuentra la ayuda más eficaz para la elevación de su nivel en todos los sentidos. Pero para ello es necesario tomar conciencia de estas posibilidades, contar siempre con el propio campesino y saber poner en marcha un proceso pedagógico de evangelización.
2. ES POSIBLE MEJORAR Y CAMBIAR
Considero imprescindible el optimismo inicial.
“Hay que afirmar sin embajes que está en manos del pastor mejorar toda práctica o costumbre pastoral, a la larga, con pedagogía y paciencia. La experiencia enseña que a la larga el apóstol obtiene las rectificaciones e introduce las reformas que desea. Jamás hay que aceptar los ‘esto aquí no se puede hacer’, ‘el pueblo quiere otra cosa’, ‘no estamos preparados’... Es cierto que al comienzo esa es la situación, pero un trabajo perseverante y educador puede transformar el interior de una iglesia, supri¬mir imágenes, suprimir prácticas e introducir nuevos valores religiosos aun en regiones muy tradicionales y de costumbres ancestrales. Y esto en un tiempo relativamente breve (3 6 4 años). Si así no fuera, significa o que se cayó en soluciones de facilidad (es decir, que no está evangelizando, o bien que esas expresiones religiosas son ya irrecuperables, y por lo tanto ha¬bría que ir progresivamente desolidarizándose de ellas” (Segundo Galilea).
Esto no quiere decir que ignoremos las serias dificultades que encierra una auténtica pastoral popular. Cualquiera que quiera enfrentar con seriedad esta tarea se encuentra en primer lugar con la tozudez con que algunos sectores campesinos se aferran a sus tradiciones religiosas. Y más adelante, con la incompren¬sión y después el ataque de sectores extracampesinos.
Ciertamente miro con entusiasmo las posibilidades de la reli¬giosidad del campesino; pero mi entusiasmo no es ingenuo. Llevo bastantes años viviendo en medio de los campesinos. Este libro está escrito en el despacho parroquial de un pueblito perdido en medio de los Andes ecuatorianos. Casi cada página ha sido in¬terrumpida por una visita. Escucho cómo al llegar me dan trato de “su reverenda” o “su paternidad”; después me piden “el se¬ñalado favor de hacerles una misita por separado”; y así cosas por el estilo.
A veces es desesperante. Parece que no se consigue nada. Pero con frecuencia este trabajo es también sumamente consolador. La condición imprescindible es una gran dosis de paciencia y tacto para poner en marcha este proceso. A pesar de las serias dificultades, sigo creyendo cada vez más en la posibilidad de una evangelización del campesinado a partir de su religiosidad.
3. HAY QUE ENFRENTAR SERIOS DILEMAS
Hemos afirmado en el apartado anterior que es posible mejo¬rar y cambiar, a pesar de las dificultades. Creo que vale la pena insistir en la complejidad del problema.
Todos los que nos plantamos delante de la religiosidad, que¬riendo buscar un camino a través de ella, nos encontramos con bifurcaciones distintas y a veces aun en direcciones opuestas. He conocido en mi, y en muchos las dudas, las zozobras y hasta la angustia. No se sabe qué camino tomar.
Es esta una tarea difícil. “Injertar el espíritu del Concilio Va¬ticano II en este ambiente es una aventura a la que no se arriesgan muchos sacerdotes: renunciar a las ventajas económi¬cas, expurgar la tradición ritual, secularizar los elementos míticos, enfrentarse con la borrachera, son tareas que presentan un dilema de agudas aristas: o claudicar o caer en un despotismo clerical igual o peor al anterior, nicho de otra forma: o fidelidad a un cristianismo auténtico o fidelidad a un pueblo que men¬diga se lo respete y acepte tal cual es. Son pocos los que logran conjugar ambas cosas, sin herir o claudicar” (Federico Aguiló).
¿Fieles a la fe en Jesús o fieles a la religiosidad del pueblo? A algunos les parece imposible atar la cuerda a los dos extremos. Les parecen irreductibles las posiciones fe-religión.
¿Pastoral de tierra arrasada o pastoral del conformismo? Es¬tos dos extremos se ven con frecuencia en nuestros medios. Y muchos, en posiciones intermedias, no sabemos a cuál de los dos lados debemos inclinarnos y en qué medida.
¿A qué debemos dedicar más tiempo? ¿A la masa o a grupos selectos? ¿Cómo hacer para que estos grupos no se aíslen de la mayoría?
Ciertamente no podemos colaborar reforzando las imágenes alienantes de Dios y del hombre, que evocan un sistema opresor y están lejos de la liberación del Evangelio. Pero todo ello está muy entremezclado con elementos positivos. ¿Cómo separar la paja del trigo? ¿Hasta dónde se ha de mantener esta religiosidad tan ambigua?
Algunos se niegan a fomentar lo más mínimo un sentimiento religioso que encierra tantos elementos negativos. Dicen además que se trata de un estado provisorio de un cristianismo pretéc¬nico y subdesarrollado, en vías de rápida desaparición. Creen ellos que con el desarrollo técnico de nuestra época, a la larga se está incubando la muerte de la religiosidad.
¿Qué decir a todo esto? Ciertamente encierra algo de verdad. ¿Vale, pues, la pena correr el riesgo de un camino de evangeliza¬ción a partir de la religiosidad? Se corre el peligro de llegar a opciones incoherentes con las tareas urgentes que hay que realizar en Latinoamérica.
Además, en la actualidad hay quienes hablan mucho de reli¬giosidad popular como una vuelta atrás de las conquistas reali¬zadas a partir del Vaticano II. ¿No se corre el peligro de hacer¬les el juego a ellos?
Estos y otros muchos dilemas se presentan hoy a todos los que nos preocupamos del hecho de la religiosidad popular. Mi opción personal, después de haber pasado años en posiciones contrarias, es la de enfrentar la evangelización del campesino a partir y a través de su religiosidad. Sé que es tarea difícil, y en ello estoy enfrascado.
En esta materia nadie es maestro. Bajo ningún concepto pre¬tendo elevarme al terreno de doctrinas indiscutibles. Justamente hay mucho que discutir, que tantear, que evaluar, que parango¬nar y volver a intentar de nuevo.
Tampoco se trata de una mera opción personal mía. En todo el continente van brotando con fuerza orientaciones muy parecidas. He dialogado con cantidad de teólogos y pastoralistas que van por este mismo camino. He leído mucho. He viajado cono¬ciendo experiencias concretas. Y todo ello me confirma en mi postura.
El camino está aún por recorrer. Pero Quizá la orientación general está cuajando ya como algo definitivo para nuestra épo¬ca. Para ello urge un mayor intercambio de experiencias. Y es¬tudios cada vez más a fondo.
4. LA VOZ DE LA IGLESIA: PURIFICAR Y VITALIZAR
La Iglesia en los últimos años ha enfrentado la opción de la evangelización a partir de la religiosidad. Por eso, antes de aden¬tramos a estudiar la pastoral de la religiosidad campesina, veamos algunas citas sobre su postura en los últimos tiempos en este tema.
El Concilio Vaticano II dice a propósito de los pueblos no cris¬tianos: “Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio” (L.O., 16). Y más adelante añade, refiriéndose a la Iglesia: “Con su trabajo con¬sigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el cora¬zón y en la mente de los hombres, y en los ritos y culturas de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y perfeccione” (LO., 17).
Si esto dice oficialmente la Iglesia refiriéndose a pueblos pa¬ganos, con mucho más motivo debemos cuidar los valores de re¬ligiosidad del campesino latinoamericano, que se honra en ser cristiano. Es deber nuestro respetar, purificar y vitalizar todo lo bueno y verdadero que hay en sus costumbres y manifestaciones religiosas.
Es radical la diferencia que existe entre la teología del Vati¬cano II y la teología del tiempo de la Colonia respecto a la pre¬sencia de Dios en las culturas autóctonas no cristianas. Enton¬ces toda otra religión se miraba como obra del demonio. El Vaticano II, en cambio, ha abierto toda una nueva mentalidad teológica de la presencia de Dios y de Cristo en las diversas cul¬turas, como “semillas del Verbo” (Ad gentes, 11), que hay que vitalizar y cultivar. Esta nueva apreciación es importantísima. Con ella se abrió la puerta grande a la corriente actual de vitali¬zar y purificar la religiosidad popular, como camino de encuentro hacia Cristo.
En el encuentro de Medellín se aterrizó este tesoro doctrinal a nuestra realidad. Su planteo es claro, refiriéndose ya directamen¬te a la religiosidad:
“Corresponde precisamente a la tarea evangelizadora de la Iglesia descubrir en esa religiosidad la ‘secreta presencia de Dios’, el destello de verdad que ilumina a todos, la luz del Verbo, pre¬sente ya antes de la encarnación o de la predicación apostólica, y hacer fructificar esa simiente.
Sin romper la caña quebrada y sin extinguir la mecha humean¬te, la Iglesia acepta con gozo y respeto, purifica e incorpora al orden de la fe, los diversos ‘elementos religiosos y humanos’ que se encuentran ocultos en esa religiosidad como ‘semillas del Ver¬bo’, y que constituyen o pueden constituir una preparación evan¬gélica” (Past. Popular, 5).
Años más tarde, en el Sínodo de 1974, se habló con profusión del tema. Rosendo Alvarez resume así los aportes de los obispos en esa ocasión:
“Potenciar la religiosidad popular, madurarla, comprometerla. Comunicarle una fuerza misionera y un dinamismo de fermento. Llevarla a una maduración en la fe, hacia un sólido sentido de la libertad y la responsabilidad. Ayudando a superar la dicoto¬mía existente entre la fe y la vida. Llevar a estos cristianos a que tomen conciencia de su vocación. Hay que dar solidez a los elementos válidos que posee. Para ello se impone la oportuna catequesis. Hay dos palabras que resumen todo este programa: purificarla y vitalizarla. La dificultad está en el cómo, que re¬quiere años de paciente labor callada”.
Pablo VI, en su encíclica “Evangelii Nuntiandi” (diciembre 1975), dedica unos párrafos muy jugosos sobre el tema. Vale la pena copiar el N° 48 casi completo:
“La religiosidad popular, cuando está bien orientada, sobre to¬do mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sen¬cillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Com¬porta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. En¬gendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la lla¬mamos gustosamente ‘piedad popular’, es decir, religión del pue¬blo, más bien que religiosidad.
La caridad pastoral debe dictar a cuantos el Señor ha coloca¬do como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de con¬ducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan ame¬nazada. Ante todo hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”.
Pablo VI esboza todo un plan de pastoral. Sus palabras son la guía básica sobre la que descansa la construcción de este libro.
En el documento de consulta como preparación a la III Con¬ferencia General del Episcopado Latinoamericano, publicado a finales de 1977, se vuelve sobre el tema. Veamos algunos de sus principales párrafos.
“La religiosidad popular es para la Iglesia Latinoamericana una preocupación teológico-pastoral de importancia... (N° 676).
Después de Medellín diversos hechos llevan a comprender la religiosidad desde nuevas perspectivas. Las dos más importantes parecen ser: el descubrimiento del valor del pueblo y de su historia y la revalorización de lo ‘religioso’... (678).
Hay que delinear más concretamente las tareas de asumir y escuchar al pueblo, moverlo a la purificación de su religiosidad y dinamizarlo conforme a las exigencias del Evangelio. El primer paso para la acción evangelizadora es la comprensión, la sim¬patía, el compartir la misma cultura de los evangelizandos. La Iglesia tendrá que revisar su lenguaje, sus estructuras y medios para que el Evangelio se haga transparente (684).
Jesucristo redime asumiendo la religiosidad de los pueblos, Pero esta redención se da en un proceso: la religión, e incluso la fe, no existen en estado puro; participan de la ambigüedad de todo lo humano. Por eso, hay que mantener una actitud pas¬toral de constante pedagogía. Se requiere el anuncio perseve¬rante y explicación de la Palabra de Dios; la explícita conexión de estas devociones populares con la liturgia de la Iglesia etc. A su vez la liturgia se debe adaptar a las culturas de los pueblos, asumiendo prudentemente sus signos propios” (686).
Creo que se recoge en parte la problemática actual sobre la religiosidad. Pero no todo. Sería de desear que en Puebla se diese más extensión al tema y, sobre todo, más profundidad, tanto teológica como pastoral.
5. VALORES QUE POTENCIAR
Ya hablamos largamente en el capítulo tercero sobre los va¬lores de la religiosidad campesina. Bastaría con volver a releer todo aquello. Pero creo conveniente volver a recordar brevemen¬te los valores que posibilitan una fertilidad hacia el futuro.
Hablábamos de la conciencia colectiva. Este aspecto es tierra fértil para hacer crecer y desarrollar el sentido comunitario de la fe y también su conciencia de pueblo.
En su religiosidad se encierra una actividad creadora. El des¬arrollo de esta capacidad creativa será tierra preparada para abrir nuevas experiencias y nuevos horizontes en la vida eclesial, de trascendencia quizás insospechada,
Decíamos que la religiosidad campesina encierra una fuerza liberadora de gran potencialidad. Todo depende de hacia dónde se enfoque esta fuerza. Guarda también en sus entrañas un sen¬tido de protesta sin explotar. Son dos aspectos de gran fertilidad.
Un factor importante en estos tesoros de la piedad popular es el hecho de que alberga en sí fuerzas opuestas dinámicas. En la religiosidad están juntas y contrapuestas la expresividad y la rutina, la creatividad y la inercia, la tradición y la innovación. Es un alma viviente y una costumbre fija. Es folclore y es fe auténtica. Es opio alienante y al mismo tiempo aliento de pro¬testa y exigencia de justicia. Es un residuo de un pasado arcaico y un tesoro de riquezas por explotar. Hay en todo esto un choque incesante de estímulos creadores.
Los fuertes cambios históricos actuales hacen detonar las con¬tradicciones internas de la religiosidad. Si los campesinos no han recibido antes una cierta preparación, ante estos choques salta hecho pedazos lo más positivo de su religiosidad. Pero si ya hubo un cultivo previo, puede darse un desplazamiento de formas y creaciones anteriores para dar paso a nuevos procesos creadores.
Creo que lo más importante de esta fertilidad es la predispo¬sición positiva que guarda para que prenda en este tronco rústico el injerto en Cristo. Con raíces y savia popular, la fe en Cristo se desarrolla vigorosamente, de modo que llega a dar frutos de primera calidad. Es terreno fértil que esconde en su seno “Semillas del Verbo”. Desarrollaremos este tema más adelante.
En las nuevas circunstancias históricas que vive el campesi¬nado van naciendo nuevas formas de religiosidad. Una oportuna y constante evangelización debe vitalizar y orientar estos estilos nuevos, capaces de expresar mejor los nuevos valores.
6. ACTITUD INICIAL: DEJARNOS EVANGELIZAR POR ELLOS
En primer lugar, para que pueda germinar esta fertilidad, los animadores de la pastoral tenemos que dejarnos evangelizar por los pobres. Dejar que la Buena Nueva que ellos viven penetre en nuestros corazones. Descubrir las huellas de Cristo en ellos, que aunque un poco desdibujadas, son muy profundas. Y des¬pués podremos ayudarles a encontrar más a fondo al mismo Cristo y los valores evangélicos que Él trae.
Como ya hemos destacado, la fe del campesino es su mayor tesoro, con un enorme potencial transformador. A partir de ella es posible un verdadero proceso de evangelización. Condición para ello: creer en el campesinado y en Cristo que vive en él. Un gran respeto y entrega a ellos: Y mucho espíritu de sacrifi¬cio, pues la persecución de la octava bienaventuranza no tarda en llegar. Si anunciamos la Buena Nueva a los pobres, no po¬demos esperar ser menos perseguidos que el Maestro.
Me parece que las circunstancias históricas actuales nos lla¬man a ayudar al pueblo a hacer de nuevo una síntesis original y nueva entre fe, cultura y compromiso histórico. Nuestro pue¬blo está haciendo inconscientemente un proceso no formulado de autoevangelización. Y necesita con urgencia de nuestro com¬promiso junto a ellos para ayudarlos a encontrar a Cristo, cada vez de una manera más auténtica. Es urgente que sintonicemos más con esa hambre de Dios que se da en medio de los pobres; que seamos entre ellos el signo viviente de la presencia amorosa de Dios en sus vidas, en sus ideales y en sus luchas por vivir como personas. Tenemos que aprender a orar junto al pueblo, sin sentirnos una “casta privilegiada”, que sabe dirigirse a Dios por métodos más “puros y espirituales”. Necesitamos ser más pueblo, para poder evangelizar al pueblo.
Es necesario convertirse al pueblo. La primera actitud misio¬nera es siempre la propia conversión, que significa aquí hacerse parte integrante de la Iglesia del pueblo, una Iglesia que está familiarizada con el pueblo y que pertenece al pueblo, que está familiarizada con el campesinado y le pertenece.
Convertirse al pueblo, no solamente en el aspecto comunitario, sino también incluyendo la Teología, en cuanto el pueblo participa en su formulación. Y en la estructura, en cuanto el pueblo no es objeto de ella, sino sujeto activo.
Conversión humilde, reconociendo que también nosotros tene¬mos nuestros condicionamientos históricos, nuestras propias prácticas religiosas, bajo las que se esconden unas creencias y moti¬vaciones peculiares. Así el diálogo se hará más auténtico.
Quizás un tema de reflexión constante, como termómetro de nuestra capacidad evangelizadora, puede ser un examen sincero de hasta qué punto nos dejamos evangelizar por los pobres.
8
LA CRISIS DE LA RELIGIOSIDAD
Los problemas y dilemas de la religiosidad no nacen solamente de sí misma, sino de la complejidad especial del mundo actual. Las circunstancias actuales de la ciencia y de la historia hacen entrar en crisis fuertemente toda manifestación de religiosidad. Vivimos en una sociedad en cambio, en la que todo se zarandea. Y quizá la religiosidad de una manera especial.
Necesitamos ser conscientes de este fenómeno y de las conse¬cuencias que acarrea. En un plan pastoral se ha de tener muy en cuenta. Por eso, antes de entrar de lleno en la parte princi¬pal del libro, considero necesario reflexionar sobre este problema. Ya están llegando estas crisis al campesinado, y en un futuro próximo llegarán con mucha más intensidad.
Las crisis son un peligro. Pero previniéndolas, pueden llegar a convertirse en una hermosa coyuntura para dar el salto ade¬lante en la evangelización cristológica de la religiosidad popular. Si aprovechamos bien este zarandeo, puede ser que nos despren¬damos de mucha fruta podrida y muchas ramas inservibles, y así, podada, podría germinar de nuevo la religiosidad en nuevos frutos según los nuevos tiempos.
1. UNA SOCIEDAD EN CAMBIO
El campesino ya no vive aislado como antaño. A todos los rincones llega la radio. A veces, el cine y aun la televisión. La red de carreteras va penetrando en el interior. Y ellos mismos salen con frecuencia a los centros urbanos en busca de trabajo o para vender sus productos. Y así van impactando los cambios de la sociedad actual en el corazón de] campesino.
Este cambio, en el caso campesino, se convierte con frecuencia en un salto brusco en el vacío. En cuestión de horas o de días, pasan de un ambiente rural cerrado a una sociedad pluralista, abierta a todo. En días dan un salto de siglos. Pierden sus pro¬pias raíces culturales, pero les cuesta mucho echar raíces en el nuevo ambiente desconcertante que encuentran. Y sin raíces, ni aclimatación, se seca su espíritu y entra todo lo anterior en crisis.
El desarraigo y la inseguridad que provocan en el campesinado los cambios de la sociedad actual son puertas abiertas por las que entra en su espíritu el cuestionamiento de todo su modo de ser anterior. Como decía en la introducción, habrá que tener muy en cuenta estos cuestionamientos.
2. CRISIS DE LA RELIGIOSIDAD SACRAL-CÓSMICA
En la medida en que el campesino va saliendo de su conciencia ingenua, a través de contactos con otros ambientes, y quizá también por medio de algunos estudios, su religiosidad cosmoló¬gica entra en crisis fuertemente. Si no se le hizo reflexionar con anticipación sobre este fenómeno, es posible que la crisis haga tambalear fuertemente su fe.
Veamos en primer lugar qué entendemos por religiosidad sa¬cral-cósmica.
Es una creencia por la que se piensa que todas las fuerzas de la naturaleza dependen directamente de Dios en cada caso con¬creto. No se considera la autonomía relativa de las leyes natu¬rales. Ni la libre voluntad humana en la construcción del mundo. Todo depende del capricho de la voluntad de Dios. Por eso la única solución es la súplica o la resignación.
El hombre, ignorante e impotente, siente una profunda limi¬tación y dependencia “ante las fuerzas irrefrenables del cosmos, concebido como una realidad poblada de potencia, energía y poder.
Imaginan a Dios como una fuerza poderosa, “a la que se acude fundamentalmente para satisfacer necesidades bióticas o para superar limitaciones que surgen de la vida natural... Junto a esta fuerza ubican a otras ‘fuercitas’ menores, pero más espe¬cializadas y próximas”, que generalmente son los santos.
Es característico de este tipo de religiosidad “la preocupación por servirse de esas fuerzas o poder sagrado para solucionar los problemas que diariamente plantea el cosmos y la vida natural (tormentas, lluvias, plagas, enfermedades, fecundidad, pan tra¬bajo...)”.
Como ya indicábamos en el comienzo del libro, esta forma de pensar no se suele encontrar en un estado puro, sino mezclada con otra serie de defectos y cualidades. Pero los impactos que puede recibir son concretos e hirientes.
Cuando se dan cuenta, a través de lecturas o conversaciones, de que los fenómenos naturales tienen una explicación cientí¬fica, distinta a las causas sobrenaturales en las que ellos creían antes, el golpe que reciben es muy fuerte. Entienden, por ejem¬plo, que llueve cuando se dan ciertas condiciones de temperatura y presión. Si cambian esas condiciones, la lluvia se convierte en tormenta o en granizo. Comprueban que a las plagas se les combate con insecticidas, mejor que con rogativas. Y así en cantidad de fenómenos naturales.
Más tarde descubren quizá que sus condiciones de vida son fruto de condicionamientos socioeconómicos históricos. Algunos sectores descubren la dimensión política fuera de todo contexto religioso y aun en contradicción con él.
Al darse cuenta de que no es Dios directamente el que pro¬voca los fenómenos naturales o el causante de su condición social, les comienza a corroer la duda de la misma existencia de Dios. Si ante estos choques, que golpean lo más intimo de su ser, no encuentran a quien le ayude a crecer en la fe, tomarán el camino de la indiferencia y aun el de la incredulidad o quizá se cierren en una actitud todavía más fanática.
Entran en crisis las actitudes fatalistas ante la vida; las pos¬turas pasivas y resignadas ante los procesos naturales y sociales. O sea, lo peor de la religiosidad. Es el gran momento de ayu¬darles a abrir nuevos horizontes; de ayudarles para que pueda crecer todo lo positivo de su religiosidad; el momento de ponerse en camino en busca de Cristo.
En toda pastoral sensata es de suma importancia prever estas crisis. En la medida en que sea posible, se deben aclarar con¬ceptos cuando todavía viven en su ambiente propio, antes del ¡choque, pero siempre respetando el debido proceso pedagógico.
En el documento de consulta del CELAM para la Conferencia General de Puebla se afirma un punto básico a este respecto, que podría servir como un primer paso de concientización urgente a realizar entre los sectores campesinos:
“El cosmos no es divino. El hombre puede dominar la natu¬raleza por el trabajo y la técnica, factores de su propia realiza¬ción, no destruyéndola, sino humanizándola” (N° 715).
3. CRISIS DE LA RELIGIOSIDAD SOCIOLÓGICA
Todo ambiente campesino, un poco cerrado, más aún si es indígena, tiene una cultura homogénea, que ejerce un control social rígido sobre todos sus miembros. “Las normas sociales se impo¬nen espontáneamente, a través de una presión estricta. Como estos grupos tienen todavía definidos perfiles de sacralidad, las prácticas religiosas integran, como elementos claves, esas cos¬tumbres que se adoptan espontáneamente”.
Este clima favorece el desarrollo de la religiosidad cósmica, con la que está íntimamente unido. La costumbre ambiental se convierte en norma de moralidad. Y las faltas a esta moral son castigadas con una repulsa am¬biental, normalmente de consecuencias sicológicas graves para el transgresor. Es bueno lo que siempre se ha hecho, aunque no se entienda su significado. Por eso es difícil introducir cambios. Habrá que procurar para ello remontarse a las costumbres más antiguas, que normalmente serán más sanas, y buscar en sus raíces los porqué de tales costumbres. Habrá que fomentar lo positivo que se encuentre en el ambiente, desarrollarlo y hacerlo reflexivo. Todo ello con la debida pedagogía.
La religiosidad sociológica entra en crisis rápidamente cuando el campesino emigra a otros ambientes, más aún si son urbanos. Aun en su propio ambiente, como un proceso de erosión, se va desgastando lentamente por obra del goteo constante de los medios de comunicación.
De una forma o de otra, van entrando en crisis en todo el con¬tinente la religiosidad de costumbres y tradiciones fijas, ligadas al patrimonio familiar. Entra en crisis esa religiosidad de la uniformidad masiva de costumbres, que permanecen por inercia, cada vez con menos entusiasmo y convencimiento, sobre todo en las nuevas generaciones. El desarraigo de la vida, el hedonismo, el individualismo, el afán exacerbado de autonomía, son factores corrosivos de este tipo de religiosidad.
Es necesario prever esta crisis también y acompañarles du¬rante su itinerario. Se impone la pastoral de las crisis de la re¬ligiosidad. Como siempre, el único camino, a mi juicio, es una formación bíblica, reflexiva y dialogada, centrada en Cristo. Y como remedio especial para esta crisis, la formación de comuni¬dades de base, no sólo en el ambiente campesino original, sino con proyección además a las zonas de emigración y coordina¬ción de unas comunidades con otras.
4. CRISIS DE FE
Es casi imposible que se den crisis de fe en ambientes campe¬sinos tradicionales. Ellos creen en Dios siempre, a pesar de todo.
Como acabamos de indicar, la fe en Dios comienza a recibir embates al entrar en crisis las motivaciones de la religiosidad. Si no se superan estos embates mediante una formación ade¬cuada, es posible que la fe se seque paulatinamente, al faltarle la temperatura ambiental de la religiosidad tradicional. Aunque no suelen perder la fe del todo. Pero si no se les atiende debi¬damente, se deforman aún más sus creencias y crecen las supersticiones.
En jóvenes que se quedan a trabajar en centros urbanos puede darse con cierta facilidad la pérdida de la fe.
Un problema más grave es la falta de formación religiosa de los hijos de los campesinos emigrados a la ciudad: les falta la presión sociológica del ambiente. Y seguramente también la for¬mación que les pudieran dar sus padres, ya que éstos es posible que estén en crisis y, absorbidos por el trabajo, tienen además muy poco tiempo libre. Tampoco suele haber organizaciones pa¬rroquiales en los suburbios para dedicar una especial atención a los campesinos emigrantes y a sus hijos. Así es como está na¬ciendo una nueva clase social, en la que la parte negativa de sus padres queda a veces peligrosamente subrayada.
En general, creo que lo mejor sería prever los embates a la fe que los campesinos van a ir recibiendo, de manera que al impac¬tarles los choques no les causen demasiado daño, sino más bien les ayuden a crecer en la fe en Cristo Jesús. Un punto importante puede ser que aprendan a distinguir de antemano la diferencia que hay entre fe y creencias. Así las crisis de la religiosidad no les provocarán crisis de fe. Habría también que planear una pastoral de seguimiento y recibimiento de los emigrantes.
5. SECULARIZACIÓN
La secularización llega también al campo. Y entrará cada vez con más tuerza. Se trata de ese proceso moderno por el que ciertos sectores de la sociedad se apartan cada vez más de los símbolos religiosos, y niegan además que lo religioso tenga auto¬ridad para meterse y mandar en todos los campos.
“Se caracteriza por una manera más científica de ver el mun¬do y al hombre, a consecuencia de los avances de la civilización técnica”. Deja, por consiguiente, menos lugar a explicaciones de tipo sacral. Justamente la secularización es el aguijón que hace entrar en crisis la religiosidad sacral-cósmica. Al compren¬der mejor al hombre y al mundo, deja menos zonas oscuras para ser invadidas por lo sagrado.
A veces la secularización se presenta al campesino con signo anticristiano, atacando lo absurdo de su religiosidad cosmoló¬gica y el paternalismo abusivo de los sacerdotes. Como ambos ataques son razonables, si al campesino no se le abren nuevos horizontes, fácilmente irá cuajando en su corazón una secula¬rización laica, negativa ante todo aspecto religioso.
Pero si se le prepara y se le acompaña, la secularización se puede convertir en la coyuntura especial para purificar las creencias y vivencias de su religiosidad. Es bueno que el campesi¬nado salga de ese paternalismo clerical, que le hacia depender del cura en todo, a expensas del desarrollo de su personali¬dad. Y es bueno también que se libere de ese falso providencia¬lismo, que le impide tomar posturas activas en la construcción de su historia. Es bueno que entienda cómo Dios puso el mundo a medio terminar en nuestras manos, para que lo dominemos y lo transformemos el servicio integral de todos los hombres. Que la fe en Dios no sea un freno para el progreso, sino un estimulo vital para comprometerse en la lucha por una auténtica fra¬ternidad.
La secularización del campesinado latinoamericano no tiene por qué seguir los moldes de los países “civilizados”. Ciertamente van a evolucionar sus formas religiosas, pero no creo que lle¬guen a desaparecer. En su alma religiosa hay valores que no pueden morir.
“El fenómeno de la sacralización sólo parcialmente se basa en un conocimiento inadecuado del mundo. También responde a otro nivel de conocimiento —no científico, sino mítico; no formal, sino de sentido—, y así no tiene que desaparecer con la modernización. Aunque el campesino indígena llegue a conocer perfectamente la composición físico-química de la tierra y a ma¬nipular las técnicas agrícolas más avanzadas, puede seguir ve¬nerando ese maravilloso poder de la fertilidad y rindiendo culto a la Pachamama” (Manuel Marzal).
“Terminar con la simbolización de lo sagrado sería además privar al hombre de una tendencia por la que su espíritu se lanza.., hacia las zonas de sí mismo, en cuya profundización espera encontrar un sentido a la enfermedad, a la catástrofe, a la muerte, en suma, a la experiencia de la finitud”.
No podemos pretender que el campesino tenga una fe descolo¬rida e intelectualista, vaciada de su riqueza simbólica.
Enhorabuena llegue la secularización al campesinado. Se li¬brará de muchos ropajes sucios inservibles, que le impedían moverse a su aire. Pero la misma secularización debe llevar a bus¬car nuevas formas religiosas campesinas, que expresen mejor la riqueza del mensaje cristiano, dentro de su propia identidad campesina, En caso contrario, la secularización a la larga se convertirla en secularismo, o sea, una modernización con sen¬tido beligerante contra Dios y el cristianismo,
Un campesinado secularizado debe “encontrar la reformulación de los símbolos religiosos que expresen la experiencia social de una clase que lucha. Así como en otro tiempo, un pueblo, el de Israel, logró expresar su liberación política y social en un sím¬bolo y un ritual religioso, así también quizás ahora...
“Lo que proponemos a través de las sugerencias de estas pistas pastorales es, pues, bastante más complejo que un eslogan sobre la ‘necesaria’ o ‘abominable’ secularización. Es un esfuerzo por repensar y reactuar la fe religiosa y sus expresiones simbólicas e institucionales en un sentido que exprese al hombre, sobre todo al oprimido, en su lucha, sin las desfiguraciones y encu¬brimientos que hicieron criticable a la religión tradicional y que, por el mismo movimiento, dé también expresión a aquello que en el hombre supera al mismo hombre, a Dios como sentido”.
9
PEDAGOGIA DE LA RELIGIOSIDAD CAMPESINA
En medio de la humanidad corre un lecho común de religiosi¬dad, en el que se implantan, arraigan y crecen todas las religio¬nes. Es algo natural, común a todo grupo humano.
La función de cada religión debe ser depurar y desarrollar este lecho común hacia la plenitud del espíritu religioso. Es el proceso de crecimiento religioso de la humanidad a través de la historia.
Dentro del cristianismo, la evangelización de la religiosidad popular pone en marcha un proceso, que va desde la situación de religiosidad ingenua a la conciencia y vivencia de la fe en Cristo.
Es todo un proceso pedagógico de educación religiosa hacia la fe en Jesucristo, que partiendo de los valores de la religiosidad, va pasando por acontecimientos de fe y hechos de salvación, experimentados vivencialmente. Desde la actitud religiosa in¬fantil hacia la madurez autorresponsable de la fe cristiana, per¬sonal y comunitariamente asumida de modo consciente.
Durante este capítulo me limito a exponer una serie de nor¬mas pedagógicas aplicadas a los campesinos, sacadas de mi pro¬pia experiencia y el diálogo con compañeros que recorren el mismo camino. En los capítulos que siguen procuraré desarrollar los pasos en este caminar hacia la madurez de la fe en Cristo.
1. PARTIR DE LOS VALORES CAMPESINOS
No podemos evangelizar al aire. Ni a fantasmas creados por nuestra imaginación. Ni a entes de razón formulados por los intelectuales de despacho. Se trata de campesinos reales, con historia y cultura concretas. Ellos son el sujeto de la religiosidad de que hablamos. Y habrá que partir de ellos mismos, tal como son en la realidad.
Es posible estar trabajando pastoralmente con campesinos, y no llegar a conocerlos. No conocer sus sentimientos, su psicología, sus creencias más profundas. El campesino es esquivo y tien¬de además a mostrarse ante el sacerdote de manera distinta a como es en la realidad, con tal de conseguir los servicios religiosos que considera imprescindibles.
Hay que partir de la religiosidad campesina en todo lo que tiene de positivo, aunque se trate de valores ambiguos o em¬brionarios.
Al hablar de valores entendemos toda experiencia o actitud religiosa capaz de conducir a una experiencia personalizante o liberadora.
Dos capítulos atrás hablábamos de estos valores. Es importante tenerlos muy en cuenta, pues sólo se puede construir a partir de algo positivo. Pero en este proceso hay que ser muy realistas, pues no es fácil discernir entre lo que personaliza y lo que aliena, lo que libera y lo que esclaviza. Quizás en este discernimiento realista estribe la clave de la pastoral popular.
“La evangelización de la religión popular supone partir de ‘in¬jertos’ adecuados, de valores salvables, aunque muchas veces ambiguos; no se trata de iniciar una siembra desde cero. Se trata de promover del ritualismo al Evangelio, del devocionalismo a la liturgia, de la religiosidad a la fe, del sentido popular de la resignación a la esperanza cristiana, de la solidaridad y hospi¬talidad a la caridad.
Aun en los sincretismos, habrá que partir de ese hecho, y lle¬var del culto de los espíritus a la mediación de Cristo y de los ángeles; del culto a los muertos al sentido de los santos cristia¬nos; de la sujeción de los espíritus, a la inhabitación divina por la gracia; de los sacrificios materiales y puramente externos, al sentido del sacrificio espiritual y de la Eucaristía. La pastoral es un itinerario, un acompañar al hombre desde donde éste se encuentre, hasta la fe adulta en Jesucristo”.
Un dato importante será darnos cuenta con todas sus conse¬cuencias de que estamos en América Latina, y no en Europa o Norteamérica. Puesto que acá hay una historia y una cultura propia, los métodos pastorales también deben ser propios, naci¬dos de la raíz de nuestra propia identidad.
2. CONTAR CON EL CAMPESINO
No basta con conocer al campesino y partir de sus valores. Hay que contar con él para poder orientar su religiosidad. Hay que vivir sus problemas. Hay que quererlos. Se necesitan hombres prácticos, que se adapten a la realidad, tengan en cuenta las necesidades campesinas y respondan a ellas dialogando con los mismos campesinos.
Si queremos capacitamos para poder dialogar con ellos debe¬mos compartir en el grado que sea posible sus mismas experien¬cias. Hay que identificarse con ellos y hacer causa común.
Acercarse al campesinado con actitud de escucha para ver qué mensaje personal nos trae su religiosidad. Dejarnos invadir y cambiar por su espíritu. Sentir los dolores y los ultrajes que llevan al pobre a buscar refugio en la religiosidad, Comprender las causas que provocaron estas actitudes. Sentir vergüenza de la lejanía de sus problemas en que vivimos; y de ser parte, en cierto sentido, de los que provocaron sus problemas.
Es todo un ejercicio ascético el hacerse sensible a la piedad campesina. Aprender a detectar sus riquezas, sus sentimientos íntimos, sus pequeños detalles. Saber descubrir, respetar, com¬prender, admirar y, sobre todo, dialogar. Saber percibir sus di¬mensiones interiores.
Los técnicos que no salen de los límites de sus mesas de es¬tudio, tienen poco que aportar en este campo. Y puede que ha¬gan, y lo han hecho, mucho daño. Ellos tienen una gran limita¬ción, y mucho peor si no son conscientes de ello.
Ninguna reforma religiosa, por moderna que sea, puede tener éxito entre el pueblo, si no está hecha a partir del pueblo; si no cala y es aceptada por ellos de una manera activa; si ellos no participan.
Los teóricos parten del ideal al que se aspira, de la fidelidad al mensaje, de la autenticidad de los principios. .. Pero en este caso el punto de mira inicial debe ser e bien del pueblo, sus posibilidades y necesidades concretas.
Nada eficaz se podría realizar si no es a base de mucha sin¬tonía con el campesino, mucho diálogo y ofrecerle la posibilidad de una real participación activa creadora. En último término se trata de ayudarles para que sean capa¬ces de llevar adelante ellos mismos su propia evangelización a partir de los valores de su religiosidad.
3. BUSCAR AL CAMPESINO EN SU CULTURA
Se ha dicho que la población se hace pueblo cuando atesora una cultura. El campesinado latinoamericano tiene su cultura propia.
No entendemos por cultura la instrucción intelectual o el re¬finamiento. Sino “una común actitud frente a la vida y frente a la muerte, frente a la naturaleza, actitud frente a los otros hombres, a los otros pueblos: común actitud frente a sí mismo y frente a Dios”
En este sentido el campesinado tiene una cultura, enraizada en la historia, y de esta su unidad cultural resulta su unidad como pueblo.
Hay diferencias culturales en los países y aun zonas de Lati¬noamérica, pero creo que en sus grandes líneas gozan de una gran coincidencia. Más aun si nos fijamos en el campesinado minifundista, que es en el que centro este estudio.
Dentro del ámbito general cultural, creo que merece destacarse ese modo de ser colorista y folclórico de nuestro campesinado. Si ellos son concretos, intuitivos, plásticos y expresivos, ¿por qué no buscarlos así como son? Si les gusta el colorido, ¿por qué em¬peñarnos en reducirles a un color gris aburrido su religiosidad? Hay que buscar al campesino como él es. No queramos desfigu¬rarlo, intentando copiar modelos de otro lado. No queramos im¬poner nuestra cultura, avasallando la suya.
En este tiempo en que la comunicación se hace especialmente a través de la imagen, hemos abandonado la configuración de imágenes populares acordes con una pastoral actual. Hemos de¬jado el campo libre a los mercantilistas de las imágenes, y así el campesino no tiene más remedio que conseguir “adefesios afeminados” para alimentar su religiosidad. Si en las puertas de los santuarios hay puestos de venta de libritos, estampas y diversos objetos supersticiosos que a nosotros nos causan náuseas, ¿no será porque no nos hemos preocupado de producir devocio¬narios e imágenes populares actualizadas?
Es necesario afrontar la creación de una nueva iconografía popular, y toda una serle de folletos, novenas, devocionarios, que sean populares y actuales. En diversos puntos del continente se están realizando estas publicaciones, pero generalmente de una forma aislada y a pequeña escala. Se necesita más coordina¬ción en este tema y más valentía para crear.
4. REDESCUBRIR Y RECREAR SUS SÍMBOLOS, SUS MITOS Y SUS RITOS
Símbolos, mitos y ritos son expresiones humanas, profunda¬mente típicas del campesinado. En ellos ponen su alma. Son plastificaciones de su cultura. Pero una serie de prejuicios ana¬crónicos, provenientes de otras latitudes, nos colgaron encima una pesada piedra ideológica, queriendo aplastar todas estas formas de expresión popular.
No será posible la evangelización de la cultura campesina, si no evangelizamos sus ritos, sus mitos y sus símbolos. Su acertado tratamiento pedagógico puede determinar el fracaso o el éxito de un plan pastoral.
Muchas veces estas expresiones han perdido su significado. Sólo quedan gestos rutinarios. Es porque no han sido constante¬mente alimentados y actualizados. Por eso caen en lo arcaico.
Cuando un rito ha perdido su significado o denota una ambi¬güedad peligrosa, necesita ser reformulado con urgencia. El ideal es poder redescubrir su significado o darle un nuevo significado actual. Si el rito viejo se ha vuelto opaco y no tiene ya ningún sentido, habrá que procurar suprimirlo con el debido proceso pedagógico.
En cada una de estas expresiones populares debemos procurar reencontrar el espíritu, la fe que les dio origen y las informa. Si perdieron el significado a través del tiempo, seguramente fue por falta de información: Se divorciaron el signo y la Palabra. “El signo que no escucha la Palabra, hace muchos años, hace siglos, está yerto y cosificado, se ha transformado algunas veces en superstición y en magia. Pero es preciso retener que no fue el pueblo el que rechazó la Palabra clarificadora, vehículo de la fe, sino que por diferentes circunstancias los ministros dejaron de pronunciarla”.
La evangelización del campesinado estará en buena marcha cuando hayamos recogido, reanimado y reinformado sus símbo¬los, sus mitos y sus ritos.
Necesitamos aprender la vieja maestría artística de la Iglesia para vitalizar en Cristo todas las expresiones populares de vida. No podemos “inventar” nuestros ritos. Hay que saber reinterpre¬tar y dar forma a las expresiones actuales del campesinado, en continuidad con lo vivido por ellos, pero con un audaz sentido de futuro.
“Toda necesidad seria del hombre postula a formularse en un rito. A veces el rito no logra nacer, así como el niño no logra balbucear. Las poblaciones que no han llegado a pueblo, o que dejaron de serlo, tienen muchas necesidades mudas de ritos. Hay en esas circunstancias bombas de tiempo, verdaderas cargas eléc¬tricas, que enrarecen la convivencia y que condicionan una dra¬mática impotencia para construir historia. Una vez que nace el rito, el pueblo puede avanzar y orientar su energía a tareas nuevas, las que, a su vez, originarán nuevos ritos...
Si el rito (nuevo) no nace en la Iglesia, nacerá bajo el seudo¬sacerdocio de las sectas, o de los ideólogos que buscan dominar el pueblo, o de los comerciantes que son muy sensibles a todo el abanico de las necesidades. Con tales pontífices, el Demonio tiene muchas oportunidades para extraer su reino de mentira, odio y esclavitud”.
Por ello hay que estar muy atentos a las nuevas necesidades religiosas del campesinado. Si no sabemos interpretar su ham¬bre de nuevos ritos que expresen sus nuevas necesidades lo ha¬rán las sectas, los mesianismos políticos o la mitología que pre¬dica la radio y la televisión.
“El rito evangelizado, el rito que es expresión de la fe, camino de una fe mayor y seguro de la encarnación de la fe, es la gran forma de vivencia evangélica para el pueblo” (Joaquín Alliende).
5. RESPETAR EL GRADO DE DESARROLLO
DE CADA PERSONA Y CADA COMUNIDAD
Cada campesino es una persona, y merece, por consiguiente, el debido respeto. Muchas veces, aun con la buena voluntad de ayudarles, hemos atropellado e invadido su cultura y su modo de ser. Algunos campesinos tienen terror a los curas modernos por¬que los han conocido arrasando sin contemplaciones cosas muy sagradas para ellos.
Tenemos que aprender a conocer hasta dónde llega la religiosi¬dad de cada región, y a partir de ello, con sumo respeto, caminar hacia Cristo. Nunca realizar un cambio sin la debida explicación, realizada de forma que puedan entenderla.
Cuando uno ha sabido ganarse el cariño de los campesinos, ellos saben escuchar y comprender las razones que se les dan. Pero sin este paso previo, todo será inútil. Se enclaustrarán más en su cerrazón. Ganémonos el respeto y el cariño de ellos, y el caminar juntos se realizará sin problemas serios, aunque eso así, al paso campesino. No queramos imponerles nuestro ritmo.
Este respeto exige una gran dosis de paciencia. A veces hay que tomar actitudes que no responden al ideal. Hay que acep¬tar ciertas situaciones como un mal menor. Pero sabiendo que son. estados provisorios, sin perder nunca de vista la meta. Lo impor¬tante es que el proceso pedagógico de pastoral esté regido por un amor realista hacia el campesino. No hay que meterle en problemáticas para las que no está preparado. Pero se le debe preparar poco a poco para que sea capaz de enfrentar toda clase de problemas.
Hace falta un tacto muy grande para no quemar etapas. Una gran capacidad de observación y de escucha. Mucho diálogo, evaluaciones y planificaciones graduadas. Un sentido agudo de autocrítica. Y la humildad necesaria para reconocer errores y volver a empezar siempre que sea necesario.
No se crea que es posible que el pueblo salga de todos los ele¬mentos negativos de su religiosidad a base solamente de instruc¬ción religiosa. Existe una dependencia entre la religiosidad y el grado de desarrollo económico y cultural de un pueblo. El sub¬desarrollo del campesino condiciona su religiosidad. El ritualis¬mo y las supersticiones son fruto de su alienación humana. Por eso la superación de sus elementos negativos depende, además de la instrucción religiosa, del grado de desarrollo humano y cultural a que lleguen.
Es necesario contar con este factor para poder llevar adelante un adecuado proceso de formación en la fe. No se puede exigir demasiado a un grupo campesino que vive marginado y explo¬tado en todos los aspectos. Un hombre profundamente alienado no está capacitado aún para recibir en su plenitud la fe en Jesucristo. La pedagogía de la fe exige transformar, simultánea¬mente con la presentación del Mensaje, una serie de situaciones de subdesarrollo.
“Toda verdadera liberación humana predispone y refuerza el mensaje evangélico, que es libertad y liberación en Cristo. Libe¬ración de los miedos cosmológicos, de la alienación religiosa, de ‘dioses’ tiránicos y exigentes, de deberes morales míticos o fór¬mulas. Por eso la libertad que trae el progreso y el desarrollo -si son humanos y auténticos- encuentra en el cristianismo toda su significación y toda su plenitud” (IPLA).
Pedagogía, pues, en la presentación de la fe en Jesucristo de una manera realista, a partir del estado religioso y cultural en que se encuentra cada comunidad campesina y si es posible aun cada persona. Y desde este punto de partida, caminar al paso de ellos de una manera constante.
6. PEDAGOGÍA ADECUADA PARA RECHAZAR
EL MERCANTILISMO, LO SUPERSTICIOSO
Y TODO LO NEGATIVO
Un proceso de evangelización debe rechazar todo lo negativo de la religiosidad. Pero no todo de una vez. Poco a poco, con la debida explicación y preparación.
En primer lugar hay que cortar toda forma de mercantilismo por parte de los sacerdotes. Este problema es grave en algunos lugares. Como vimos, se dan verdaderas formas de explotación de la ignorancia del campesino. Hay simonías, mezcladas con folclorismo.
Creo que en este punto debemos ser severos. Se debe hablar con claridad, abriendo los ojos al pueblo, para que no se dejen engañar, ni explotar. Aunque deben sentirse responsables de la manutención del sacerdote que les sirve, no por ello pueden vi¬vir sujetos a los caprichos mercantilistas de algunos párrocos y conventos religiosos.
Sería interesante que la plata que entra en los santuarios y fiestas patronales de importancia, se emplease ante todo en pu¬blicaciones sencillas, destinadas a educar la fe del pueblo a par¬tir de su misma religiosidad.
Hay que ir convenciendo a la gente de que la eficacia de sus oraciones no depende de la cantidad de plata que dan, sino de su actitud interior y su fe.
Creo que una actitud general en este proceso de limpieza de la religiosidad debe ser no aceptar gestos religiosos o actos pastorales realmente supersticiosos o inhumanos. En casos ex¬tremos creo que es preferible negarse en firme, no sin antes explicarles la causa de una actitud cerrada.
Cuando piden algo supersticioso sin mayor trascendencia, se les debe explicar, la sin razón de lo que piden, pero si insisten, quizá por su falta de formación, creo que se les puede dar gusto. Así no se les ofende y, sobre todo, no se cierran para cuando más adelante se trate de hacerles avanzar en algo positivo.
No se deben aceptar las actitudes religiosas ambiguas irrecu¬perables por su avanzado estado de degradación, que en ningún sentido pueden ser camino de evangelización. Aunque la pru¬dencia le puede obligar a veces a uno a disimular y darles gus¬to, para evitar que se cierren.
En cambio es bueno aceptar las actitudes ambiguas recupera¬bles, procurando revitalizarlas, según decía más arriba.
A escala ideológica es importante también ir bombardeando una serie de concepciones erróneas sobre la realidad social en que viven y las causas que la generan. La conciencia ingenua del campesino sobre estos temas es un verdadero freno para el progreso, un veneno que les adormece y les bloquea; atora la mente del campesino y paraliza la fuerza liberadora de su fe. Pero este bombardeo ideológico hay que realizarlo, como ya se ha repetido hasta la saciedad, con la debida prudencia y pe¬dagogía.
Lo importante en todo este proceso es ir dando pasos que pueda asimilar el campesino. Si se asusta y se cierra, será im¬posible seguir adelante.
7. CONSTANCIA EN EL PROCESO
Estamos en un tiempo de pruebas, de tanteos, de experimen¬tos. Es propio de épocas de transición.
Al pobre campesino lo tenemos mareado. Cada párroco llega con ideas y métodos nuevos. Unos caminan demasiado rápido; otros dan marcha atrás: Lo que el uno criticaba, el otro lo fo¬menta. Y el “fiel cristiano” no sabe a quién debe ser fiel. Las dudas y aun la angustia llegan así a anidar en su corazón.
Por un tiempo tendrán los campesinos que seguir sufriendo estas alternativas. Pero ojalá no sea por mucho mas. El ideal es crear un estilo nuevo de religiosidad, acorde con nuestro tiempo, de una manera continua y estable. Una conti¬nuidad temporal y geográfica, que tenga sabor propio latino¬americano y sea suficientemente flexible para acomodarse a las diversas circunstancias.
“Si no logramos superar la discontinuidad, la pastoral de la mera desarticulación iconoclasta, el hambre religiosa de este fin de milenio en América Latina la interpretarán sectas reli¬giosas y políticas, los brujos del sexo, del dinero y del poder. Habremos dejado abandonado el corazón del pueblo latinoame¬ricano” (Joaquín Alliende).
Al menos sería de desear que en diversas zonas campesinas se desarrolle un proceso estable, ya que en todos lados parece por ahora imposible. Y para ello, obispos y superiores religiosos deberían ser muy respetuosos con sus “súbditos”, no cambián¬dolos tanto de destino, pues así con frecuencia se perjudica la continuidad pastoral de una zona. A veces realizan traslados sin el menor respeto a los pobres con los que se está realizando un trabajo pastoral.
La constancia debe extenderse, sobre todo, a la continuidad en el proceso pedagógico de evangelización. A partir de su reali¬dad inicial, hay que ir dando diversos pasos, uno tras otro. Es importante no quemar etapas; pero más necesario aún es no quedarse estancado, sin continuar a las etapas siguientes.
Constancia en el desarrollo de la dialéctica reflexión-acción. Puede ser que nos guste hacer reflexionar a la gente, pero no sabemos ayudarles a que de sus reflexiones salgan acciones concretas. O quizá somos activistas, y no nos paramos a reflexionar con ellos después de cada acción.
Constancia en la formación bíblica y doctrinal, siguiendo acompañando a los que marchan más adelante. Hay campesinos que se quejan de que ya no se les da nada nuevo. Para no lle¬gar a desilusionarles, el animador de pastoral debe preocuparse de seguir siempre formándose. Constancia en el estudio.
A veces sabemos iniciar un proceso de concientización campe¬sina, pero no somos consecuentes con los principios que enseña¬mos: no sabemos acompañar al pueblo en su etapa de organi¬zación. O estamos con ellos “organizándolos’, pero en cuanto comienzan a sentirse mayores de edad y quieren autogobernarse, ya entonces, como padres despechados, nos separamos y quizá ya sólo sabemos criticarles. Más frecuente aun es el caso de los que, habiendo acompañado al pueblo en las etapas de concienti¬zación y organización, se retiran asustados cuando ellos comien¬zan a exigir y a luchar.
Se necesita, pues, más constancia en el proceso de acompañar al campesinado en su proceso de evangelización liberadora.
8. NECESIDAD DE ANIMADORES INTERMEDIOS
El sacerdote no sirve para todo. Esto es un mito ya superado. Quizá para esta tarea de la que hablamos, los sacerdotes sea¬mos los menos aptos para realizarla. Por un lado porque el cam¬pesino tradicional ya nos tiene catalogados en una esfera tan elevada y sacral-ritualista, que cuesta mucho conseguir que nos miren de una manera más fraterna y dialogal. Por otro lado, porque nuestra misma formación nos aleja en parte del pueblo, nos hace “casta aparte”; nos impide un poco captar todos los valores del campesinado y partir de ellos de una forma adecuada a su manera de ser.
No es que niegue la posibilidad de trabajar en este campo. Tenemos que hacerlo urgentemente y con todas nuestras fuer¬zas. Pero que no nos creamos los salvadores imprescindibles. Yo me considero en este terreno práctico como colaborador de apo¬yo a la obra que realizan las religiosas y los animadores cam¬pesinos en mi parroquia. En la evangelización de la religiosidad popular ellos pueden hacer mucho más que los sacerdotes. Aunque necesitan para su labor de la ayuda y el apoyo del sacerdote. Al menos ésta es mi experiencia.
Veamos la opinión del IPLA sobre este punto:
“Hoy día el sacerdote habitualmente no está capacitado para realizar esta educación de la religiosidad. Tal vez —dada su cultura y sensibilidad— no lo esté nunca, pero tampoco será ne¬cesario que lo esté absolutamente ¿No será más bien tarea de los ‘agentes intermedios’ de la pastoral, diácono, catequista, re¬ligiosa? Hemos visto cómo una característica clave de la reli¬gión de masas y de los sincretismos, la importancia del pequeño jefe religioso, de raigambre popular. La pastoral de las masas deberá contar con esto, lo que supone evidentemente la descle¬ricalización y la descentralización del apostolado, y la forma¬ción de líderes cristianos para tareas de conducción y educa¬ción de la religiosidad”.
9. TENER CLARA LA META: CRISTO HOY
Este será el tema de los dos próximos capítulos. A ellos me remito. Pero era necesario recordarlo como colofón de estas normas pedagógicas.
“La meta de la pastoral determina la tonalidad de toda su coherencia. La meta de la pastoral popular es la liberación in¬tegral de todo el hombre y de todos los hombres por Jesucristo. Por ello la pastoral integral debe no sólo anunciar verdades eternas, generales, sino que ha de procurar continuamente, reiteradamente, mostrar los compromisos históricos, existencia¬les de cada pueblo en las horas de su presente”.
10
HACIA UNA RELIGIOSIDAD CRISTOCÉNTRICA
Decíamos que la religiosidad popular es la veta profunda y fértil en la que se puede injertar con éxito la fe en Cristo.
Lo difícil es dar con esta veta, recubierta por el espesor de una maraña de sentimientos, ideas y costumbres ajenas al men¬saje de Cristo. Hay que desbrozar cuanto no sea compatible con la fe evangélica, cuanto impida su crecimiento, sin destruir el tronco genuino donde hay que hacer el injerto. En esta veta profunda vive Cristo. La fe en esta verdad inicial es imprescindible. Y será la luz para poder desbrozar las malezas.
1. PRESENCIA DE CRISTO EN EL CAMPESINADO
Cristo dijo estar presente en los que sufren hambre, en los sedientos, en los enfermos, en los harapientos, en los encarce¬lados. ¿No parece describir la realidad de nuestros campesinos e indígenas?
Cristo llamó bienaventurados a los que tienen espíritu de pobre, a los mansos, a los que sufren, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los perseguidos. ¿No está hablando nueva¬mente de nuestro campesinado?
Jesucristo se manifiesta en todo lo que sea comprensión, hos¬pitalidad, ayuda mutua, atender al necesitado. ¿No es esto una realidad palpable entre los campesinos?
Donde hay sencillez, humildad, reconocimiento de las propias limitaciones y pecados, ahí se hace presente Cristo. ¿No lo es¬tará, pues, de modo muy especial en el corazón del campesino?
Cristo se encuentra al lado de todos los desposeídos, explota¬dos y expoliados. ¿Habrá alguien con mayor expoliación que el indígena latinoamericano?
Esta fe en la presencia de Jesús es imprescindible para aden¬trarse en el camino de la evangelización de la piedad campesi¬na. Si no creemos en esta presencia, no hay meta que buscar, ni roca en que apoyarse, ni fuerzas para caminar. Todo el tra¬bajo propuesto acá sería inútil.
El campesino latinoamericano forma, pues, una parte del rostro visible, pero desfigurado, de Cristo. En él vive Cristo. De¬bemos saber buscar, bajo las cenizas de la opresión, de la po¬breza y de todas las degradaciones, el rostro hecho a imagen de Cristo.
En su miseria, el campesinado latinoamericano está incor¬porado al profundo misterio del ‘Varón de Dolores”. Al igual que Jesús en su Pasión, estos hombres están desfigurados a causa de la injusticia. Son víctimas como Cristo. Su vida está quebrada, Y su historia también. No tienen defensa, ni voz. Han sido despojados de su cultura, de su identidad, de su personali¬dad: están crucificados desnudos.
La mayoría de los campesinos no son conscientes de su asi¬milación a la Pasión de Cristo. Pero Cristo sí se ha incorporado voluntariamente a la pasión de ellos. El sufrimiento del pobre es parte del sufrimiento de Jesús. El lo ha hecho suyo. Y por eso el dolor campesino es redentor también: porque su cabeza es Cristo. Su sufrimiento es redentor para ellos mismos y para el mundo. Para ellos porque les hace profundamente humanos, ca¬paces de construir un mundo de hermanos, si es que rompen las cadenas que les inmovilizan. Y para los demás, porque su su¬frimiento nos espolea a comprometernos y nos juzgan si no les ayudamos seriamente con la mayor eficacia posible. La agonía del campesino, agonía de Cristo, es una espada que nos obliga a definirnos.
Por eso, para adentrarse por el camino de la religiosidad po¬pular como proceso de evangelización hay que creer en la pre¬sencia de Cristo en los pobres y sentir su llamado al compromiso a favor de ellos. No creo en los que entran por este camino sin una profunda fe en Cristo: sólo consiguen manosear, marchitar y secar esta planta cargada de promesas que es la religiosidad campesina.
Creer en el Cristo campesino y sentir su llamado: he aquí la clave. El es el amigo y la esperanza de los que no tienen nada.
2. EL ANTIGUO TESTAMENTO DEL CAMPESINADO
Para el pueblo hebreo el Antiguo Testamento significa una época de preparación para la venida del Mesías. Durante este largo periodo, Dios, con una admirable pedagogía, fue revelán¬dose a través de los hechos y la Palabra, siempre con un pro¬fundo respeto a las tradiciones y las costumbres del pueblo. Poco a poco fue Dios dándose a conocer a ellos, y purificando sus costumbres, hasta que en la plenitud de la madurez parte de aquel pueblo fue capaz de recibir a Jesucristo como su salvador.
Pues bien, también nuestros pueblos indoamericanos han te¬nido su época de Antiguo Testamento, en la que Dios paulatina¬mente se fue manifestando a ellos, preparándolos para su en¬cuentro con Cristo. La lástima fue que los misioneros europeos, aprisionados por los principios teológicos y sociales de la época, no fueron capaces de sintonizar el paso previo de Dios por estos pueblos. Y se pusieron a predicar a Cristo comenzando desde cero y aun despreciando fuertemente las creencias aborígenes.
Los misioneros, obsesionados por la seguridad dogmática, en la mayoría de los casos ni siquiera emplearon las lenguas indí¬genas para expresar los conceptos básicos del cristianismo. Y tuvieron horror a usar los mitos y tradiciones indígenas para explicar cantidad de verdades que eran comunes con el cristia¬nismo. La altanería de la época les impedía ver el paso de Dios en estos pueblos antes de la venida de ellos.
Como fruto de los errores de aquella época, hoy en día gran¬des sectores de campesinos viven una dualidad religiosa, difícil de superar. No sólo en indígenas, sino en mestizos y aun en blancos minifundistas o peones, sobreviven leyendas y ritos pre¬hispánicos, mezcladas y entrelazadas con las enseñanzas cristia¬nas, pero sin llegar a una síntesis. Muchos sectores campesinos, sobre todo indígenas, han llegado a un verdadero estado de aculturación y aun de sincretismo socio-cultural y religioso. Antiguos moldes culturales viven encubiertos bajo formas de la cultura impuesta, pero sin tener fuerza ni una ni la otra.
En este estado es comprensible que la fe en Cristo como sal¬vador, apenas entrara en el corazón campesino. Se quedó en una etapa preevangélica. Por eso, no cometamos ahora los erro¬res anteriores: partamos en nuestra predicación de Cristo de su fe real en Dios y toda su historia de la salvación.
Es necesario que los animadores de pastoral incorporemos a nuestra predicación el paso de Dios por estos pueblos, como preparación a su fe en Cristo. Y para ello necesitamos estudiar en serio sus culturas antiguas y actuales. Debemos descubrir cómo el mensaje de Dios se adaptó en el tiempo a cada raza. Todo grupo campesino de raigambre en una zona debe des¬cubrir la presencia de Dios actuando en su propia historia. De¬ben encontrar y profundizar su propia historia de salvación. Descubrir la ley de Dios escrita en el corazón de sus antepasa¬dos; las semillas del mensaje de Cristo sembradas en su propia cultura.
Este proceso no debe limitarse a la época prehispánica, sino también a la colonial y a la republicana. En todo lo bueno se ha de aprender a ver la mano de Dios. Y con un sentido crítico, juzgar a la luz de la fe en Dios todo lo negativo de nuestra historia.
El conocimiento del Antiguo Testamento bíblico ayudará a ha¬cer el paralelismo con la historia de cada pueblo. Verán cómo, al contrario de lo que a veces se cree, Dios también amó a cada una de nuestras razas, habló a nuestros antepasados y los fue preparando para su encuentro con Cristo Salvador.
Como dice Santo Tomás, en el Antiguo Testamento Dios acep¬tó los ‘sacramentos de la naturaleza’ como medios ordinarios a través de los cuales condujo a su pueblos Israel; y nos atreve¬ríamos a decir nosotros que esos sacramentos ‘naturales’ son también muchas veces los medios ordinarios a través de los cua¬les sigue Dios dirigiendo hacia Él —porque así lo quiere su plan salvador— a muchos pueblos de la tierra (Summa Theol., I-II q. 102,5; III qq. 60 y 61).
Creo que en la mayoría de los casos se podría decir que mu¬chos de nuestros campesinos están todavía en su época de Anti¬guo Testamento. Todo el tiempo anterior se podría considerar como una maduración en la fe en Dios, como preparación para su encuentro consciente con el Mesías. Quizás a partir de ahora, si sabemos ser humildes y seguir un proceso pedagógico, podre¬mos iniciar con éxito la predicación de Jesucristo. La fe en el Señor Jesús florecerá en el corazón mismo de las diversas cultu¬ras latinoamericanas. No será más un trasplante desarraigado.
Dentro de la línea de incorporar los valores de leyendas, mitos y costumbres antiguas, creo que habría que dar especial im¬portancia a los diversos mitos cosmogónicos para explicar el origen del mundo y del hombre, pues todos ellos, de acuerdo también con la narración bíblica, recogen la idea central de que el mundo procede de Dios, Y junto con ellos habría que aceptar e incorporar sus diversos ritos agrarios antiguos, con la debida purificación y adaptación actual.
Respecto a la muerte también conservan aún gran cantidad de creencias y prácticas significativas. Con un sentido crítico se debe fomentar todo lo positivo que encierran respecto al mis¬terio de la muerte, Y así en cantidad de otros temas.
La moral cristiana puede ser presentada como una confirma¬ción de sus costumbres más antiguas. Y en algunos casos, como un mejoramiento a partir de sus tradiciones. Así hizo Jesús en Israel.
Lo más importante me parece que es ir recogiendo su con¬cepción sobre Dios y la salvación que les ofrece a través de su propia historia. Un punto muy importante será las promesas de salvación que se encuentran incorporadas a lo largo de sus creencias históricas: Suele haber, como en los profetas bíblicos, promesas de una época futura de paz, justicia y hermandad. A veces en sus leyendas se espera la venida de un salvador especial. A partir de estas expectativas, como los primeros apóstoles cris¬tianos, debemos presentar la venida de Jesucristo.
“Si Cristo está presente en la cultura andina, la actitud cris¬tiana no puede consistir primariamente en introducir a Cristo, sino en descubrirlo; no puede ser una actitud de mando, sino de servicio. Nuestra labor es la de precursores e instrumentos de Cristo: ayudar al propio pueblo de nuestros campos a desvelar el rostro de su Cristo” (Enrique Jordá).
3. ENTRE EL CRISTO DESHUMANIZADO Y EL CRISTO “HOMBRE DIOS”
La figura de Jesús es muy rica. Cada época se fija en diversos aspectos de su personalidad, según la problemática y la cultura de ese momento. Se enfatizan ciertos rasgos y otros se pasan por alto.
La Cristología que ha vivido nuestro pueblo vino de la penín¬sula ibérica, ligada a la espiritualidad y a la pastoral de aquella época, con sus aciertos y con sus desviaciones.
Segundo Galilea adelanta la hipótesis de que “la Cristología ibérica históricamente estuvo inclinada a un cierto monoficismo larvado, que al subrayar la divinidad de Jesús, ha dejado en la sombra su modo de ser humano, con todas sus consecuencias”.
La causa histórica de esto estaría en cl comienzo del cristia¬nismo ibérico impregnado de arrianismo. Al reducir éste la divi¬nidad de Cristo, en épocas sucesivas los hispanos se sintieron obligados a acentuarla.
“Esto ha llevado a la fe ibérica y latinoamericana a una con¬ciencia muy fuerte de que ‘Cristo es Dios’, pero alejó al pueblo de su humanidad y de los valores encarnativos de la presencia del Verbo entre nosotros. La imagen que esto creó de un Cristo totalmente ‘del lado de lo divino’, disminuyó para el pueblo la ciencia de la humanidad mediadora, cercana a nosotros, figura de la bondad del Padre. El Cristo hermano y amigo desaparece.
Según la misma hipótesis, la consecuencia de esto en el cato¬licismo iberoamericano fue que se creó un vacío mediador y encarnado entre un Dios distante y el pueblo. Y éste necesita mediadores, sentir la misericordia y la benignidad de lo divino cerca de él. Este vacío, que principalmente debió llenar la hu¬manidad de Jesús, ha sido ocupado por los santos, y muy espe¬cialmente por la Virgen María. Ellos son —y ella es— la mani¬festación de la cercanía y la ternura de Dios. Si el catolicismo latinoamericano está desequilibrado más o menos sutilmente hacia un ‘marianismo’ y un ‘santoralismo’, ello se debería fun¬damentalmente al larvado monoficismo reduccionista de su Cristología” (Segundo Galilea).
Esta visión que tiene de Cristo la piedad popular nos plantea un desafío pastoral de suma urgencia. Hay que recuperar para la humanidad de Jesús su lugar inspirador y liberador, como una salvación del presente y no del pasado. Pero sin caer en el extremo contrario.
“La recuperación de la humanidad de Jesús, por otra parte, ya está en marcha en América Latina, y forma parte de la reno¬vación catequética y litúrgica. En grupos de cristianos preocu¬pados y comprometidos en dar a la fe y a Cristo un lugar rele¬vante en el proceso revolucionario del continente, se advierte incluso el nacimiento de una nueva ‘cristología popular’, que al reaccionar contra el monoficismo larvado de la piedad popular, suele caer en el otro polo del desequilibrio cristológico, un ‘nes¬torianismo’ sutil. . .
Este desequilibrio no es nuevo. Así como las tendencias ‘mono¬ficistas populares’ se remontan al siglo cuarto, la ‘cristología revolucionaria’, es pariente del Cristo guerrero de los cruzados y del Cristo emperador del Sacro Imperio.
Entre este Cristo de algunos sectores revolucionarios, y el Cris¬to ‘deshumanizante’ de cierto catolicismo popular degradado, nuestra tarea será comunicar la imagen del Cristo de la fe de los Evangelios, imagen del Dios invisible (Col. 1,15)”.
Detengámonos un poco a ver la devoción campesina al Niño-Dios y a la cruz, señalando algunas pautas pastorales a partir de esta su piedad concreta. En el capítulo siguiente hablaremos de la visión actual de Jesucristo como Liberador.
4. DEVOCIÓN AL NIÑO-DIOS
En Navidad los campesinos del continente se esfuerzan por preparar un “pesebre” o un ‘nacimiento” en sus casas. Delante de él pondrán lo mejor de sus productos. En el Cono Sur abun¬dan las frutas delante del Niño. En todos lados, sus productos típicos. Todo ello es motivo de alegría, de reuniones familiares, de encuentro de vecinos.
Sobre todo en las regiones donde la sociedad de consumo no ha impuesto aun su ritmo, la devoción al Niño es algo muy po¬sitivo. El nacimiento de Jesús hermana a los campesinos. Sien¬ten que el Niño-Dios nace para todos ellos. Y celebran con jú¬bilo este acercamiento divino a su realidad. Gozan viendo nacer a Jesús en su propio ambiente. Cada casa sé convierte en un altar al que viene Dios al modo campesino y se le puede cele¬brar en familia según sus costumbres.
No obstante, esta alegría se ve también empañada a veces por el temor. En el Ecuador las fiestas del Niño son muy popu¬lares, pero a veces estas celebraciones las ofrecen por miedo a que el Niño “se ponga bravo” y les castigue. Aparece así el con¬cepto de un Dios exigente, al que hay que pagarle para que no castigue, con lo que la visión de la encarnación de Jesús, gra¬tuita, por amor, queda desvirtuada.
Habría que procurar insistir en la idea de la cercanía de Dios a nosotros y en la consiguiente fiesta fraterna. En la Buena Noticia que es el anuncio del nacimiento del Salvador. Disminuir un excesivo tinte sentimentalista y ahondar en el sentido de compromiso en la lucha por la hermandad que Él viene a traer¬nos. Celebrar la Navidad debería convertirse en una fiesta de celebración de los adelantos comunitarios conseguidos a tra¬vés del año como fruto de la fe en Jesús. Y un compromiso para seguir trabajando juntos en busca de la hermandad cristiana, siempre impulsados por la fuerza que Él nos da. En este sentido he visto celebrar la Navidad en algunas comunidades campesinas paraguayas.
5. LA DEVOCION A LA CRUZ
Toda Latinoamérica está llena de cruces. A veces es una cruz con crucificado; a veces es una cruz vacía. Serán pocas las casas campesinas que no encierran en un rincón la imagen de un cruci¬ficado; muchas ostentan además una cruz como culminación del tejado. La fiesta de la cruz es una de las más populares. La de¬voción de la cruz se manifiesta en muchos momentos cumbres de la vida, en sus fiestas y en su agonía, en sus caminos y en sus cerros.
Poco conocen de Jesucristo, pero su devoción a la cruz y a los Cristos sufrientes es muy grande. ¿Por qué? ¿Es que ven en el Crucificado una imagen de su propia humillación? ¿Es esta devoción un bálsamo que conduce a la resignación pasiva?
Ciertamente en algunos casos los campesinos miran a la cruz algo así como a un ídolo, valedero por sí mismo, sin referencia directa histórica de la Pasión de Jesús. En estos casos la cruz se convierte en un nido de supersticiones y de rivalidades de unas imágenes con otras sobre cuál de ellas es más milagrera.
Otras veces hay referencia a Jesús. A las imágenes se les con¬sidera sólo como representaciones, y no como ídolos. Pero la devoción suele quedar reducida a sentir compasión sentimental por los sufrimientos del Señor,. que lleva como fondo la compa¬sión por ellos mismos, lo cual les produce un consuelo pasivo que les conforma con su realidad. Es un desahogo que les deja tranquilos en su miseria y su opresión.
Es necesario reinterpretar la devoción de los oprimidos a la cruz. Es un punto de arranque serio en la pastoral campesina. Para San Pablo la predicación de la cruz es esencial al Evangelio, especialmente como mensaje a los pobres. En nuestro caso tiene que serlo también.
En primer lugar hay que aclarar que el objeto de la predica¬ción no es la cruz en sí, sino Jesucristo crucificado.
“Una de las limitaciones de la devoción popular a la cruz es la de hacerla ‘estática’, ‘cosificada’. La cruz popular suele ser una cruz sin historia...
Jesús en la cruz forma parte del mensaje cristiano no sólo como signo de un amor salvador, sino como signo de fidelidad a una causa. Crucificado, Jesús enseñó a sus discípulos y a todas las generaciones una nueva manera de sufrir y de morir al in¬terior de un compromiso.
Desde el punto de vista de los oprimidos y fatalmente resigna¬dos, es el compromiso de Cristo, en cuyo interior acaece la cru¬cifixión, la clave para una interpretación liberadora de la cruz. Si, los oprimidos pueden identificarse con el Crucificado, pero a condición que comprendan su verdadera enseñanza. Precisa¬mente esa es la tarea de la evangelización: mostrar que en la cruz Cristo no sólo es signo de amor a los hombres, y fuente de consuelo espiritual. El mensaje de la crucifixión consiste en que Jesús nos enseña a sufrir y a morir de una manera diferente, no a la manera del abatimiento, sino en la fidelidad a una causa lle¬na de esperanza. ‘El que no carga con su cruz y me sigue, no pue¬de ser mi discípulo’ (Lc. 14,27), ha dicho Jesús. No basta cargar la cruz. La novedad cristiana es cargarla como Cristo (seguirlo). ‘Cargar la cruz’ no es entonces una aceptación estoica, sino la actitud del que lleva hasta el extremo el compromiso. ‘Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos’... ‘Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo’ (S. Juan). Esa es la nueva manera de cargar la cruz que Cristo nos enseña con su muerte: transformarla en un signo y fuente de amor y entrega, en vista de una liberación siempre incompleta, pero asegurada por la Promesa...
En la cruz de Cristo, el Padre asume y reconcilia a los que sufren el abandono y la desesperación como forma suprema de la impotencia y de la opresión. Les concede el don de sufrir no como vencidos, sino como actores comprometidos con una causa, que es la misma causa de Cristo. La identificación de los opri¬midos con la cruz no es su identificación con el abatimiento de Cristo, sino con su energía resucitante, que les llama a una tarea. No se trata de ‘superar la cruz’, sino de hacer de la misma energía para llevar a cabo las tareas que imponen la propia liberación y la de los demás...
La cruz de los oprimidos, de los sufrientes y abandonados, se da al interior mismo de su propia situación injusta, y en el pro¬ceso consiguiente de su liberación, hecho fracaso aparente por el egoísmo y el pecado, pero con la fuerza de prolongarse hacia adelante de una manera siempre nueva. También a ellos, como a Jesús, el Padre los asume en su condición crucificada, y trans¬figura su cruz en el ingrediente decisivo del triunfo de la causa de los oprimidos” (Segundo Galilea).
6. CULTO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
La piedad campesina da culto a Jesús en sus imágenes. Aca¬bamos de ver que su culto se centra en el Niño y en el Crucificado. A veces, su devoción se extiende a advocaciones más mo¬dernas, como el Sagrado Corazón o Cristo Rey.
Generalmente ellos buscan con este culto la obtención de bie¬nes materiales, como salud, las buenas cosechas o la “buena suerte”. Y no por el esfuerzo propio, sino de una manera mila¬grosa.
También buscan en el culto el perdón de los pecados y la salvación eterna tras la muerte. Pero también sin exigir dema¬siado esfuerzo personal.
Para obtener estos favores del Señor es necesario “pagar” con una serie de ritos y dones, como pueden ser misas, velas, proce¬siones, velorios, dinero o rezos especiales. Cumplido lo necesario, como que se puede exigir al Señor el pago de lo pedido. El culto es algo así como una forma de cubrir una necesidad del “santo” con lo que éste queda obligado a retribuir al devoto.
La piedad popular busca lugares, tiempos e imágenes privi¬legiadas, con los que creen encontrar los favores de Dios más fácilmente, con tal de cumplir el ritual establecido. No hay alu¬sión alguna al seguimiento de Cristo.
Jesús participó del culto que los israelitas daban a Dios, con un sentido de alabanza, de sentir comunitariamente su presen¬cia, de agradecimiento, de petición. Pero, como vimos, atacó du¬ramente el ritualismo legal y la hipocresía religiosa. Nunca se ve que considerara el culto como lugar privilegiado de encuentro con Dios. Este punto de contacto especial entre Dios y los hom¬bres precisamente Él lo pone en el cumplimiento del Manda¬miento Nuevo.
“La actitud típica de Jesús no se desarrolló en el templo, sino en medio del pueblo. La mediación de Jesús no consistió en li¬baciones ni holocaustos, sino en acercarse al oprimido para darle una esperanza y un sentido a su vida; en anatematizar al opre¬sor para promover la justicia y el amor entre los hombres; en una palabra, su mediación consistió en la predicación del Reino de Dios que se acerca, y en poner al servicio de esa predicación toda su actividad y después su misma persona y vida” (Jon Sobrino).
Seguir este ejemplo de Jesús debiera ser la meta de la reli¬giosidad popular. A Dios se le encuentra preferentemente en el hermano. Es el camino mostrado por Jesús. Convertirse a Jesús es convertirse al prójimo. Buscar a Cristo es buscar al necesitado.
“El camino hacia Dios pasa por el hombre y el camino hacia el hombre pasa por Dios. Las religiones del mundo experimenta¬ron a Dios, el ‘fascinosum' y el ‘tremendum’, en la naturaleza, en el poder de las fuerzas cósmicas, en las montañas, en el sol, en las fuentes, etc. El Antiguo Testamento descubrió a Dios en la historia. El cristianismo vio a Dios en el hombre...
Con Jesús percibimos la indescifrable profundidad humana, que llega a implicar el misterio de Dios, y sorprendemos también la proximidad de Dios hasta identificarse con el hombre. Bien lo expresaba San Clemente de Alejandría (+ 211 ó 215): ‘Si hubieras encontrado realmente a tu hermano, entonces habrías encontrado también a Dios’” (Leonardo Boff).
Cuando el campesino, o cualquier persona, llega a descubrir que a Dios no se le encuentra en el cumplimiento exacto de un ritual minucioso, sino en la unión y en la ayuda a sus herma¬nos, se le abre por delante un horizonte insospechado. No será necesario que deje muchas de sus costumbres religiosas, sino que no ponga en ellas mismas su esperanza. Esta debe deposi¬tarse en la persona de Jesús, que da sentido a todo culto. La liturgia cristiana es una celebración colectiva de la presencia de Cristo entre los hermanos, en la que se le aclama y se le acepta como Señor. Es la expresión de la fe, el amor y el agra¬decimiento que se profesa a Cristo, al Cristo que vive y actúa en medio de nosotros. Por eso la proclamación de la Palabra de Dios, el diálogo sobre ella como planificación de nuestra res¬puesta a Él y la oración como alabanza y petición son constitu¬tivos de toda acción litúrgica cristiana.
En cambio, la postura hierática y silenciosa pasiva del campesino ante cualquier acción litúrgica denota la actitud mágica del que pone su fe en el cumplimiento fiel del rito, sin que im¬porte el comportamiento personal.
Cuando un animador de pastoral quiere introducir el diálogo en una acción litúrgica, el campesino queda sorprendido porque cree que con esa actitud se está dañando la eficacia del rito. Lo considera algo así como un sacrilegio. Por ello es reacio a entrar en diálogo. Más aún si ese diálogo lo saca de su pasividad expectante y le obliga a pensar sobre sí mismo y a tomar una actitud activa de búsqueda de soluciones.
El seguimiento de Jesús, por ser lucha por la liberación pro¬pia y de los hermanos, es camino de dolor. Veremos más amplia¬mente este punto en el siguiente capitulo.
7. LAS REFLEXIONES BIBLICAS, CAMINO HACIA CRISTO
A pesar de los defectos y lagunas que hemos anotado, como decíamos al principio, Jesucristo vive de una manera especial en el corazón de los campesinos. Y se manifiesta de continuo en ellos. Su fe en Dios nace de Cristo. Sus virtudes son manifesta¬ciones del Espíritu de Cristo.
La raíz del cristocentrismo está viva en su corazón. Pero para que esta raíz crezca, necesita conocer más directamente al Jesús histórico. Es necesario comenzar por un proceso pedagógico de conocimiento de la Palabra de Dios.
El primer paso, cada vez más extendido, es el de facilitar el contacto directo del campesino con las páginas de los Evange¬lios y más tarde con el Nuevo Testamento íntegro y con toda la Biblia. Sin un conocimiento bíblico como fundamento, no será posible seguir construyendo.
Afortunadamente cada vez se van haciendo más selecciones y explicaciones populares del Evangelio. Normalmente estos libri¬tos, si están bien confeccionados, son de más eficacia para em¬pezar, que el contacto directo con la Biblia.
La formación de grupos bíblicos, y aun de cursillos, suelen dar resultados más allá de lo esperado. Después de unos primeros pasos de preparación, es importante que los campesinos puedan tener acceso directo y comunitario a la Palabra de Dios, sin presentarles problemáticas importadas de otros ambientes.
Pero para que tengan éxito estos grupos hay que saberles acompañar. Con gran respeto hay que ayudarles a profundizar toda manifestación del Espíritu y a corregir posibles desviacio¬nes. Que ellos sepan aceptar el magisterio de la Iglesia y dejarse llevar por la rica tradición de los que nos precedieron en la fe con el fin de evitar interpretaciones caprichosas y raras. Pero al mismo tiempo, que magisterio eclesial no sea lo mismo que invasión cultural y aplastamiento de los brotes del Espíritu en ellos. Obispos y sacerdotes tenemos mucho que enseñar a los campesinos en la interpretación de la Biblia, pero con humildad, pues es probable que también quiera Dios enseñarnos mucho a nosotros a través de la simplicidad de ellos, ricos en fe.
Como fruto del contacto directo con la Palabra de Dios, va naciendo un conocimiento de Cristo y una fe en Él cada vez más profunda. Comienzan a sentir reflejamente la acción de Cristo en ellos mismos. Descubren la presencia de Jesús en el prójimo. Les impresiona profundamente el Mandamiento Nuevo. Y su fe se convierte en una fuerza creadora cada vez más acti¬va. Se sienten responsables de su misión histórica. El descubri¬miento de Cristo es para ellos en verdad la Buena Nueva, que llena de alegría, abre nuevas perspectivas y da razón de ser a sus vidas.
Es importante evitar que durante este proceso lleguen a des¬preciar todas sus creencias y prácticas religiosas anteriores. La reflexión bíblica les debe ayudar a purificar sus creencias y sus vivencias religiosas.
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JESUCRISTO COMO LIBERADOR
Hemos afirmado que la religiosidad campesina es tierra fértil para hacer germinar la semilla de la fe en Cristo, que ya posee dentro de sí.
Esta semilla no está rancia; no es anticuada. Si se cultiva debidamente el terreno, no florecerá una fe en Cristo de siglos atrás, sino según nuestra época. El campesinado es creativo. Una vez concientizado, necesita acomodar su fe a su nueva vi¬sión del mundo y a sus nuevas necesidades. La fe en Jesucristo como Liberador es el enfoque actual que responde a la nueva conciencia que se va forjando.
En toda Latinoamérica se va levantando un clamor de libe¬ración. Entre campesinos, este clamor sordamente se levanta hacia Cristo. En Él, que vino a liberar a los pobres, tienen in¬conscientemente puestas sus esperanzas. Y a veces, ya, de una manera muy consciente.
1. UN TÍTULO DE NUESTRA ÉPOCA
Cada época ha mirado a Jesús según su problemática. Un gran problema palpitante actual en Latinoamérica es el tema dependencia-liberación. Por el ideal de la liberación ex¬ponen su seguridad muchos miles de personas y bastantes han dado por ello su vida. Especialmente entre jóvenes y campesinos. Por eso no es raro que hoy en día en ciertos grupos comprome¬tidos se mire a Cristo destacando su faceta de Liberador.
Según crezca la conciencia crítica y el grado de concientización del campesinado, creo que irá aumentando en extensión y pro¬fundidad esta forma de mirar a Cristo. Ello es legitimo y ne¬cesario. Igual que se le consideró como Señor al estilo de los em¬peradores romanos o Cristo Rey hace un siglo. Igual que el barroco hizo imágenes de Cristos sangrantes y el renacimiento pintó Cristos hermosos y fuertes.
A Jesús vamos con todo lo que somos, insertos dentro de un contexto histórico y social inevitable. Y el contexto histórico actual de los grupos populares conscientes es el de la liberación. Por eso urge que los sectores marginados vean a Jesús desde esta perspectiva. En caso contrario, al encontrarse el campesino en un contexto de liberación, si no está preparado, puede perder a la larga su fe en Dios y toda la visión y la fuerza que supon¬dría una fe adulta en Cristo.
El hombre de hoy se define mucho más en función de un futuro, que a partir de un pasado. Nuestro campesinado, aunque muchos sectores estén aún estancados en el pasado, se va abrien¬do rápidamente hacia el futuro, Y esto hay que tenerlo muy en cuenta en la pastoral.
Mirar a Jesús como liberador no quiere decir que mutilemos su persona y su mensaje. Es adaptarlo a la realidad viviente. La fidelidad al Evangelio no puede ser arqueológica, sino viva y palpitante con cada época. Cierto que hay peligro de desviacio¬nes, pero es un riesgo que hay que correr, si queremos que no se quede estereotipado el mensaje de Jesús. Él está presente en la historia, y el enfoque que se le da en cada época ayuda a desabsolutizarla y relativizarla, poniendo sólo en Cristo sus va¬lores supremos. Jesús liberador expresa la negación de los ídolos de liberación de nuestra época, la lucha victoriosa contra ellos y la culminación de los valores que se buscan.
2. JESÚS CAMBIA EL MODO DE PENSAR
Y ACTUAR DE LAS PERSONAS
El Reino de Dios predicado por Jesús implica una revolución total en el modo de pensar y obrar de los hombres. Jesús exige una conversión, y Él entiende por conversión mu¬dar el modo egoísta de juzgar las cosas y de actuar, cambiándolo por el modo de juzgar y actuar de Él. Eso es pedir una gran re¬volución en el interior de cada hombre.
La conversión no consiste en ejercicios piadosos, sino en un nuevo modo de existir ante Dios y ante la novedad anunciada por Jesús. Él es exigente hasta el extremo. No le interesa mucho si se observaron estrictamente las leyes, si se pagó el diezmo o si se cumplieron todas las costumbres sociales y religiosas. Se preocupa en primer lugar de la disposición interior de cada hom¬bre: si estamos dispuestos a dejar todo lo que sea necesario con tal de responder a sus exigencias. Quien se decidió por la nove¬dad de Jesús sólo debe mirar hacia adelante.
¿En qué consiste este cambio tan radical que nos pide Jesús? Él quiere, en primer lugar, liberarnos de la conciencia oprimida. En su tiempo los fariseos habían impuesto cantidad de leyes mi¬nuciosas para todos los actos de la vida y exigían un cumplimiento exacto de ellas para poder considerarse justos ante Dios. Cada capricho suyo lo consideraban voluntad de Dios. Así la con¬ciencia se sentía oprimida por una cantidad de prescripciones insoportables, que los pobres no eran capaces de cumplir, ni si¬quiera de conocerlas. Jesús levantó una impresionante protesta contra esta esclavitud a las leyes y éste hacer tan difícil la fidelidad a Dios.
“Jesús se comporta con libertad soberana frente a las leyes. Si ellas auxilian al hombre, aumentan o posibilitan el amor, Él las acepta. Si, por el contrario, legitiman la esclavitud, Él las re¬pudia y exige su quebrantamiento. No es la ley la que salva, sino el amor: he aquí el resumen de la predicación de Jesús...
El amor que Él predica y exige debe ser incondicional para amigos y enemigos. Sin embargo, si Cristo libera al hombre de las leyes, no lo entrega al libertinaje o a la irresponsabilidad. Antes por el contrario: crea lazos y ligazones aun más fuertes que los de la ley...
La conversión que Jesús pide y la liberación que nos conquistó, son para el amor sin ninguna discriminación. Hacer del amor la norma de la vida y de conducta moral es algo dificilísimo para el hombre. Es más fácil vivir dentro de la ley y de las prescripciones que todo lo prevén y determinan. Difícil es crear pa¬ra cada momento una norma, inspirada en el amor. El amor no conoce limites. Exige fantasía creadora. Sólo existe en el dar y en el ponerse al servicio de los otros. Y es sólo dando como se tiene. Esa es la “ley” de Cristo: que nos amenos los unos a los otros como Dios nos ha amado. Este es el único comporta¬miento del hombre nuevo, libre y liberado por Cristo e invitado a participar del nuevo orden” (Leonardo Boff).
Jesús nos quiere libres para servir. Es ésta una gran cualidad del campesino. En ellos se encuentra terreno abonado para esta actitud fundamental del seguidor de Cristo. Como tantas veces he repetido, si sabemos remover esta buena tierra campesina, la semilla de la liberación de Cristo arraiga profundamente.
El campesino normalmente no es ambicioso; no está dominado por el afán de mando o de riquezas. No le frenan, por consi¬guiente, estas fuerzas contrarias al Reino de Dios.
A pesar de ello el campesinado en general está muy lejos de vivir así la fe en Cristo. Se quedan mucho, como ya dijimos, en el ritualismo, o sea, en el polo opuesto.
¿Pero será posible organizar el mundo a base de amor y servi¬cio al prójimo? ¿No es esto un romanticismo ineficaz?
Lo que Cristo exige no es el cumplimiento de ninguna ley concreta: Es sencillamente una actitud básica ante la vida, que debe concretarse en cada circunstancia. Jesús no enseñó ninguna receta. Sólo insistió en que las personas deben regirse antes que nada por una actitud de servicio al prójimo hasta donde sea necesario, aun a expensas de la propia vida. Es la condición im¬prescindible para poder construir un mundo nuevo. Él personal¬mente fue delante con su ejemplo. Ahora nos ayuda con su presencia viva en medio de nosotros.
La mayoría del campesinado latinoamericano tiene una fe auténtica, pero imperfecta y desfigurada. Si su fe se centra en Cristo, y, a partir de ella, grandes sectores de campesinos toman en serio una actitud de servicio a favor de los hermanos, creo que su sentido de la realidad y su creatividad pueden dar un gran aporte a nuestro mundo. Si la fuerza de la fe popular se vuelve cristocéntrica, nuevos hombres y una nueva sociedad na¬cerán por estas tierras.
No se trata de crear organizaciones “cristianas”. Sino de for¬mar hombres íntegros, que sean capaces de entregar su vida al servicio de los demás, lo más técnica y eficazmente posible.
3. JESÚS LUCHA POR UNA NUEVA SOCIEDAD
Las exigencias de Cristo no se limitan a pedir a las personas un cambio en su pensar y en su actuar. Como es natural este actuar debe llevar a un cambio radical también en la sociedad formada por los hombres. Las estructuras económicas, políticas y culturales tienen una influencia decisiva sobre el modo de comportarnos todos. Por ello una conversión auténtica al amor de Cristo lleva a una actitud de compromiso por el cambio de estructuras, con toda la estrategia y consecuencias que ello supone.
Esta actitud está lejos del conformismo de la mayoría de nuestro campesinado y del enfoque normal de su religiosidad. Para ha¬cerles cambiar, será necesario un largo proceso de reflexiones bíblicas a partir de su realidad y de acciones comunitarias libe¬radoras. Bastantes “concientizadores” prescinden totalmente de la parte religiosa como algo inservible. Ellos también hacen ver al campesino la necesidad de comprometerse en el cambio de estructuras. Pero éste no es el camino que aquí proponemos. El nuestro creo que es un poco más difícil de recorrer. Pero no se prescinde de valores reales ocultos en el corazón campesino: es mucho más integral.
Será muy importante hacerles reflexionar sobre el compor¬tamiento histórico de Jesús. Él luchó también por el cambio de estructuras, aunque con frecuencia se nos ha querido hacer creer lo contrario.
“No parece tan cierto, si bien se mira, que Jesús se haya desinteresado, ni siquiera en su tiempo, de las dimensiones políticas de la salvación que Él venia a predicar. Lo que ocurre es que, por un anacronismo cultural, pensamos en las estructuras del Imperio Romano, cuando nos referimos a las estructuras políticas del tiempo de Jesús. Pero tal vez haya que comprender que las estructuras políticas reales y verdaderamente opreso¬ras de los pobres tenían muy poco que ver con el Imperio Roma¬no y sí con la teocracia judía interna contra la cual Jesús cier¬tamente constituyó un peligro revolucionario, minando sus pre¬tensiones, atacando sus jerarquías y pretendiendo un cambio radical de las estructuras religioso-políticas que oprimían al pue¬blo judío. Es decir que no solo predicó la conversión individual del corazón” (Juan Luis Segundo).
Jesús luchó por la liberación del legalismo, del autoritarismo, de las fuerzas que subyugan al hombre. Atacó duramente a las autoridades religioso-políticas de su tiempo. Les acusaba de des¬cuidar lo más importante: la justicia, la misericordia y la fe; que ataban pesadas cargas sobre los hombros del pueblo, sin hacer nada por ayudarles. Buscó directamente el cambio de estas estructuras de dominación y explotación del pueblo.
“No hay que olvidar la extraordinaria importancia dada por Jesús, al especificar su misión, a la noción de ‘liberación’ (Lc. 4), y de una liberación que aludía en primer lugar a opresiones que ninguna conversión del corazón podría ciertamente eliminar: las liberaciones físicas (únicos signos dados de su misión) y la instauración del año jubilar que, desde el Levítico, constituyó indudablemente, una estructura de significación socio-política para el pueblo de Israel...
Si de lo anterior se deduce que la Iglesia, comunidad cristiana, para ser liberadora, ha de optar, como Cristo, entre los opresores y los oprimidos, habrá que añadir que Jesús optó no tanto por los oprimidos por el pecado, sino por los pobres y en nombre de ellos llevó adelante su lucha contra el poder de quienes cargaban a la inmensa mayoría del pueblo con cargas injustas e insopor¬tables” (Id.).
El compromiso histórico de Jesús fue sumamente realista. Lo que debemos imitar es esa su actitud realista de amor al pró¬jimo, sin medir la cruz que ello acarrea.
Jesús rompió además con las convenciones sociales de su épo¬ca que implicaban desprecio a los demás. En contra de lo que se pensaba entonces, considera a los pobres más aptos para seguir el camino de Dios, que los “sabios y prudentes”; y mu¬cho más que los ricos, a los que de por sí no considera aptos para su Reino.
En contra de lo que se acostumbraba entonces, trata senci¬llamente con todas las clases sociales, sin tener para nada en cuenta aquello de las “impurezas legales”.
Predica con claridad que la función de la autoridad es de me¬ro servicio. Y ataca duramente los abusos, no sólo con palabras, sino también con hechos, como en la expulsión de los merca¬deres del Templo. De sí mismo dice que ha venido no a ser servi¬do, sino a servir.
Su mensaje resultaba sumamente incómodo a los escribas y fariseos. Jesús les desenmascara y les fuerza a desinstalarse de la “seguridad” de la ley, sus convenciones sociales y su statu quo. Su doctrina de la igualdad fraterna y el amor universal mina los cimientos de aquella sociedad. Por eso es natural el ataque de las autoridades a Jesús. Lo persiguen, hasta “elimi¬narlo”. Pero con su muerte, en sus seguidores, Jesús triunfa so¬bre ellos.
El conocimiento por parte del campesinado del Jesús histórico es camino imprescindible para llegar al Jesús de la fe. Sólo así su mensaje y su persona llegan vivos a nuestra época.
El Jesús histórico ya no vive entre nosotros, pero Cristo resu¬citado sigue liberando al hombre y a la sociedad de todas sus esclavitudes. El mensaje de Jesús se hace Nueva Noticia en cada época. Él es el motor último de la Historia. Su novedad permanente. Está presente en todo lo bueno de cada época.
Quizá la novedad que nos trae a nuestro tiempo, dados los condicionamientos actuales, es una dimensión nueva de la di¬mensión política de la fe en Él. Quizá tomar la cruz de Cristo hoy día sea para muchos luchar por una verdadera política del bien común, con un sentido realista de liberación del oprimido, usando para ello en el mayor grado posible los adelantos socioculturales actuales. Considero muy importante que el campesi¬no descubra una dimensión política acertada, desde la perspec¬tiva de la fe en Cristo. Ella no le va a dar soluciones concretas; pero si una actitud básica de entrega al bien de los demás de una manera eficaz, sin dejarse además dominar por los intereses egoístas de los politiqueros. Y a la luz crítica de la fe en Cristo, luchar paso a paso por un cambio de estructuras.
“La salvación de Cristo no se agota en la liberación política, pero ésta encuentra su lugar y su verdadera significación en la liberación total. Se trata del descubrimiento de que meterse a soñar y a partir de esta hora de los pueblos no aleja de Cristo, sino que lleva al encuentro con su misterio: el cristiano com¬prometido con la praxis revolucionaria descubre la fuerza liberadora del amor de Dios, de la muerte y la resurrección de Cristo. Es la espiritualidad de la liberación que, en los tiempos que vivimos, es por dondequiera que se mire la espiritualidad de la cruz, que nadie puede vivir por mucho tiempo si no le apremia el amor de Cristo” (Pedro Trigo).
4. EL COMPROMISO DE LA CRUZ DE CRISTO
A Jesús su compromiso incondicional a favor de los hermanos le llevó a morir torturado. Él ya lo había anunciado mucho an¬tes. No quería llamar a engaño a nadie. Sabía muy bien que una actitud radical de servicio levantaría posiciones hostiles en los que viven a expensas de los demás.
En su última noche de vida mortal dejó como testamento su mandamiento del amor. Lo expresa en pocas palabras. Pero a continuación habla largamente de la persecución que tendrán que sufrir los que cumplen su mandato.
El sufrimiento heroico de Jesús no comenzó en la crucifixión. Quizás empezó en el momento de enfrentar la persecución de los egoístas como consecuencia de su actitud y su mensaje de amor. Él también sufrió la tentación de volverse atrás. Pero ese mantenerse firme dándose siempre a los demás, a pesar de las dificultades, es para mi lo más admirable de su vida.
En primer lugar, sufrió el desprecio de muchos al ponerse a predicar sin ser un hombre de estudios, ni tener una misión “oficial” para ello: no pertenecía a la casta de los sacerdotes. No era más que un carpintero, proveniente de un pueblito apartado de mala fama.
En seguida caen sobre Él los golpes de las críticas y la calum¬nia. Dicen que es un mentiroso, un endemoniado, un loco. Le mi¬ran como a pecador porque prefiere atender las necesidades de los hombres antes que sujetarse a los pormenores de ciertas le¬yes. Hasta le consideran blasfemo. Le llaman “samaritano”, o sea, enemigo religioso y político de su pueblo.
Hoy en día, y en todos los tiempos, cualquiera que se pone en actitud de servicio auténtico, sufre toda esta serie de desprecios y calumnias. Mantenerse firme en la actitud de servicio, aguan¬tando las tempestades en contra, es llevar sobre los hombros la cruz de Cristo, que es cruz de servicio.
Jesús sufrió también el dolor de ver cómo las intrigas anidaban en el corazón de diversos grupos del pueblo. Él predicaba unión y amor, pero la calumnia sembraba entre sus seguidores dudas y desunión. Y a pesar de ello, seguía adelante. Es su cruz, la cruz que siguen llevando multitud de seguidores.
Más tarde sus nervios sufren la tensión de la vigilancia poli¬cial, las amenazas, los intentos de apresarlo; finalmente la mis¬ma prisión, acusaciones fraudulentas, torturas, un juicio inicuo y por fin la muerte como un bandido. Es la cruz de Cristo, re¬petida por una multitud de seguidores, imposible de contar. Es la cruz actual de muchos latinoamericanos. De muchos cam¬pesinos.
El campesinado y la juventud, más libres para entregarse a un ideal, viven en buen número un compromiso serio de lucha por la construcción de nuevas estructuras sociales, más fra¬ternas que las actuales. En muchos de ellos anida en sus cora¬zones, como fuerza impulsora, la fe de Cristo. A veces de una manera más o menos implícita. A veces, sobre todo en grupos campesinos, esta fe es explicita y desarrollada. Con frecuencia entre ellos toma caracteres de una nueva forma de religiosidad.
En el núcleo de la fe campesina radica un deseo sincero de cumplir la voluntad de Dios. Cuando se dan cuenta de veras que Dios quiere el compromiso por los demás y Él se manifiesta en ese compromiso, su capacidad de entrega es casi sin limites. En su intuición de solidaridad se sienten unidos a la pasión de Jesucristo, presente en el sufrimiento de sus hermanos. Y consideran las contradicciones y sufrimientos que quieren fre¬nar su compromiso, como participación en la cruz de Cristo.
He visto en diversos puntos del continente cómo algunos campesinos se entregan al ideal de ‘morir por el pueblo”, en un servicio total a la causa campesina, sin dejarse amedren¬tar por las intrigas, la persecución, las torturas y aun la mis¬ma muerte. En la raíz de esta fortaleza está la fe en Jesús.
La masa campesina es temerosa de todo compromiso que le saque de su aislamiento individualista. Pero, como decíamos, su devoción a la cruz puede convertirse en remedio eficaz con¬tra el miedo. Es trascendental ayudarles a darse cuenta que ese Señor al que le tienen tanta devoción sigue sufriendo hoy en medio de sus hermanos. Y que podemos aliviar esos sufri¬mientos compartiendo los dolores que sufrió Jesús.
La profundización en el sentido de la cruz de Cristo es la clave para reorientar la religiosidad popular hacia una fe adulta.
En la cruz se conoce, como en ningún otro sitio, el amor de Dios. En la solidaridad de Cristo con el dolor de los pobres. Gratuitamente tomó nuestra debilidad y pobreza para enri¬quecernos.
Esta entrega sufriente y redentora de Cristo se capta a fondo cuando uno mismo se hace donación a los demás. Cuando se pierde en el servicio al prójimo. Cuando participa en el sufri¬miento y en la lucha del explotado.
“Dios sufre para que viva el hombre, y esa es la expresión más acabada del amor. Esta solidaridad de Dios con el oprimi¬do, con el que es víctima del mal, desde dentro compadeciendo con él, es lo que hace creíble el amor...
El Espíritu fruto del amor del Padre y del Hijo, se hace histo¬ria de liberación que es la forma histórica que toma el amor. Este Espíritu incorpora a los hombres al Hijo y los configura con sí. Es decir, pone en el hombre la misma actitud de Dios hacia el mundo, que es actitud de liberación y amor. Pero como el mundo está en conflicto, participamos históricamente en la lucha contra la injusticia desde dentro, es decir, en solidaridad con los explotados y golpeados por el mal... Es la participación histórica en la cruz de Cristo...
El cristiano solidario con los pobres es el que como Pablo ama la cruz de Cristo, es decir, la lucha por la justicia a través del amor sufriente. Amor sufriente que entraña la radicalidad de un dar la vida por el otro. La praxis de liberación tiene sabor de cruz y de eficacia que sólo conoce el que ama al prójimo” (Roberto Oliveros).
Les aseguro que el campesino sabe captar a fondo esta con¬cepción de la cruz de Cristo si es que se la sabemos presentar adecuadamente. Y al entenderlo, cambia su vida de una ma¬nera radical. Ellos son mucho más consecuentes que nosotros.
5. CONOCER A DIOS ES PERMANECER
CON CRISTO EN LA PASIÓN
No todo sufrimiento es cristiano, sino el que nace de la con¬templación de la pasión de Cristo, que nos hace sentirnos lla¬mados por Él y seguir sus huellas.
Mirar al Jesús histórico en la cruz debe llevarnos a pregun¬tarnos sobre el por qué y para qué llegó a este sufrimiento extremo. Mirada así la cruz de Jesús se convierte en algo muy inquietante. No es un calmante del dolor, sino un estimulante que incita a buscar el dolor a la manera de Jesús: el dolor realista del amor.
Jesús en la cruz es crítica implacable de nuestra sociedad y nuestros egoísmos organizados: invitación a tomar una actitud radicalmente nueva ante Dios y los hombres.
“La cruz no es en primer lugar una respuesta, sino lo que mueve a preguntar de otra manera... No es tanto el corazón inquieto el que nos hace encontrar a Dios, sino que es la cruz la que hace verdaderamente inquieto al corazón”.
Cuando el campesino identifica la visión del Jesús histórico en la cruz con su propia vida crucificada y la de todos sus her¬manos, se le inquieta el corazón, se aviva su fe y cambia radi¬calmente de actitud en la vida. La fe y el amor al Crucificado le cuestiona su propia manera de ser y de vivir. Cambia su ansia de buscar a Dios fuera de sí, en los ritos. Lo encuentra en su propio dolor, en el dolor de sus hermanos, en el nuevo dolor del compromiso.
Ya dijo Jesús muy claramente que ir a Dios es ir al pobre. En el caso del campesino latinoamericano, a Dios lo encuentra en la cruz de su propia familia y la de sus compañeros de mi¬seria. Descubrirlo así es una verdadera sorpresa.
“La sorpresa de los hombres ante la contestación del Hilo del Hombre de que Él estaba en los pobres es la sorpresa necesaria para captar la divinidad de Dios en la cruz. Sin esa ‘sorpresa’ no hay conocimiento de Dios, sino manipulación de Dios. Y don¬de se mantiene esa sorpresa, es decir, donde se sirve al opri¬mido, entonces se permanece con Dios en la pasión. El conoci¬miento de Dios que de ahí surge no es un conocimiento ‘natural’, es un conocimiento nacido de la comunidad con el dolor del otro” (Jon Sobrino).
El sufrimiento del campesino es sufrimiento de Cristo. El campesino que lo ha visto así, une su sufrimiento al de Cristo. buscando el nuevo sufrimiento del compromiso por sus herma¬nos. Realiza de nuevo la cruz de Jesús, con la esperanza de que surja realmente una nueva resurrección. Así, desde la profun¬didad de la cruz campesina se abre un futuro de esperanza: Hombres nuevos que encuentran a Dios en la sintonía con el dolor ajeno, sin miedo al dolor propio que le pueda acarrear su compromiso por aliviar el dolor de los demás, desde una escala personal, hasta la estructural.
El campesino, como todo hombre de buena voluntad siente dolor ante la “presencia del mal, de la opresión, de la injusticia. Pero ante esa realidad negativa el dolor no puede contentarse con la contemplación, sino que debe desembocar en una acción. El dolor tiene que ser activo. Y de esa forma el conocimiento tiende a convertirse en... un amor que no sólo se recrea con lo semejante, sino que tratar de... transformarlo. Quien ante la miseria ajena siente dolor y trata de superarla por amor, salvando la distancia entre la miseria del otro y el propio suje¬to, podrá comprender lo que de revelación de Dios haya en la cruz” (Id.).
6. LA RESURRECCION DE CRISTO
EN LAS LIBERACIONES DE HOY
En la religiosidad campesina apenas se conoce el tema de la resurrección. En ambientes no cultivados muy difícilmente en¬contraremos un devoto del Señor resucitado.
Últimamente los evangelizadores hablan con frecuencia de la Pascua. Pero a veces dejando un poco al lado los temas de la Pasión. Esta actitud acarrea consigo el grave problema de que la devoción popular a la cruz se quede en su estado anterior de pasividad alienante. Creo que si queremos que el pueblo en¬tienda la Resurrección, hay que hacerle entender también de¬bidamente el significado de la Pasión. El que resucitó fue el Crucificado. No se pueden separar ambos extremos. Perderían su fuerza.
Si predicamos solamente a un Cristo resucitado, corremos de nuevo el riesgo de caer en la presentación de un Cristo abstracto y deshumanizado, sin rostro histórico, que no dice nada a la realidad palpitante de nuestra vida.
“Para el pueblo no es fácil concretar y simbolizar las ideas de la Pascua y la Resurrección... ¿Qué significa para el pueblo oprimido y sufriente decirle que hemos resucitado con Cristo? Si la mala predicación tradicional de la cruz tiene el peligro de alienar, una predicación simplista de la Resurrección puede parecerles un ‘mal chiste’, o la ideología religiosa de los que no sufren o viven en el bienestar” (Segundo Galilea).
Cruz y Resurrección van unidas. Lo mismo que cada día va¬mos muriendo un poco, también cada día podemos ir resucitan¬do un poco. El pueblo necesita tocar y palpar sus pequeñas liberaciones concretas, como pasos previos y preanuncio de la liberación total de la resurrección. Sufrimos con Cristo, pero al mismo tiempo vamos ya resucitando con Él.
La Resurrección de Jesús se presenta en medio de nosotros como “el paso de condiciones inhumanas a condiciones más humanas”. Cualquier adelanto fraterno en una comunidad ha de ser visto como ese paso, en chiquito, de la muerte a la vida: todo lo que sea progreso fraterno, ser más personas, más uni¬dos, más libres, es un caminar hacia la resurrección junto con Cristo resucitado. Caminar doloroso preñado de esperanza. To¬do lo que sea amor comunitario es triunfo vivo sobre la muerte del egoísmo. Es ya la gran Resurrección empezada.
La Resurrección entendida así no tiene nada de pasividad. Bajo ningún concepto es alienante. Es una negativa a dete¬nerse, a vivir marginado y explotado; es una negativa a dejar¬se morir. Es paso de todas las formas de muerte a todas las formas de vida. Es no contentarse con arrastrar la existencia, sino luchar por vivir con entera responsabilidad. Luchar por hombres nuevos y un mundo nuevo, con renovadas esperanzas, a pesar de todas las dificultades, pues el fin de toda esclavitud está ya firmado por Dios en la Resurrección de Cristo.
Considero la predicación constante y adaptada de la dialéc¬tica cruz-resurrección como el punto neurálgico de la pastoral popular. Cruz diaria del compromiso por los hermanos y resu¬rrección diaria en los pequeños triunfos, siempre con una vi¬sión amplia y esperanzada del futuro histórico y del triunfo definitivo después de la Historia.
“La Resurrección no se comprende sin la cruz. Y la cruz no se comprende sin la Resurrección. Dios se revela en la dialéc¬tica cruz-resurrección. La Resurrección manifiesta la realidad victoriosa de Dios. Pero se llegó a ella por el camino de la solidaridad con los explotados y pobres de este mundo. La Re¬surrección habla de la verdad del camino de Jesús. De la verdad del amor sufriente, del amor servicio. Ahí está Dios. La Resu¬rrección autentifica la lucha por la liberación. Autentifica la cruz” (Roberto Oliveros).
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LA VIRGEN MARIA,
ESPERANZA DEL CAMPESINO
En los dos capítulos anteriores hemos llegado a lo que con¬sidero el punto culminante del libro: Toda la pastoral se dirige hacia Cristo.
Estos tres capítulos últimos son como círculos concéntricos alrededor de la cumbre. Son consecuencia del cristocentrismo y camino hacia Cristo: María, los sacramentos, las comunidades.
En la Virgen María, mujer popular, el pueblo dio a luz a Cristo, pues en ella se siente representado. En ella el campesino latinoamericano se encontrará con su Señor. Como lo hizo en la cueva de Belén con los pastores, María muestra de nuevo a su Hijo a los campesinos de nuestro tiempo. En la Virgen Ma¬ma, Mamita Virgen, ellos tienen puestas sus esperanzas. Y ella no les defraudará.
1. EL MARIANISMO DEL PUEBLO LATINOAMERICANO
El pueblo latinoamericano es históricamente mariano. La devoción a María está anclada en la realidad de nuestra histo¬ria. Es parte de nuestra cultura.
“María llegó a América venerada por los pobres de la cris¬tiandad latino-hispánica. Los indios comprendieron pronto que era suya, que era popular. La veneraron en todas partes (como sustitución asumptiva de los cultos femeninos; sustitución co¬rrecta e historificante de mitos naturalistas) y se apoyaron en ella para sus reivindicaciones, a través de sus cofradías y co¬munidades marianas” (Enrique Dussel).
La Virgen de Guadalupe, patrona de América, es símbolo del pueblo latinoamericano. Símbolo de ese entendimiento mutuo que se dio desde el comienzo entre el pueblo y su Madre. Toda Latinoamérica está sembrada de santuarios marianos. En ellos el campesino se hace presente como en ningún otro sitio.
En los dos últimos siglos la devoción a María ha disminuido en calidad. Es de suma urgencia una revisión y actualización de la mariología popular. En cada época se ha dado culto a María según la cultura del momento: hoy en día es necesario revisar la devoción a la Virgen según la problemática de nuestro tiempo.
Ella ha de ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo. A veces la pastoral ya no sabe cómo presentar ]a devoción mariana a las nuevas generaciones de modo Que responda a sus esperanzas.
En primer lugar habría que corregir defectos y desviaciones heredados desde antiguo.
Lo mismo que en la época colonial, arrastrados por la Edad Media española, se acentuó la divinidad de Cristo, ignorando en parte su humanidad, lo mismo puede haber sucedido con la Madre de Dios. Se acentuaron sus prerrogativas, sus privi¬legios, su poder y las verdades dogmáticas... Se presentó a María en la evangelización del pueblo latinoamericano como una semi-diosa. A menudo reemplazó la mediación de Cristo, e hizo extraña a la predicación toda la dimensión humana de una mujer de nuestra raza, rescatada del pecado y conducida por Dios a través de la fe, el sufrimiento y la pobreza. Los ‘privilegios’ minimizaron el ‘servicio’ y la significación humana”. Por ello, como veremos en seguida, es necesario redescubrir a María, tal como la presentan los Evangelios.
Pablo VI en su encíclica sobre el culto a la Virgen, haciendo referencia al Concilio, ataca las “exageraciones de contenido o de formas” en el culto, y la “estrechez de mente que oscurece la figura y la misión de María”; “la vana credulidad, que susti¬tuye el empeño serio con la fácil aplicación a prácticas externas solamente; el estéril y pasajero movimiento del sentimentalismo, tan ajeno al estilo del Evangelio, que exige obras perseverantes y activas”. A continuación dice que estas exageraciones “no están en armonía con la fe católica y por consiguiente no deben subsis¬tir en el culto católico”.
Pero a pesar de las desviaciones y las exageraciones, la devo¬ción a María es uno de los más grandes tesoros del pueblo, y en especial del campesinado latinoamericano. “María ha sido la gran adoptada del pueblo latinoamericano. Nuestra actual ta¬rea pastoral es reinterpretar esta adopción, de modo que sea significativa a las nuevas generaciones como lo fue a las anti¬guas. Es rescatar su significación liberadora (de la cual fueron tan conscientes —dentro de la mentalidad de la época— los cristianos durante la primera evangelización y durante la In¬dependencia) hoy a menudo aprisionada por los intereses politiqueros y reaccionarios y por nacionalismos estrechos”.
2. EN MARIA LOS CAMPESINOS
SE SIENTEN COMPRENDIDOS Y REPRESENTADOS
En mis años de pastoral entre campesinos he encontrado muchas veces que hacen tal o cual acto de culto para que Dios o los santos no castiguen. Pero nunca he escuchado que “Mamita Virgen” sea castigadora. A ella se acercan con entera con¬fianza.
Con la Virgen los campesinos se sienten en su casa. Hay como una serie de valores comunes que los unen, al pueblo y a su Madre. En ella visualizan la religión de lo concreto, de lo co¬tidiano, de lo cercano a los pobres.
Los santuarios marianos que jalonan todo el continente son símbolo de este entendimiento mutuo. En ellos María se mues¬tra junto con los pobres. Son una prueba permanente de que le gusta revelarse a los pobres en sus propios lugares y, desde ellos, evangelizar a todos. Y los pobres, los campesinos se mues¬tran orgullosos de esta distinción.
“La irradiación del mensaje de la Virgen pobre, fiel y com¬prometida, madre de todos, es el lenguaje de la evangelización ‘para’ y ‘desde’ los pobres. La captación de este mensaje por parte de los ricos es la fuente de su liberación. Les permite descubrir el mundo de los pobres y sensibilizarse a la injus¬ticia y a la reconciliación. Cuestiona sus pretensiones de esta¬blecerse como centro dominante” (Segundo Galilea).
En las peregrinaciones a santuarios marianos el pobre va a encontrarse consigo mismo en María. El rico debiera “peregrinar” hacia el pobre en María también.
En la devoción a la Virgen María se manifiestan las fuerzas latentes del alma campesina. Se activa lo mejor de su espíritu, porque se sienten interpretados por ella en lo que se parecen. Tienen experiencias semejantes en la pobreza, el sacrificio, la sencillez, la acogida, la hospitalidad. “La Virgen es de nosotros” escucho decir a veces. El campesino ha sabido identificarse con su Mamita Virgen. Ha visto en ella la madre solidaria, comprensiva, dispuesta siem¬pre a ayudarle. En ella se sienten interpretados y asumidos.
El camino en busca de la madurez de la fe depende mucho del acompañamiento de la Madre. El campesino parte de un es¬tado casi infantil. Necesita de los cuidados de su Madre. Los busca constantemente. No les alejemos de ella. Sino ayudémos¬les a encontrarse de veras con la Madre, para que ella los lleve al Hijo.
María es educadora de lo popular. Alrededor de ella el campe¬sino crea un ámbito de fiesta, de sana alegría y de humor. Su devoción, cuando está centrada, favorece un crecimiento sano y equilibrado de la afectividad. Ella convierte en más familiar la vivencia de la fe. María se presenta como lo más humano de la fe: es la persona más cercana a Dios y al mismo tiempo la más semejante al alma popular. Da personalidad a cada uno, pues cada persona se siente querida y ayudada por ella.
“María está en el corazón de nuestro pueblo latinoamericano. Ella desata una inmensa creatividad popular. En ella, la nueva raza mestiza, nacida del violento encuentro entre Europa y la América indígena, encuentra su sentido, su singularidad y su unidad”.
“En una palabra, María es un lugar clave, neurálgico, para que la Iglesia pedagoga reciba fuerzas formidables del alma popular latinoamericana y les conduzca sabia, firme y humildemente a la experiencia liberadora de ser hijo, de ser familia, de ser luz de los pueblos”.
3. LA VIRGEN MARIA Y LA PALABRA DE DIOS
El movimiento actual de pastoral bíblica ha tenido poco en cuenta la devoción a María en la religiosidad popular. No fue así en tiempo de la Colonia. Ni puede seguir este “divorcio”, si es que queremos llevar adelante un plan de evangelización a partir de la religiosidad popular. Y más aun si se trata de cam¬pesinos. La fidelidad a la Palabra y a María son condiciones imprescindibles para que este proceso marche adecuadamente en su caminar hacia Cristo,
Hay que volver al Evangelio para redescubrir a María. Ante las desviaciones en la devoción a la Virgen, no hay más que re¬flexionar con el campesino lo que dice la Palabra de Dios sobre ella. Es el único camino para conocerla en su grandiosidad y su sencillez, quitados los ropajes artificiales que han ido ocultando su identidad a través de los tiempos. El Evangelio nos enseña con sencillez su fe inconmovible, su confianza a toda prueba, su fidelidad ante el llamado de Dios, que la llevó hasta la soledad y la cruz. La Biblia centra a María en su papel de Madre de Jesús, dedicada totalmente a su servicio.
El Evangelio es el mejor camino para redescubrir a María. Al mismo tiempo, la devoción campesina a la Virgen debe ser un camino para popularizar la Biblia entre ellos. Ella recibió la Pa¬labra y nos enseña a vivirla. Lo bíblico y lo mariano van Ínti¬mamente unidos. Debemos aprovechar la devoción a la Virgen para extender entre el campesinado la devoción a la Palabra de Dios. Será un camino mucho más fácil y rápido.
El movimiento mariano es inseparable del movimiento bíbli¬co. Recíprocamente, es imposible conocer a María sin la Biblia. El movimiento bíblico centra en Cristo lo mariano y lo hace só¬lido y ascendente. La Biblia nos hace conocer a la Virgen real y no a una Virgen imaginaria. Nos la sitúa en Cristo y en la Iglesia.
4. CAMINO HACIA JESÚS
Dijimos en los capítulos anteriores que una religiosidad cristocéntrica es la clave de la pastoral popular, y de toda clase de pastoral también. Para que Cristo llegue a ser el centro del co¬razón campesino no hay camino mejor que la devoción a su Madre.
Jesucristo no ocupa todavía el centro de la religiosidad cam¬pesina. Pero sí lo ocupa la Virgen María. Y con este cimiento tan sólido no es difícil llegar a Cristo. Lo mismo que durante su vida mortal su misión histórica fue darnos a Jesús, ahora también sigue cumpliendo la misma tarea.
En primer lugar, María es modelo de fe en Jesús. El campe¬sino necesita de ejemplos concretos que imitar. Y María visuali¬za lo que es la verdadera fe en Jesucristo. Nadie tuvo una fe como ella, tan sencilla y tan profunda. Una fe realista, que la llevó a una actitud permanente de servicio. Una fe liberadora, como veremos un poco más adelante.
Es también modelo de pobreza. Ella vivió una pobreza evan¬gélica con simplicidad y amor en vinculación con los pobres. Vivió una pobreza material como signo de su confianza en Dios, de su apertura a Dios. Su corazón no se esclavizó nunca a nada: estaba todo abierto para recibir a Jesús. El campesino puede sentirse muy cerca de su Madre en esta dimensión de la pobreza, que es apertura para recibir a Cristo.
Podríamos hablar de muchas otras virtudes marianas que imi¬tar. Pero no es el momento de alargarnos en el tema.
La Virgen Santísima es camino hacia Cristo no sólo porque es un modelo que imitar. Su actitud de servicio trascendió más allá de la muerte. Después de la ascensión a los cielos sigue cumpliendo su compromiso de llevarnos a Jesús. Si en pastoral tomáramos en serio esta verdad, cambiaría en mucho la reli¬giosidad del pueblo hacia María. Peregrinaciones, novenas, rezos, serian ante todo pidiéndole a la Madre, como San Ignacio, que nos ponga con su Hijo.
Dice Pablo VI en la encíclica citada “que en las expresiones de culto a la Virgen se ponga en particular relieve el aspecto cristológico... Esto contribuirá indudablemente a hacer más só¬lida la piedad hacia la Madre de Jesús y a que esa misma piedad sea un instrumento eficaz para llegar al pleno conocimiento del Hijo de Dios”.
María es la medianera entre los hombres y su Hijo. Con amor materno cuida de los hermanos de su Hijo. Considero importante insistir ante el pueblo en la causa por la que es eficaz la ayuda de María: por su Hijo. En que todo su poder le viene de Él y va dirigido hacia Él.
5. MARÍA, MUJER LIBRE Y LIBERADORA
En María no había pecado: era libre en todo. La Madre del Liberador tenía que ser libre de todo egoísmo y alienación. Y como camino hacia su Hijo, tenía que ser ella liberadora tam¬bién. Una auténtica devoción a María florece en esperanzas reales de liberación popular. Ella fue muy clara al expresar su alegría en el Magníficat.
“La doctrina eclesial sobre la liberación nos habla de que ella implica para América Latina un hombre nuevo. María, iden¬tificada con su pueblo, es, en su fidelidad, su pobreza y su com¬promiso, el signo y la esperanza de que ello es posible. En esa mujer de Nazaret, los pobres ven a una de su raza vencer el desconcierto, la angustia y la sensación de fracaso, tentaciones que acecharon a María desde la aceptación de su compromiso en la Anunciación hasta su consumación en el monte del Cal¬vario...
La religiosidad de María no tiene nada de alienante, pues en la esperanza de su compromiso es consciente que la justicia y la reconciliación implican la reivindicación de los humildes y oprimidos. Cuando en el Magníficat, en continuidad con Isaías y los profetas, y anticipándose al sermón de las Bienaventu¬ranzas, espera en un Dios que derribe a los ricos y poderosos y ensalza a los pobres y humildes, María asume las condiciones históricas y conflictivas de su compromiso. La esperanza de María no es personal o escatológica; se refiere igualmente a un cambio de las estructuras que impiden la realización de las pro¬mesas de Dios.
Para usar una expresión actual en el cristianismo latinoame¬ricano, María aparece comprometida en la liberación de todos los hombres, particularmente en los más oprimidos. Por eso conoció la pobreza, el sufrimiento, la huida y el exilio. Los epi¬sodios evangélicos de su menosprecio en Belén, su persecución por parte de Herodes, su exilio en Egipto y sus sufrimientos en el Calvario, no son piadosas narraciones bíblicas. Son el signo de su fidelidad al compromiso contraído en la Anunciación...
Es en este espíritu que María acompañó a las primeras comu¬nidades, y sigue hoy acompañando a todas las comunidades cristianas que luchan con esperanza por la venida del Reino de Dios. Las acompaña como testigo fiel del hombre nuevo y de la Iglesia nueva que ellas construyen, pues es propio del testigo el mostrar ya con la realidad de su vida aquello que otros es¬peran. Las acompaña como peregrina, pues ella también reco¬rrió la ruta del éxodo que ellos recorren, y como ellos creció en la fe, la esperanza y el amor. Pues es propio del peregrino ir en camino hacia una realidad que se espera.
En esta ruta, como toda creatura que vive en la fe, la palabra de Jesús fue su guía y su sostén. María, peregrina contemplativa, vivió así en permanente ‘revisión de vida’, al conservar en su corazón las palabras y los acontecimientos que compartía con su Hijo” (Segundo Galilea).
María es, pues, símbolo y guía de la liberación total del hombre que nos trae Jesucristo. Y precisamente en ello podemos en¬contrar una norma clara para distinguir la verdadera devoción a María, de la falsa:
“El culto a María que implique la conservación de ‘los pode¬rosos en sus tronos’ y que lejos de ‘vaciar las manos de los ricos’, sirva de instrumento de opresión política y económica, es indu¬dablemente una falsa devoción mariana. Por el contrario, una devoción mariana que sirva de estimulo a las conciencias reli¬giosas para emprender la lucha contra toda clase de discrimi¬nación (socioeconómica, cultural y sexual), es una devoción mariana auténtica y verdadera. Por eso es inútil querer presentar la devoción mariana como un espacio neutral, más allá de las realidades político-económi¬co—sociales dentro de las cuales se desarrolla” (JM González Ruiz).
Como ya indicaba al comienzo de este capítulo la devoción mariana durante los primeros siglos latinoamericanos estuvo im¬plicada en compromisos liberadores. ¡Ojalá sepamos ayudar al campesino a reorientar su devoción mariana por los derroteros de la liberación personal y estructural de nuestro continente! Y para ello ojalá sepamos nosotros mismos también vivir una auténtica devoción mariana.
Escuchemos, para terminar, la opinión de un gran historiador de la Iglesia latinoamericana. En este punto tan importante he preferido apoyarme en las palabras de tres teólogos actuales de gran influencia.
“El cura Hidalgo primero, y Morelos, después en México enar¬bolaron como única bandera un estandarte con la ‘Guadalupana’, la ‘Virgen morena’. En el sur, Belgrano consagró su ejército a la Inmaculada y la bandera asumió los colores azul y blanco de la Inmaculada, y de la ‘Virgen de los Buenos Aires’, patrona de los marinos. Esa Virgen liberadora ha sido, sin embargo, to¬talizada por sistemas políticos, pedagógicos y eróticos, que la quieren identificar con el pecado, con la opresión, para trans¬formarla en la ‘Madre de la resignación’. ¡Nada más lejano a la postura de Miriam de Nazaret, la Madre del Crucificado por ‘rebelar al pueblo’!
La liberación latinoamericana será profundamente popular cuando pueda unir a sus propuestas políticas de un proyecto de liberación histórico, los símbolos religiosos que han confor¬mado el alma popular. La secularización del proyecto de libera¬ción es dar demasiadas armas al ‘Príncipe de este mundo’ que puede así asumir para destituir la tradición simbólica de nues¬tro continente. Cuando la ‘Guadalupana’, mujer del pueblo su¬friente con los pobres, vuelva a ser enarbolada como cuando Hidalgo dijo ‘la tierra para los que la trabajan’, entonces sí la liberación surgirá desde las entrañas de la Historia” (Enrique Dussel).
María es, pues, en todos los sentidos la esperanza del pueblo latinoamericano, y muy especialmente del campesinado.
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SACRAMENTOS Y RELIGIOSIDAD CAMPESINA
Los sacramentos son signos visibles de encuentro con Cristo. Así debieran ser para el campesinado. Pero desgraciadamente, por lo general, no lo son.
En este esfuerzo de hacer caminar la religiosidad hacia Jesu¬cristo, los sacramentos deben ocupar un lugar destacado. Pero ello nos obliga a una sinceridad grande, y valentía en el pro¬ceso necesario de adaptación.
Junto con los sacramentos debemos tener en cuenta también toda esa serie de devociones que, como sacramentales, pueden llevar también a Cristo.
1. RITOS VACÍOS
Ya vimos el ritualismo como uno de los defectos de la religio¬sidad. Desde el momento en que no se valora el significado de los ritos, sino el simple gesto en sí mismo, el rito queda vacío, sin nada que representar.
Al campesinado no le interesa mucho la vida litúrgica reno¬vada de la Iglesia. Ese interés en vitalizar la liturgia está lejos de ellos, pues generalmente se realiza de una manera intelec¬tualista y extranjerizante Además, puesto que ellos piensan que lo que vale es el gesto en sí, prefieren que permanezcan in¬conmovibles los gestos antiguos. SI el gesto cambia, dudan de que los nuevos ritos sean eficaces.
Pero los errores del ritualismo nacieron de otros errores no campesinos: el colonialismo, que se extendió hasta en la liturgia. Una serie importante de elementos litúrgicos ha sido y sigue siendo importada de otras culturas. Por siglos los campesinos han tenido que aguantar un idioma y unos gestos que no enten¬dían. Se cantaban ritmos que no eran los suyos. No veían la menor alusión a los ritos y mitos autóctonos. No entendían la liturgia oficial de la Iglesia. Y así no es de extrañar que tan de¬vastador torrente desembocara en la tranquilidad pasiva del ri¬tualismo actual.
El nuevo campesinado latinoamericano no tuvo más remedio que inventar y adaptar una serie de ritos propios, al margen de la jerarquía eclesiástica. Después del bautismo litúrgico, ellos tienen que celebrarlo a su modo en su casa. Y así las bodas, los entierros y todo acto importante en sus vidas. En el campo se desarrolla como una liturgia paralela, al margen de la oficial. No es momento de alargarnos en describirla, pero este hecho debe hacernos reflexionar seriamente en la triste realidad de nuestra desencarnación en el ambiente campesino.
Otro dato como para preocuparse es la inmutabilidad hiatórica de la liturgia. Lo mismo debe celebrarse una misa en ambiente burgués que en ambiente campesino, en tiempo de democracia o en época de dictadura represiva. Oficialmente no hay diálogo al celebrar los sacramentos, y, por consiguiente, no se palpita con el momento histórico en que se vive. Así no es posible hacer de cada gesto sacramental un acto de conciencia y de compro¬miso histórico. Los manuales de sacramentos usan un lenguaje lo más intemporal posible. Oficialmente no está permitido un texto litúrgico que vibre con la situación histérica actual, inédita y apasionante, de nuestra América.
Ritos vacíos y ahistóricos es el saldo de la liturgia que se en¬cuentra el campesino. ¿Será posible llenarlos de vida histórica? Es tarea difícil y muy cuesta arriba, pero quizás el Dios que vive en el corazón campesino qufera que nos esforcemos en subir esta pendiente resbaladiza.
2. HACIA UNA LITURGIA CAMPESINA LATINOAMERICANA
A partir del Concilio se han hecho serios esfuerzos por renovar la liturgia sacramental. Pero esta renovación se realiza desde un punto de vista ideal, ‘lo que debiera ser’, con lo que se ha alejado todavía más de la realidad campesina. Ha primado una visión elitista, de modo que hay que gozar de una cierta forma¬ción religiosa para poder gustar de las bellezas de la liturgia. No se ha tenido en cuenta la realidad religiosa del pueblo, Y así resulta que cuanto más renovado es un manual litúrgico, más ininteligible quizá resulta para el campesinado,
Es necesario entender e investigar los sacramentos desde la vivencia concreta del pueblo común. Creo que no podemos con¬tentarnos con “elitizar” la liturgia. Una liturgia así no sirve para el pueblo; menos aun para el campesinado.
“La experiencia está diciendo que no basta aplicar sin más las normas así llamadas ‘pastorales’, que preceden a los nuevos rituales de sacramentos. Ni basta una educación prevista y or¬denada desde cualquier otro lugar que no sea el mismo pueblo. De hecho la práctica contraria está resultando ineficaz. Ni basta idear nuevas formas técnicamente más modernizadas para transmitir el Mensaje. Antes que nada hay que descubrir al pueblo mismo, en su vivencia, en su cultura, en sus propios significantes, sus intereses y valoraciones, su lenguaje y sus signos, sus gestos y símbolos. También sus antivalores y ambi¬güedades. Sus ausencias y limitaciones” (Raúl Vidales).
Para que la liturgia de la Iglesia tenga sentido para el cam¬pesinado es necesario descubrir su mundo simbólico. Descubrir su propio lenguaje; su mundo de mitos, de ritos y de leyendas. Y para ello hay que investigarlos y estudiarlos. Una vez cono¬cida a fondo su realidad, hay que saber usar un lenguaje y unos signos acordes con su cultura y con el crecimiento de su fe.
Considero un error imponer una misma liturgia para todos. Así, o no es para nadie o sirve sólo para una clase social. Debiera haber mucha más flexibilidad. Si lo que se pretende en verdad es comunicarse con Dios y vivir la caridad, cada sector cultural debiera poder hacerlo a su modo. La uniformidad cuadriculada universal obliga al pueblo a crear su liturgia paralela y aun se¬miclandestina, que, por ser tan espontaneista, sin ninguna clase de control o cultivo, llega a veces a deformaciones alarmantes.
Como veremos en el último apartado de este capitulo, es ne¬cesario incorporar valiosos aportes que se dan en las devociones populares. Baste, por ejemplo, recordar el espíritu de solidaridad mutua que sienten los campesinos al celebrar sus devociones, su alegría colorista, su sentido de encuentro y compromiso con Dios. En los sacramentos se pueden incorporar elementos valiosos de las celebraciones que hacen ellos después en sus casas.
Necesitamos fuertes dosis de observación y valentía para ir creando una liturgia campesina latinoamericana. Y, sobre todo, necesitamos una gran fe en Dios, presente en fa cultura y en la historia del campesinado.
No basta, por tanto, renovar los rituales; ni siquiera ilustrar al pueblo respecto de ellos. Son estos rituales los que deben que¬dar abiertos a la escucha del pueblo.
El fin de esta gran tarea teológico-pastoral es conseguir que los sacramentos lleguen a ser de hecho para el pueblo todo lo que la moderna teología enuncia de ellos. Es llegar a convertir realmente los sacramentos en signos del encuentro del pueblo con su Señor: vivencias históricas de encuentro con Cristo en los momentos más importantes de la vida; vivencias de Jesús como gracia, que se hace experiencia personal y comunitaria.
“Los sacramentos serian entonces los momentos culturales en los que se encuentran los hermanos que en diferentes ámbitos, ni¬veles y formas de compromiso, viven la misma fe comprometida y han sido testigos de la misma gracia, Y todos juntos se en¬cuentran con ‘Jesús el liberador’. Esta sería la gracia sacra¬mental, Jesús mismo, gracia y don del Padre, encontrado y vivido en la historia, que ahora se hace culto y liturgia. Haber estado abierto continuamente a los muchos hermanos en sus im¬plicaciones conflictivas concretas, es haber estado abierto a Cristo, a la gracia, a la salvación. La filiación y la fraternidad objeto de la lucha histórica, reciben otra dimensión de plenitud y de esperanza en la celebración, al mismo tiempo que se recibe un nuevo impulso para seguir bregando por hacerlas verdad. Sin estos contenidos, difícilmente se puede librar a los sacra¬mentos de la macificación”. (Id.).
3. EL BAUTISMO COMO COMPROMISO
Cristo nos visita a través de los sacramentos para darnos fuer¬zas en la fidelidad al amor a Él y a los hermanos. Nos hace par¬ticipar de su Vida y de su Amor.
El bautismo es la puerta de entrada a esta participación en la Vida de Dios. Es un serio compromiso de fidelidad entre Cristo, el bautizado y su comunidad. Pero para el común del campesinado el bautizo queda reducido a un acto mágico que hay que realizar necesariamente para que no le vengan ciertos males al niño. No se sienten comprometidos a nada concreto.
Mezclado con este aspecto mágico curandero florece un senti¬do profundo de filiación divina. Es poner al niño en manos de Dios, fiándose totalmente de Él. Y la fiesta que sigue al bautismo, a veces con una serie de ritos de complemento, es regocijo co¬munitario, más o menos consciente, porque ese pequeño ha en¬trado a formar parte de los hijos de Dios.
Sepamos sacar a flote y encauzar este caudal de fe. El bautis¬mo es un hecho muy importante para el campesino; vale, pues, la pena dedicarle tiempo, de manera que deje de ser un acto rutinario y en cierta medida incomprensible. Una buena prepa¬ración y celebración de bautismos es el primer paso para poner en marcha un proceso de evangelización a partir de la reli¬giosidad.
Ayudemos a la gente a entender debidamente el sentido de unión con Cristo y de compromiso para padres, padrinos y toda la comunidad. Compromiso alegre, sintiéndose respaldados y ayudados por Jesucristo. No estorbemos el folclore de alegría que se da alrededor del bautismo, sino démosle sentido e incor¬porémoslo en cuanto sea posible a la misma acción litúrgica.
El saludo entre los nuevos compadres, el simbolismo de tocar el agua bendita, la bendición de los padrinos al ahijado y can¬tidad de costumbres simpáticas que florecen por nuestros cam¬pos, pueden ser incorporados a la celebración litúrgica. No demos más la impresión de que perseguimos todo lo que sea costumbre de ellos, obligándoles así a realizarlas medio a escondidas con una rara mezcla de supersticiones.
En la celebración del bautismo se hace prometer mecánicamen¬te a los asistentes sobre una serie de preguntas que casi nunca entienden lo que quieren decir. Preguntemos de una manera espontanea, en su lenguaje, concretando los problemas reales de su vida.
Se realizan también unos exorcismos y renuncias, ininteligi¬bles para el campesino. ¿Por qué no concretar las formas históri¬cas como se presenta el demonio hoy al campesinado? ¿Por qué no ponerle nombre y apellidos? Es que así resultaría peligroso. ¿Pero es que no es un peligro decir que sí al amor de Cristo? Bautizarse es comprometerse a vivir el Mandamiento Nuevo que, como anunció Jesús, siempre acarrea consigo peligro de calum¬nias y persecución. Un bautismo vivo debería ser algo tenso, que conmueve por la seriedad del compromiso que lleva consigo. Pero al mismo tiempo, lleno de esperanzas y alegrías, por la segu¬ridad de la ayuda de Cristo. El es siempre fiel.
4. LA PENITENCIA COMO CONSTRUCCIÓN DE LA HERMANDAD
El campesino se confiesa relativamente poco. Casi exclusiva¬mente en Semana Santa y en algunas fiestas. Creo que esto es una herencia muy antigua. De hecho, siempre han tenido pocos sacerdotes, y, sobre todo, quizá nunca han llegado a tener una conciencia clara de lo que es pecado para confesar.
La moral de sus clanes familiares no coincidía del todo con la moral que predicaban los misioneros. Cosas sagradas para ellos eran atacadas duramente por los sacerdotes. Y cosas que no tenían importancia, eran exigidas por aquellos. Y sí llegamos hoy a una mezcolanza a veces muy rara. Escuchar confesiones a campesinos suele ser un tormento. Se acusan con frecuencia de faltas baladíes; pero no suelen nombrar nada relacionado con problemas de unión o de justicia. Se acusan de faltar el respeto al patrón, pero no hacen alusión a las faltas de respeto entre ellos. Consideran grave comer carne el viernes, pero miran como lo más natural el no tener qué dar de comer en muchos días a sus hijos.
No obstante, sobre todo en las fiestas, la mayoría del campe¬sinado se confiesa con devoción. Según su moralidad, pero sinceros.
Diversas veces he realizado la experiencia de prepararles des¬pacio colectivamente para confesarse. Y el resultado siempre ha superado lo previsto. Su buena voluntad es un tesoro. Ellos quie¬ren sinceramente “arreglar sus cuentas con Dios”, y si se les ayuda adaptándose a ellos, lo agradecen de verdad.
Hay que hacerles profundizar en el sentido de pecado, como falta contra Dios y contra los hermanos. Ayudarles a prescindir de una concepción fatalista y mecánica del pecado. Y ver siem¬pre tras el pecado la imagen de Dios misericordioso, que nos comprende y nos perdona en Jesucristo.
Insistir también en el sentido de compromiso. Por la confesión renovamos el bautismo. Nos comprometemos de nuevo con Dios y con los hermanos a seguir viviendo en unión con ellos. Cuan¬do un grupo campesino ha avanzado ya un poco en su forma¬ción, es hermoso ver con qué sencillez se confiesan juntos, sin respeto humano, pidiéndose perdón unos a otros con toda sin¬ceridad.
El campesino tradicional suele ser resentido, a veces por per¬cances sin importancia entre ellos. Esta dificultad es un serio freno para todo lo que sea comunitario u organizativo. La con¬fesión, sobre todo realizada en grupos, es un remedio eficaz. Realizada así de modo constante es camino para construir la hermandad. Sentir la comprensión y el perdón de Cristo es es¬timulo para comprender y perdonar al hermano..
La confesión no es un rito mágico, perdonador de pecados, co¬mo una máquina. Hay que insistir en el amor de Cristo en la cruz perdonando. Y en la doble representación que ostenta el sacerdote, mediador entre Dios y los hermanos, representante de los dos. Habrá que insistir también en el sentido de esperanza que encierra la reconciliación cristiana, pues detrás de ella está siempre la promesa de ayuda de Dios.
“La verdadera reconciliación no es un manto impuesto por los privilegiados para recubrir las injusticias y mantener el desor¬den establecido. Por el contrario, la reconciliación cristiana es fruto de la justicia y de la voluntad real de los hombres por obtenerla. En situaciones conflictivas y abiertamente injustas, como es la latinoamericana, la reconciliación supone el trabajo por la justicia y la presión moral-profética por obtenerla” (S. Galilea).
5. LA EUCARISTÍA COMO CELEBRACIÓN DE LA HERMANDAD
Al campesino le gusta “ofrecer Misas”. Es como la mejor ofren¬da que puede ofrecer a sus santos. Con la misa como que los santos se quedan satisfechos y ya no castigan. Lo mismo pasa con los difuntos; con la misa ofrecida por ellos dejan de “penar” y ya no molestan más.
A veces ofrecen también misas a sus santos para conseguir algún favor especial. Rara vez he encontrado que sea para dar gracias.
Normalmente este afán por ofrecer misas no tiene ninguna relación con la conducta personal de quienes la ofrecen. De nue¬vo se trata de un ritualismo: basta con asistir pasivamente.
No obstante, la devoción que profesan a la santa misa en¬cierra un gran valor: la consideran lo mejor que pueden ofrecer a sus santos, a quienes miran como “lo mejor del mundo”. Esta gran estima por la misa es un buen cimiento sobre el que apo¬yar una doctrina más sólida.
A grupos campesinos que comienzan a reflexionar y a organi¬zarse les gusta mirar la Eucaristía como símbolo y fuerza de su unidad. Copio las reflexiones realizadas en este sentido por al¬gunos grupos campesinos:
“La misa es una comida en común. Los israelitas en su Cena Pascual comían un cordero asado. Ahora el nuevo Cordero Pas¬cual es el mismo Cristo. Si no comemos su carne no podremos tener vida de hermandad entre nosotros...
Es el alimento de la hermandad. El que no comulga se queda débil y no puede vivir la caridad que nos pide Cristo. El sacra¬mento de la comunión es el sacramento del amor de hermanos. El sacramento de la común-unión con Cristo y común-unión con los hermanos. Cristo está en el pan consagrado; Cristo está también en los hermanos.
Comulgar es unirnos a Cristo para comprometernos a seguir unidos a nuestros hermanos. Es recibir el amor de Cristo para saber amar a los hermanos.
La misa es el símbolo y la fuerza de la hermandad. Es el com¬promiso con los hermanos hasta lo último. Hasta el cambio de las estructuras opresoras. Hasta llegar a poner todo en común. Hasta dar la vida por los demás... Sin el deseo de vivir como hermanos no tenemos derecho a participar en una misa”.
Así considerada la Eucaristía, llega a resultar una poderosa fuerza revolucionaria, altamente peligrosa para todo sistema in¬humano y opresor.
En la Eucaristía se proclama el señorío absoluto de Cristo, úni¬co Liberador y único Señor de la Historia. Y se rechaza, por consiguiente, a los “señores” que se erigen en absolutos o en dominadores. Es un compromiso muy serio éste y de muy graves consecuencias. La Eucaristía así celebrada “debe ser un poderoso grito de alarma y de protesta, intranquilizador de conciencias y desper¬tador de responsabilidades sociopolíticas”.
Dice Segundo Galilea: “Creo que necesitamos hoy una aná¬fora que nos anuncie que el Cristo que se entrega en su cuerpo y en su sangre es una protesta contra las actuales opresiones y nos compromete a trabajar por removerlas”.
Y Gustavo Gutiérrez: “Sin un compromiso real contra el des¬pojo y la alienación, y en favor de una sociedad solidaria y justa la celebración eucarística es un acto vacío, carente de respaldo por parte de quienes participan en él. Esto es algo que muchos cristianos en Latinoamérica sienten cada vez más cruelmente y los hace cada vez más exigentes con ellos mismos y con toda la Iglesia. ‘Hacer memoria’ de Cristo es más que realizar un acto cultual: es aceptar vivir bajo el signo de la Cruz y en la espe¬ranza de la Resurrección. Es aceptar el sentido de una vida que llegó hasta la muerte, en manos de los grandes de este mundo, por amor a los demás”.
Nadie como el campesino es capaz de ser consecuente con este enfoque. Lo sé por propia experiencia. Para conseguirlo, sólo ne¬cesita un proceso auténtico de evangelización adaptado a su realidad.
6. EL MATRIMONIO
La celebración del matrimonio es una de las instituciones más folclóricas del campesinado. Las costumbres y rituales antes y después de la fiesta litúrgica son sin número. Seria importante realizar en cada región estudios serios sobre las tradiciones re¬ferentes al matrimonio. En algunas zonas cuentan con estos trabajos ya realizados. Pero en la mayoría de los casos los párrocos casamos a nuestros feligreses sin tener apenas idea de lo que significa para ellos la boda y de la serie de ritos familiares que realizan antes y después de ella.
Como ya se ha dicho varias veces, habría que procurar incor¬porar algunos de estas costumbres a la propia ceremonia litúrgi¬ca, Y sería bueno que los animadores de pastoral asistieran y participaran de todo el proceso del matrimonio campesino, para que am, con el debido respeto, ayudaran a purificar estas cos¬tumbres en lo que fuera necesario y hacerlas avanzar como para que sean respuesta a las necesidades actuales.
Habría que insistir bastante en la dignificación de la mujer, de manera que fuera desapareciendo ese machismo tan exacerbado que caracteriza con frecuencia a los hombres. Otro punto a insistir es el sentido de responsabilidad de los padres en la educación de los hijos.
Cuando los que se van a casar forman parte de una comuni¬dad, su preparación corre más por el camino del compromiso de amor que contraen para trabajar juntos en la formación de su comunidad. El matrimonio es una cita especial de Cristo con la pareja para multiplicar la comunidad de amor que es el cris¬tianismo. Son dos llamas de amor, de compromiso por los demás, que juntas entre sí y con Cristo son más poderosas para prender un nuevo amor en los hijos y en la comunidad. El matrimonio cristiano forma la célula vital para poder construir comunidades. Por ello es muy importante que marido y mujer juntos formen parte de la misma comunidad, y más adelanta de las mismas organizaciones.
7. ASUMIR LAS DEVOCIONES POPULARES
Históricamente muchas de las devociones populares nacieron como formas paralelas de la Liturgia, pero en cierto sentido muchas brotaron de ella en cuanto los diversos tiempos litúr¬gicos del años les dieron origen. El campesinado aceptó los mis¬terios de la fe representados a lo largo del ciclo litúrgico, pero como no le llenaban del todo las formas litúrgicas oficiales, tuvo que inventarse, en su creatividad, devociones paralelas.
Sería urgente asumir esas devociones en todo lo que tienen de sano y ayudarles a encauzarlas hacia un encuentro con Cristo, pero sin dañar su sabor popular. Y en la medida en que sea posible, algunas de estas prácticas devocionales pueden ayudar a vitalizar y encarnar la Liturgia. En otros casos, lo devocional puede ser camino de preparación para que el pueblo pueda lle¬gar a entender y vivir la Liturgia.
Devoción a los santos
Es una de las características principales de la religiosidad popular. Ya en el capítulo II vimos cómo es esta devoción. Ahora damos algunas normas pastorales.
Quizá pastoralmente lo más grave sea que con frecuencia el santo de la devoción de cada uno ocupa el lugar en el que de¬biera estar colocado Jesucristo.
Pero a pesar de sus muchas imperfecciones, estimo que no debe ser despreciada la devoción a los santos, sino esforzarnos por colocarlos en su lugar. Hay que humanizar a los santos, ha¬ciéndoles ver que fueron personas como nosotros, y que llegaron a la santidad justamente por su entrega y su amor a Jesucristo, a quien veían presente en sus hermanos. Son un modelo para llegar a Cristo; un modelo de servicio a los demás. Y hoy, que viven gloriosos en el cielo, junto a Jesús y a los hermanos, pue¬den ayudarnos para que también nosotros aprendamos a seguir sus huellas. Se debiera insistir más en fomentar la devoción a los santos bíblicos, los que acompañaron a Jesús personalmente, pues su ejemplo es más claro. Y también la devoción a santos más de nuestro tiempo y de nuestro ambiente.
La experiencia me ha enseñado que no vale la pena atacar directamente la dosis de superstición o idolatría que suele in¬ficionar esta devoción. Es preferible destacar la vida histérica de los santos. E insistir en que ellos ahora están en el cielo: lo que tenemos acá es sólo su imagen. Si el proceso se enmarca dentro de una formación bíblica cristocéntrica, los factores ne¬gativos van poco a poco desapareciendo por sí solos, sin necesi¬dad de nombrarlos siquiera.
Novenas
Personalmente las he rechazado por mucho tiempo. Pero el realismo campesino ha ido desfanatizando mi fobia.
Las novenas encierran una oportunidad única para evangeli¬zar a grupos de personas que se reúnen por varios días para rezar, cantar, reflexionar y aun hacer propósitos sobre un tema determinado.
Si los cursillos de formación están tan de moda, ¿por qué no aprovechar esta ocasión para realizar algo parecido con perso¬nas que probablemente con dificultad estarán dispuestas a ir a un cursillo? Creo que es la oportunidad propicia para darles un contenido bíblico cristocéntrico a la devoción al santo que sea. Mucho más si se trata de una advocación del Señor o de la Virgen.
Acabo de hacer la prueba en mi parroquia, escribiendo una novena al patrono, el Señor de los Milagros. Guardando el esque¬ma clásico, le he dado un contenido nuevo, sencillo, muy bíblico, centrado en Cristo y en la conversión que Él pide.
Velorios
El campesino tiene un gran respeto a sus difuntos. En muchos lugares el ritual popular de rezos por los difuntos es extenso y detallado: forma de colocar el cadáver, número de velas, quién, cómo y qué deben rezar. Los campesinos asisten con asiduidad a velorios y entierros, en contraste con la ausencia en estos actos de los animadores de pastoral.
Una experiencia interesante que he visto es la de algunas religiosas que acompañan a la gente en sus casas en los rezos por los difuntos. Los asistentes, incluidos los hombres, están su¬mamente abiertos en estas circunstancias a la oración, y a es¬cuchar y comentar en familia la Palabra de Dios. Es una ocasión única de catequesis de adultos, para explicar con bastante éxito el misterio de la muerte-resurrección de Cristo, y el de nuestra propia muerte y resurrección en Él. Infundirles la esperanza del encuentro futuro con el difunto es un consuelo cristiano, que ellos agradecen sumamente.
Lo mismo se diga cuando se va a administrar los últimos sa¬cramentos a los enfermos, si se realizan con cariño, dándoles tiempo a ellos y a sus familiares para que realicen sus rezos. Es una ocasión única para vivenciar los sacramentos en momen¬tos cumbres de la existencia humana.
Las misas de difuntos dan pie también para hacer entender el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, por una capacidad de entendimiento por parte del pueblo, que difícilmente podrá encontrarse en otros momentos meramente teóricos. Debidamente motivados, me gusta reunir todas las intenciones de difuntos en una sola misa los lunes; así la asistencia y el ambiente, son más propicios para una evangelización.
Más que empeñarnos en organizar al principio con los campe¬sinos una catequesis de adultos, a horarios fijos y con un tema¬rio ideológico progresivo, es preferible aprovechar estas cateque¬sis vivenciales de sus devociones, en las que los encontramos siempre dispuestos a escuchar, dialogar, rezar y aprender. No pedirles que ellos se acomoden a nuestros horarios; sino nosotros a los suyos. Lo cual ciertamente es incómodo, pero eficaz.
Fiestas patronales
Toda zona campesina celebra su fiesta patronal. Hay santos y advocaciones para todos los gustos. Quizá la única excepción, muy lamentable por cierto, sea Pascua y Pentecostés. No im¬porta mucho que la fiesta sea en honor del Señor, de la Virgen o de un santo cualquiera. Para cada lugar “su santo” es el más importante. No hay jerarquía de valores.
Pero nos encontramos de nuevo con un evento religioso que no se puede menospreciar. Encierra un enorme valor pastoral.
En las fiestas patronales se celebra con gozo el doble hecho de ser cristianos y de ser ciudadanos de ese lugar. La fe de los an¬tepasados se exterioriza solemnemente, se celebra y se hace vida. Y lo más típico de la cultura de sus mayores se festeja alegre¬mente en forma de folclore. Los dos elementos se entrelazan entre sí como en un abrazo que los confunde y los unifica.
Las fiestas patronales constituyen un momento fuerte de la vida religiosa y cultural de un pueblo o de una parcialidad. En ellas reafirman su identidad. Rompen la monotonía de la vida campesina y se convierten en válvulas de escape de muchas frustraciones.
Por todo ello es evidente la importancia de encauzar ade¬cuadamente estas fiestas, tanto en su vertiente religiosa, como en la folclórica. No considero admisible la decisión de algunos sacerdotes de separar la celebración religiosa de la “profana”. Esto es realizar divisiones artificiales que no están en el cora¬zón campesino.
Puesto que ellos consideran imprescindible la participación del sacerdote, se puede aprovechar esta necesidad en primer lugar para condicionar su presencia al corte de algunos abusos, como el exceso de alcohol o de gastos desorbitados que dejan a los ‘priostes’ en la ruina, Y en segundo lugar, y ante todo, para en¬cauzar ese fervor religioso ambiental por caminos de conver¬sión y de encuentro con Cristo.
Un elemento importante en la fiesta es la procesión. Para ellos es quizás el momento cumbre. Habría que insistir en su sentido de peregrinación, de marchar desde el pecado hacia Jesús y aun de protesta quizá por situaciones de injusticia concretas.
Santuarios y romerías
América Latina está llena de santuarios, y millones de cam¬pesinos peregrinan anualmente hacia ellos. Por eso el santuario representa un lugar ideal de evangelización a partir de la re¬ligiosidad campesina.
La mayoría de estos santuarios adolecen de graves defectos pastorales. Son lugares donde se explota el sentimentalismo y el ritualismo del pueblo sencillo. Constituyen una especie de ex¬plotación religiosa de la miseria del pueblo.
Son también a veces islas cerradas a todo esfuerzo pastoral de renovación. El ruido de la plata en torno al altar bloquea los intentos de reforma pastoral. Cuesta eliminar un ritualismo que es fuente de buenos ingresos. Hasta se llegan a fomentar a veces representaciones alienantes de Dios, la Virgen y los santos.
Así resulta que muchos santuarios son un antitestimonio para las personas que gozan de un mínimo de conciencia crítica. ¿Y qué sucederá cuando muchos de estos devotos ingenuos abran los ojos y reaccionen contra las alienaciones y explotaciones actuales?
Ante todo esto creo que los responsables de la pastoral deben poner especial interés en que los santuarios estén atendidos por equipos de gente preparada para este fin, libres de las tenta¬ciones de la plata y el triunfalismo.
A pesar de ello, hay que destacar los esfuerzos muy laudables que se están realizando en algunos santuarios en concreto. Per¬sonalmente he podido gustar de los aciertos pastorales reali¬zados en el santuario de San Cayetano en Buenos Aires y en el de la Virgen de Caacupé en Paraguay.
En el Antiguo Testamento el Templo era el lugar privilegiado de manifestación de Dios, del Dios que les salvó de la esclavitud y del destierro de Babilonia. Por eso las peregrinaciones judías al Templo son una culminación siempre renovada del Exodo. Son signos de liberación y de la renovación de la Alianza entre Dios y su pueblo.
A partir de Jesús, ya Dios no se manifiesta de modo exclusivo en ningún lugar concreto. En adelante Dios se comunica y se revela en la humanidad de Jesús, presente hoy en los sacramen¬tos, en todo servicio hecho al prójimo y toda reunión realizada en su nombre.
Por consiguiente, los santuarios cristianos pueden ser ocasión de encuentro con Dios en la medida en que se constituyen en ellos asambleas de encuentros fraternales, en la medida en que se reciben con vida los sacramentos y en la medida en que todo ese conjunto, sin olvidar las limosnas, se pone en actitud de ayuda al prójimo, necesitado. Ahí está Cristo presente, no por¬que se trate de tal lugar geográfico, sino por la actitud de las personas que se reúnen. Ellas constituyen el Cuerpo Místico de Cristo.
Es muy importante hacer consciente al campesinado de estas verdades. Y por supuesto, a los rectores de santuarios. En di¬versos congresos se han planeado cosas muy hermosas, pero pocas veces las han llevado a la práctica. No se conseguirá re¬novar la pastoral de santuarios sin un profundo espíritu cristiano y una gran dosis de desinterés económico, paciencia y pedagogía.
En los santuarios debe brillar una especial calidad litúrgica y profética, superior a lo normal. Los peregrinos deben encontrar ambiente de acogida fraterna y una predicación de la Palabra adaptada a ellos, de forma que su peregrinación se convierta en un verdadero encuentro con Cristo, traducido a la vuelta a su zona en un renovado espíritu de servicio a su comunidad.
El santuario cristiano debe crear aptitudes evangélicas, en vez de fomentar sentimentalismos religiosos. Debe saber cultivar esa necesidad de comunicación e integración que va buscando el pueblo. Debe saber vencer el individualismo devocional, desa¬rrollando el sentido de oración comunitaria y sacramentos com¬partidos. En ellos el pueblo debiera encontrar ocasión para gozar de una experiencia viva de pertenencia a la Iglesia.
Este espíritu puede empezar ya desde el comienzo de la pere¬grinación o romería. Al santuario “se va”, como signo del nuevo y definitivo éxodo liberador, lo cual implica esfuerzo y sacrificio. La romería realizada con incomodidades representa la búsqueda de Dios en esperanza, con la seguridad de que Él habita ya en medio de su pueblo.
“Todo lo dicho implica un esfuerzo catequético considerable previo a la peregrinación, durante la misa y sobre todo en el santuario. En los atrios y en el mismo templo, por medio de instrucciones y moniciones, en la predicación, por medio de ma¬terial impreso, folletos, hojas, pancartas, debe desarrollarse una catequesis bíblica que ilumine los principales aspectos del mis¬terio que está sucediendo, en términos de las experiencias hu¬manas locales...
Al revés de lo que está sucediendo hoy, en que la piedad del santuario aparece como una forma de superar inseguridades, debilidades y toda suerte de alienaciones, en que los ritos y lo profano están divorciados, y donde el culto no tiene un ‘antes’ y un ‘después’ en las actitudes temporales del fiel, la pastoral toda de los santuarios de la Iglesia debe llevar a la liberación del Evangelio. Liberación de complejos de culpabilidad (que se expresan en penitencias masoquistas); liberación de miedos e inseguridades (que se expresan en la utilización de los ritos para encontrar el equilibrio); liberación de representaciones de Dios o de los santos antropomórficas, terribles, exigentes o arbitra¬rias: liberación de interpretaciones supersticiosas de la acción de Dios (que se expresan en un sentido semimágico que se da a imágenes, ritos y promesas); liberación, en fin, de toda escla¬vitud proveniente de una religión que no es la del Evangelio” (Seg. Galilea).
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COMUNIDADES DE BASE COMO FERMENTO
Esto de las comunidades de base se ha convertido en los últimos decenios como la realización más actualizada de la pastoral. Pero entre indígenas esta realidad es ya muy vieja. Lo que ahora fomentan los evangelizadores, siglos atrás casi lo destruyeron. Pero a pesar de la civilización del individualismo que vino desde Europa, el espíritu comunitario sigue aun vivo entre ellos, y avivar este rescoldo en muchos ambientes campesinos con san¬gre indígena no es demasiado difícil.
Las comunidades de base están retoñando con fuerza en el campo. Será necesario volver con más insistencia a sus raíces históricas, Y no dejarse influir demasiado por modas venidas de ambientes burgueses.
Las comunidades campesinas, centradas en Cristo, con una fuerte actitud de servicio hacia el resto del campesinado, pueden llegar a convertirse en el camino eficaz de evangelización del campo.
1. FORMACIÓN DE ANIMADORES CAMPESINOS
Jesús eligió a unos cuantos hombres del pueblo, en su mayoría pescadores, a los que dedicó mucho tiempo para formarlos, de modo que ellos fueran los seguidores de su obra.
Creo que también nosotros debemos usar lo más precioso de nuestro tiempo para la formación de campesinos con madera para llegar a ser “animadores” de su comunidad. Los apóstoles del campesinado deben salir del seno de ellos mismos. Nuestro aporte extraño, por más buena voluntad y preparación que ten¬gamos, siempre estará manchado de imposición cultural e im¬posiciones.
Aun los mismos nombres que les hacemos darse dependen de nuestras modas ideológicas. En diez años en muchos sitios su¬primimos el nombre de catequistas por parecernos demasiado doctrinal; más tarde ya lo de líderes parecía demasiado yanqui e impositivo; después se pone de moda lo de agentes de pastoral; ahora a algunos nos gusta más lo de animadores. También se les llama presidentes de asamblea, guías, y otros diversos nombres, a gusto de los párrocos. “Padrecito, ¿cómo no más es ahora eso que soy yo?”.
Lo importante es que sepamos colaborar eficazmente en la formación de campesinos capaces de ayudar a sus hermanos formando comunidades, Debemos tener sumo cuidado en no desclasarlos, pecado en el que somos peritos los sacerdotes y religiosas.
De cara a la religiosidad, los animadores deben ser conscientes de la ambivalencia que encierra, sus posibilidades y los medios para desarrollarlas caminando hacia Cristo. Ellos personalmente deben llegar a vivir una fe personal, instruida y adulta.
Respecto a los formadores de animadores considero muy útil la opinión de Gregorio Smutko, hombre experimentado en este respecto:
“No se puede enseñar a ser líderes como se enseña agricultura o cooperativismo... El líder trata a la gente de su comunidad como lo tratamos a él y no como decimos que él debe tratarla. Si a los líderes los tratamos de una manera paterna¬lista o autoritaria, como a niños, sin duda estamos enseñándoles a hacer lo mismo con sus comunidades.
El paternalismo es un círculo vicioso. Cuando una persona educa en un ambiente paternalista llega a tener poder, ¿qué podemos esperar sino que trate a los otros ‘de la misma ma¬nera?”.
Además del trato personal frecuente, el método normal para la formación de animadores de la comunidad son los cursillos y las reuniones periódicas. No es el momento de extendernos en la metodología de cursillos y reuniones. Sólo quiero insistir en la necesidad de formar a través de estos métodos una actitud crítica, dialogal y creativa.
2. ASAMBLEAS CRISTIANAS
Considero que la primera ocupación de un animador es con¬vencer a un grupito de vecinos a reunirse periódicamente para tratar sus problemas y perfeccionar su formación religiosa, prin¬cipalmente a base de la Palabra de Dios.
No es tampoco ahora el momento de extendernos en la me¬todología de las asambleas cristianas. Pero, bajo el prisma de la religiosidad, intentaré hacer algunas reflexiones al caso.
Como veíamos al principio, una característica negativa de la religiosidad es el fanatismo. Realizan los ritos sin saber el por qué de ellos. En las asambleas, a la luz bíblica, se debe ir re¬flexionando de modo que el campesino piense en los “por qué” de su religiosidad. Todo ello realizado lentamente, con sumo respeto, sin avanzar más allá de donde ellos pueden entender en cada momento.
Así se va realizando un proceso de encontrarse con ellos mis¬mos, de dignificarse, de decir su palabra, de sentirse comprome¬tidos unos por otros.
Este entrar en una etapa reflexiva dialogal es de suma im¬portancia para hacer posible un proceso de evangelización a par¬tir de su religiosidad. Sin la reflexión y el diálogo se manten¬drían siempre encerrados en el sucio calabozo del fanatismo.
Los sacerdotes, dada la manera como nos consideran, somos los menos indicados para abrir este calabozo. Históricamente he¬mos sido tan impositivos, que es costoso establecer verdaderos diálogos con campesinos de religiosidad no cultivada. Las reli¬giosas, ante las que normalmente no tienen prejuicios histéricos, son más aptas para comenzar este tipo dialogal de asambleas. El ideal es que sean los propios campesinos, debidamente pre¬parados, los que pongan en marcha y, sobre todo, lleven ade¬lante, estas asambleas.
Se ha de cuidar mucho que las asambleas no queden en un mero diálogo. Como fruto de la reflexión se ha de procurar pasar siempre a la acción, no a gran escala, sino en pequeñas reali¬zaciones, según la capacidad de cada etapa. La reflexión y la acción forman cada una como la mitad de la misma rueda, que sólo juntas ambas partes es posible dar vueltas y caminar hacia adelante. Reflexionar sobre los actos de su religiosidad y actuar a pequeña escala según lo reflexionado será tarea de un tiempo bastante largo.
3. RELACIÓN ENTRE COMUNIDADES DE BASE Y RELIGIOSIDAD
La formación de animadores campesinos y el desarrollo de las asambleas debe desembocar en la creación paulatina de comu¬nidades campesinas. Estas comunidades pueden y deben tener una relación profunda con la religiosidad popular.
“La pastoral del catolicismo popular es solidaria e inseparable de la pastoral de las comunidades de base. Es en estas comu¬nidades populares donde cristaliza la evangelización de la fe del pueblo. La religiosidad popular se purifica con los valores cristianos que se van experimentando en las comunidades...
No debemos olvidar que el substrato de las comunidades popu¬lares de base es la religiosidad popular, urbana o rural, que sub¬siste ahí como el ‘ethos’ religioso-cultural del pueblo, y que le dan su identidad propia.
La pastoral de las comunidades de base prioritaria en América Latina, con toda su dimensión liberadora, no sólo no es una alternativa incompatible con la religiosidad popular, sino que constituye su modelo de evangelización más significativo y de mayor porvenir” (Seg. Galilea).
La religiosidad popular se va purificando con los valores que se desarrollan en la pequeña comunidad. No creo que pueda marchar adelante una evangelización a partir de la religiosidad, sin la formación de comunidades populares. No bastan unos cuantos animadores o líderes. Es necesaria la mediación de gru¬pos de personas que se vayan formando y viviendo una opción de fe personal-coniunitaria. Ellos serán el verdadero fermento de la religiosidad de su pueblo. Ni un sacerdote solo, por más buena voluntad y pedagogía que posea, ni siquiera un grupo de agentes de pastoral bien preparados. Pueden hacer algunas re¬formas interesantes, pero no calarán en el alma popular de una manera estable. Es necesario que el mismo pueblo a partir de pequeños grupos naturales —el resto bíblico— comience a vivir los valores del Evangelio dentro de sus propios valores popula¬res. Sólo así fermentará la masa. Sólo así los pobres recupera¬rán el Evangelio.
El mismo Jesús, a partir de la crisis de Cafarnaum, parece re¬nunciar a la conversión de las multitudes por métodos directos, y se dedica principalmente a la conversión de los apóstoles y grupos escogidos que serán los que más adelante se dediquen a predicar la Buena Nueva por todo el mundo. Y esta Buena Nueva echa raíces en la formación de pequeñas comunidades.
4. FERMENTO LIBERADOR
Cada comunidad de base está llamada a ser “centro de irradiación, sacramento y signo”. Pablo VI dice que deben ser ‘anun¬ciadoras del Evangelio’. Esto quiere decir que nunca deben encerrarse en sí mismas. Por esencia, están abiertas a los demás, y buscan su evangelización.
Las comunidades campesinas, según mi criterio, están forma¬das por grupos de vecinos que quieren vivir como hermanos a impulsos de su fe. Se preocupan de su formación cristiana y su acción diaria en cuanto cristianos. Tienden a fomentar las cua¬lidades campesinas, especialmente las comunitarias. Y colaboran en todo lo que sea organización campesina, y su unión crítica con cualquier otro grupo.
Estas comunidades deben vivir en un grado especial, como fer¬mento, los valores típicos campesinos de servicialidad, unión, espíritu comunitario, sensibilidad ante las injusticias, reciedum¬bre humana. Deben nacer y crecer con los valores campesinos.
La fe en Jesús les debe llevar a una opción personal por la causa de sus hermanos campesinos, especialmente a escala or¬ganizativa por ser su necesidad más urgente.
Como espiritualidad de estas comunidades creo que en primer lugar deben vivir un fuerte cristocentrismo. El ansia por conocer a Jesús debe ser el punto de atracción de sus reuniones de for¬mación bíblica. La vivencia de Cristo presente en los hermanos, esperando su ayuda, da la fuerza para comprometerse, a pesar de las dificultades. Así, además, estarán enderezando por muy buen camino las sendas tortuosas de la religiosidad.
Como consecuencia de una espiritualidad cristocéntrica cre¬ciente, considero conveniente ir desarrollando tres actitudes bá¬sicas comunitarias:
Actitud de pobreza, es decir, de compartir lo que son y lo que tienen, frente al ansia de posesión y dominación, que cada vez les llega también más a ellos.
Actitud de igualdad fraterna, frente a clasismos y toda clase de autoritarismo.
Actitud de servicio, de dar su tiempo, su trabajo, su cariño, su vida por los demás, frente al ansia de poder.
5. PELIGROS DE LAS COMUNIDADES CAMPESINAS
“La comunidad eclesial de base en América Latina está ante dos alternativas: o se convierte en levadura y es liberadora, o se transforma en opresora, lo que puede darse en muy diversas formas”.
Este peligro es real también para los campesinos. Una comu¬nidad que no sea liberadora acaba siendo opresora, imponiendo, al menos por presión ambiental, enfoques de vida alienantes.
De hecho, en ambientes campesinos comprometidos que forman comunidades, he encontrado casos, como en las Ligas Agrarias del Paraguay en los que “la mayoría de los campesinos no acep¬tan la idea de considerarse comunidades eclesiales de base, por¬que los modelos que conocen son demasiado espiritualistas, cle¬ricales y encerrados en sí mismos, sin un compromiso de lucha por la justicia”.
Creo que en este rechazo están apuntadas algunas de las di¬ficultades que pueden tener las propias comunidades campesinas.
En primer lugar, el espiritualismo, ya de por sí acentuado en su religiosidad, puede alimentarse en un cierto tipo de comuni¬dades que se encierran en sus rezos y sus lecturas; en el mejor de los casos, su proyección hacia fuera se reduce a una cierta ‘caridad’ paternalista. Muy curiosamente esta clase de comuni¬dades son muy del agrado de ciertas sectas protestantes y tam¬bién de cierta clase de patrones a los que les gusta vivir de la explotación de los pobres.
El clericalismo también suele ser un defecto, que a la larga les frena y les impide crecer.
El peligro de encerrarse en sí mismos es una tentación cons¬tante siempre que el fanatismo de los demás les crea problemas. Y como rechazo pueden caer ellos mismos en fanatismo también, creyéndose los mejores y los únicos. Hay que superar la tentación del narcisismo que les hace mirarse sólo hacia dentro. Ello lleva a multitud de roces por insignificancias y acaba matando a la propia comunidad. Deben preocuparse de los problemas de los demás, no sólo de los vecinos, sino con un corazón grande mirar cada vez más en serio los problemas de la región, del país y del mundo entero.
Las comunidades que encuentran dificultades con sacerdotes que no les entienden, y aun con miembros de la Jerarquía, pue¬den llegar a posturas amargadas hipercríticas sobre la Iglesia. Es difícil superar esta tentación, pero se puede conseguir acen¬tuando la reflexión sobre Cristo y la Iglesia que Él fundó, que a la vez es santa y pecadora. Se debe aprender a mirar a la Iglesia con cariño de hijo, doliéndonos humildemente de sus in¬comprensiones y defectos, y ayudándole a corregirlos. El pueblo sencillo puede hacer mucho bien a la Iglesia jerárquica criticándola y exigiéndole ser fiel a Cristo, pero con tal de que sus críti¬cas y sus exigencias las realice con amor.
Como ya indicaba antes, otro peligro real es no apoyarse para la creación de estas comunidades en las tradiciones de comuni¬dades indígenas, si es que hay algo de ello por la región. Esto equivale a dejar lastimosamente un gran tesoro enterrado; y traer quizá valores de otros ambientes que difícilmente arraiga¬rán aquí.
6. ORGANIZACIONES CAMPESINAS
De las comunidades campesinas deben ir naciendo organiza¬ciones campesinas. Ya la comunidad en sí es una organización. La unión de las comunidades forman una organización más amplia. Ellas encierran la esencia de toda organización: re¬flexiones y acciones comunitarias y coordinadas.
Considero que la mayor desgracia del campesinado es su falta de unión. Por eso, en todo proceso de evangelización, los cam¬pesinos deben acostumbrarse a escuchar el deseo de Jesús de que sus seguidores sean unidos. El deseo de organización nace desde las mismas raíces de la fe. Su misma religiosidad debe ir cambiando hacia estos caminos. La reconciliación entre herma¬nos y su unión debería ser el fruto principal de las romerías y demás fiestas religiosas. La unión de un grupo familiar, local o gremial pudiera ser un don que se ofrece con orgullo al Señor en sus fiestas.
El grado y el modo de organización dependen mucho del des¬arrollo de la conciencia de cada grupo. Aunque toda acción or¬ganizativa puede y debe estar impulsada por la fe, esto no quiere decir que toda organización debe ser eclesial. Lo importante es que en la comunidad de base de tipo eclesial se alimente el es¬píritu comunitario cristiano de modo que el miembro de ella sea capaz de comprometerse en cualquier tipo de organización ne¬cesaria para ayudar a sus hermanos.
Si la fe lleva al campesino a organizarse en el grado y en el modo que sea necesario, estarán resueltas la mayoría de las difi¬cultades alienantes de su religiosidad.
“Los cristianos comprometidos en organizaciones populares, en cuanto cristianos ponen de relieve normalmente la dimensión ético práxico de la fe y la correcta secularización de la misma fe al buscar su encarnación en la eficacia que necesariamente pasa por mediaciones concretas y seculares y políticas. De esta forma se da en principio una superación de la religiosidad po¬pular en su vertiente peyorativa y alienante que siempre la acompaña.
Por otra parte hay que tener en cuenta en este proceso los si¬guientes puntos, que mis pueden ayudar a discernir y madurar:
1) Que el paso de la religiosidad popular tradicional a la nueva vivencia política de la fe no signifique paulatinamente la pérdi¬da de valores cristianos, como sería la gratuidad.
2) Que el ritmo sea adecuado y que no exista una precipita¬ción innecesaria. Algunos pueden cambiar a un ritmo rápido, otros, siempre será la mayoría, necesitarán un ritmo más lento.
3) Dada la condición humana, siempre habrá minorías más capaces de vivir cristianamente en las organizaciones, mientras que las mayorías, de hecho, necesitarán una espiritualidad cris¬tiana no tan radical, una espiritualidad más acompañada de la religiosidad popular.
4) Aunque es imposible evitar el hecho de las minorías y por lo tanto la conciencia de minoría o de ‘élite’, debiera evitarse la conciencia o el complejo de una superioridad ética”.
Estos datos prácticos están sacados de la experiencia por una revista salvadoreña. El tema es muy complejo, y habría mucho que decir sobre ello. No hay espacio ahora para extenderse sobre modos y métodos de organización campesina y su relación con la religiosidad y las comunidades eclesiales de base. Me gustaría poder extenderme pronto en este tema. Basta ahora insistir en la línea organizativa hacia la que creo que debe caminar la pu¬rificación y vitalización de la religiosidad popular. No es un ele¬mento esencial en sí, pero es decisivo en cuanto que marca, como termómetro, la autenticidad del proceso.
Por supuesto que no se le puede empujar al campesino a entrar en cualquier tipo de organización. Si ellos han aprendido a ser críticos por sí mismos, sabrán cómo y con quiénes deben orga¬nizarse.
En líneas generales deben comprometerse y construir orga¬nizaciones que sean de veras democráticas, en las que el auto¬gobierno sea una realidad. Organizaciones hechas por ellos y para ellos, que defiendan y amparen sus derechos y sus deberes. Sin fanatismos, ni encerrarse en sí mismos. Los contactos, y más tarde coordinaciones y aun unión con otros grupos, han de hacerse sin perder su identidad, ni el espíritu crítico, ni mucho menos su fe cristiana.
EPÍLOGO
Hemos reflexionado largamente sobre la religiosidad del cam¬pesino. En su ambigua ambivalencia hemos sopesado sus pros y sus contras. En un intento de sinceridad, analizamos nuestras actitudes frente a la religiosidad. Humildemente intentamos buscar el camino a seguir. A la luz del ejemplo de Cristo, in¬tentamos el camino que lleva hacia Él. La fuerza la encontramos en la fe del propio campesino. Los valores de su religiosidad son el cimiento sobre el que construir. Jesús es la piedra angular. Y la meta. Y la fuerza para caminar. Una religiosidad cristocén¬trica es el ideal al que aspiramos. Y de este cristocentrismo na¬cen todos los métodos pastorales. Vamos hacia Cristo y de Cristo viene el camino.
América Latina es un continente en clamor de liberación. En las entrañas de este clamor germinan las semillas del Verbo, Cristo Jesús. El terreno se está preparando. Las lluvias han caído. La tierra está húmeda. El ambiente se vuelve propicio para que la semilla de la fe en Jesús comience a germinar, y más tarde madure.
El trabajo será arduo. Esta tierra por largo tiempo ha sido pisoteada. El abandono dejó crecer bastante hierba inservible. Pero un proceso de evangelización, como buen arado, sabrá pre¬parar el alma campesina para que en estos tiempos nuevos flo¬rezcan los tesoros de su corazón.
Jesús vive en su pueblo. Jesucristo, el Liberador, está actuando en medio de nosotros. Tenemos fe en su presencia. Tenemos fe en este campesinado que tanto espera en su Dios. El compromiso de la cruz de Cristo, actuada en medio del campesinado, des¬pués de un doloroso camino, llevará a la Resurrección, que ya se va manifestando en las liberaciones de hoy.
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